“Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas:
un pequeño yate, una pequeña fortuna...”
Groucho Marx
MADRID.- El discurso del rey (Felipe VI para no equivocarse) ha caído en terreno movedizo. Menos censurado que su padre Juan Carlos, el joven soberano “dialogó” con los españoles desde una habitación irreal del Palacio Real, arreglada para el caso, habitualmente inexistente y con una puesta en escena inapropiada y un tanto cursi.
Se colocó un sillón rojo en el que ni se sentó ni se sentará y su majestad, en una silla “popular” tuvo a su lado un pequeño taburete con dos fotos. Una, con su esposa doña Letizia, y la otra con la princesa de Asturias Leonor y la infanta Sofía.
Nadie se tragó el intento fallido de presentarse en una habitación de clase media, familiar y acogedora, ejemplo de lo que tiende a desaparece por la crisis.
Por otra parte, no estuvo mal durante los doce minutos que duró su intervención. Cierto es que quiso proyectar una imagen de cercanía con la gente. Pero también es verdad que se excedió, exhibió lugares comunes y fue criticado. Pero no tanto.
Una tradición
Porque la presencia real es todavía un atractivo para los españoles acostumbrados a apoyar o criticar a las Isabel, los Carlos, Felipes y demás.
Por eso, la tradición de la corona sigue atrayendo a nosotros los plebeyos y vemos a los monarcas con una mezcla de reverencia amarga y distinta pero sin un desapego total, ni siquiera notorio, o, al menos, no muy notorio, aunque la puesta en escena fue grandilocuente no obstante el deseo de aparentar lo contrario.
También un tanto insultante. ¿Por qué? Pues porque la nobleza cree aún en el sometimiento a sus designios como parte de nuestra historia y de nuestro futuro.
Nada hay que reprochar al deseo del rey de atraerse a la gente. Tampoco se puede pedir más a nosotros los súbditos.
El rey es el Jefe del Estado español sin poder alguno. Los neo-liberales consideran que la democracia separó el poder real de la casa monárquica. Y que entre socialistas y neoliberales quisieron hacer de España “un país desarrollado y del primer mundo” del que tanto y falsamente se vanagloria Prometeo.
¿Creció la simpatía hacia los nuevos soberanos?
Sí, claro, contestan los herederos de la dictadura. La nación desde siempre se inclina ante los dueños de castillos. Lo seguirá haciendo todavía un buen rato.
Según los mismos, los de siempre, nada modificará el sistema actual “porque nunca estuvimos tan bien y durante tanto tiempo”.
¿Qué tal…?
¿Y el sueldo?
Nadie echa en cara la honestidad del rey. Aplaudimos las medidas que tomó para quitarse privilegios, pero no se despoja del principal sostén. Un sostén para un pecho real de grandes dimensiones.
Por hacer poco, o casi nada, recibe casi nueve millones de euros al año aparte de otras partidas que llegan de los diversos ministerios en turno. Y de muchas otras partes de origen semidesconocido que aún no se han quitado la capucha eclesiástica.
Felipe VI, por tanto, disfruta de preferencias y atenciones que no tiene el resto de los ciudadanos. Sólo la jerarquía católica, a través de un acuerdo refrendado durante 38 años pos-franquistas, está a su altura. La iglesia española no paga impuestos por sus inmensos inmuebles y muebles. Tampoco por la explotación de algunos de ellos de manera comercial.
El Impuesto de Bienes Inmuebles no existe para las arcas de la Conferencia Episcopal aunque las cosas pueden cambiar pronto. El papa Francisco hace lo posible para restablecer la confianza entre los verdaderos católicos aunque muchas de sus iniciativas tendrán que quedarse en el tintero porque hay una buena parte del clero, oposición cardenalicia, que no se resigna a la transformación.
Se mantiene viva aún la práctica de cambiar piedras de colores por oro y será difícil erradicar esta anacrónica doctrina.
Más vale malo conocido…
Nuestras clases medias, cada vez más depauperadas, prefieren, en una mayoría decreciente, aguantar la disfunción orgánica actual y cualquier avería anexa.
Hay miedo a lo que pueda venir, se prioriza el “más vale malo conocido que bueno por conocer” y la pobreza aumenta sin cesar.
Pero a la hora de votar votan por lo mismo, el establishment y el statu- quo, el servilismo, porque creen que agacharse ante el poderoso es mejor que explorar otros campos que podrían expoliarlos o esclavizarlos aún más.
Ó sea, que el Discurso del Rey se acepta con dudas porque algo distinto puede ser peor. Es nuestra idiosincrasia.
Ni quien nos mueva… por ahora.
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