“Pinochet respetaba mucho más los derechos humanos que Nicolás Maduro” Felipe González,ex presidente del gobierno de España.
MADRID.- Una niña de ocho, diez, doce años, esmirriada, con el vestido roto oscuro por las manchas de su propia sangre, camina a pasitos cortos con la mirada perdida y lejana. Triste el gesto, mira hacia un lugar que no existe. Allá, más tierra árida, alambres de púas y el sol que la quema sin piedad. Nadie a su alrededor.
En las vías del tren en Budapest, miles de peregrinos que huyen de la miseria y de la guerra acaban de llegar desde Siria, un país que se debate entre las fuerzas dictatoriales de Bachar y los asesinatos del autollamado Estado Islámico.
Hungría les cierra las puertas y no los deja atravesar la frontera para llegar a Austria y luego a Alemania, la tierra prometida. Desde hace más de dos años, cuatro millones de personas han intentado cruzar el Mediterráneo y miles encontraron su sepultura en nuestro mar.
Las familias desgajadas van perdiendo a hijos y padres, hermanos y parientes en un trayecto que a muchos les cuesta el poco dinero que tienen y un caminar de muchos meses.
Escenas cotidianas
Escenas como la anterior se ven a diario en las inmediaciones de las paradas de autobuses que no existen y cerca de los trenes que no llegan. Mientras, la Unión Europea no escucha y se debate en un litigio que dura el tiempo suficiente para que la muerte siga haciendo de las suyas.
Hubo ya tres reuniones para colocar en 28 países del continente a 120 mil refugiados, cifra mínima e irrisoria si tomamos en cuenta que continúa el éxodo desde los países árabes y se multiplica el número de personas con africanos que también sueñan con llegar a Europa.
El 40% de los emigrantes son adolescentes y hasta niños de pecho. Durante el tránsito se mantiene la ilusión pero se cercenan los planes de los jóvenes que sólo quieren continuar sus estudios, afianzarlos e integrarse a las naciones que en un tiempo fueron ejemplo de democracia y acogida.
La policía y los soldados del gobierno magiar que preside Viktor Orban les arrojan comida como si fueran bestias. Ellos se la disputan y los menos mutilados se apropian del alimento. El panorama es desolador en tanto que las naciones líderes de nuestra decadente sociedad se apoyan en pretextos jurídicos y en acuerdos anacrónicos para evitar, en lo posible, “musulmanizarse”.
Ominoso el trato
En los campos de concentración que han inaugurado las autoridades húngaras cae el sol a plomo y el agua escasea. Hay muchos más adolescentes que se separan de los núcleos de población y buscan solos, sin lograrlo, una vereda que los lleve a lugares más hospitalarios.
Da vergüenza, es ominoso el trato que reciben los que en un futuro serán ciudadanos europeos si antes no pierden la vida en su lucha por lograrlo. La canciller Merkel se convierte de pronto en la más humanitaria de las personas. Sus declaraciones en las que afirma que permitirá la llegada de cuanto emigrante cruce sus fronteras es ya cuestionada por sus socios y los propios miembros de su partido.
Doña Ángela vuelve a ser una política intuitiva y conocedora de la idiosincrasia popular. De madrasta de los países de Europa se ha convertido en la mater salvadora de los que vienen de oriente. Aunque es posible que no sea tan bello el panorama como lo pintan.
Las barreras que han puesto Croacia, Serbia y Austria además de Hungría, comienzan a minar el arribo de asilados a Alemania quizá por sugerencia de algunos miembros del gobierno germano.
Lugares inhabitables
El egoísmo y los intereses creados de las naciones occidentales se han convertido, aparte de África y un buen pedazo del cercano oriente, en lugares inhabitables. En vez de contribuir allí, in situ, a solucionar los problemas y alentar el progreso de esas naciones, los líderes democráticos se olvidaron de que hay una gran parte de habitantes del planeta que tiene hambre y sed.
Francia, desde el pupitre de Francois Hollande, bombardea al ejército islámico mientras que Estados Unidos asegura haber destruido centros de prácticas de los yijadistas. Por lo visto todo se resuelve con bombas y armas de fuego. El diálogo está roto y sólo un cambio profundo podrá restituir al mundo su espíritu de fraternidad y humanismo.
El territorio sirio está despoblado y arrasado. Damasco aparece a los ojos de los televidentes como un lugar desierto. Por todos lados, ya lejos de esa ciudad, largas caravanas de emigrantes salen para salvar la vida y encontrar un mundo mejor que seguramente no lograrán si la situación se mantiene como ahora. Los disparos cruzados en ese lugar provienen sin saber de dónde. De todas partes y de ninguna. No hay lugar seguro ni familia en donde los menores no lloren o se escondan entre las faldas de sus madres. Se amontonan escombros y el miedo cunde cada vez más.
Miseria entre los que llegan, miserables quienes no resuelven el problema. La Europa de los exilios cíclicos durante las continuas guerras que aquí se hicieron no recuerda a sus propios conciudadanos. En el siglo pasado huyeron de los Balcanes para que se iniciaran la Primera y Segunda guerras mundiales. Hitler metió a los judíos y a la democracia en los campos de concentración y de exterminio. Franco persiguió a los exiliados españoles que huían de una de las dictaduras más crueles de que se tiene noticia. Ahora, los actuales gobiernos neoliberales, que son la mayoría, no recuerdan, han perdido la memoria, que no les hablen de algo que les es ajeno.
Se ha perdido también la decencia
Que no los contaminen de los “incidentes” que ocurrieron en las naciones forjadoras de la democracia en la tierra. Se ha perdido también la decencia. ¿Cuál es la excusa o el pretexto para negarse a recibir a los que se van despavoridos? La contestación es cínica: “los yijadistas aprovechan el éxodo para colarse en nuestra fronteras”, afirman los gobiernos de claustro y de élite. La verdad es que tienen miedo a perder sus privilegios e impunidad.
Por fortuna, la sociedad civil responde a tiempo. En España los nuevos dirigentes de comunidades y alcaldías de las grandes ciudades, se adelantaron, como ya es costumbre, al gobierno. La gente se organiza para ofrecer asilo a los que todavía no admiten las autoridades, en Madrid, Barcelona, Valencia, Cádiz, Zaragoza, Santiago de Compostela y otras partes. Ya han preparado dormitorios para acoger a los que vendrán, tarde o temprano. Sus casas están habilitadas y cuentan con todos los servicios para quelos refugiados se sientan mejor.
La larga espera
¿Pero qué hace el Estado español? Espera las órdenes de la Unión Europea para comenzar a espulgar entre los miles de árabes que están en camino o que ya abarrotan los centros de reclusión en Melilla. Si los amos no lo ordenan el gobierno no escucha. Los amos son los grandes bancos y las multinacionales apoderadas de los gobiernos.
El absolutismo burocrático y la demagogia oscurecen la tradición europea que en los momentos difíciles de su historia demostró humanitarismo y confraternidad. Abrimos los brazos si nos lo ordenan desde arriba nuestros dueños. De lo contrario, que la ignominia nos afee la cara.
More articles by this author
|