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Edición 322

 

Albricias de cuñaos

PINO PÁEZ

 

 

(A Manuel Hdz. Alemán
-Señor Alemán-
fotógrafo mexicano
cuya presencia inamovible se alumbra
en la fijeza de un flash)

 

Quienes de lengua poseen un plato y una puntita de alfiler… afirman: Las hermanas que por caridá se arriman a buen prospecto, riman a cuñaos una buena sombra sin lluvia ni tromba”. Alfileradas lenguazas de antaño picoteras re-afirman que al influyentísimo Pericles, el aristocrático Cimón intentó acuñadarlo, enviándole a su fraterna Elpinice -pese a estar ya matrimoniada con Tucídides (tocayo del historiador)- pa’negociar la terminación de un exilio; se rumora que la sensual carnalita, ¡carnalota!, llegó suculenta a la cita en vaporosa seda sostenida sin sostén, con la táctica de causar sed e indulgencia a don Pericles.


PoseidonCuñao paque la cuña apriete


Fedra y Ariadna tenían por cuñao a Teseo; Ariadna y Fedra tenían por marido a Teseo; Hipólito, jovenazo hijo de Teseo fue acusado por su madrastra Fedra de pretender empapar con ella las almidonadas sábanas del matrimonio. Y, con tal de ser creída ¡se suicidó! Poseidón, empero, con su divino trinche y sus divinas escamas, entre burbujas de Dios desmintió a la suicida. El posesivo Poseidón, cuyo celestial alias era Neptuno en otra lengua, en otro eucarístico plato y en otras sagradas aguas… a su vez fue fallido padrastro de las referidas hermanitas, cuando la mamá de ambas, Pasífae, rehusó ser depositaria de neptunianos oleajes, por lo que, endiosadamente enfurecido, hizo que la rejega se enamorara de un toribio blanquecino, semental nada sentimental, muy embestidor aunque sin pedigrí… que la embarazó, dando a luz al Minotauro, alebrije que nació lanzando bufidos, carraspeos, topes y cornadas.


En precedentes RETOBOS EMPLUMADOS se acuñaron otros cuñaos sin linaje ni talento pero con harta batuta osamental: de don Jelipe y sus cuñaos Nachito e Hildebrando, este último ¡contratado por el IFE! pa’cibernéticamente empanzonar votos en la contienda presidencial en que fue aspirante ¡su cuñao!... a Iturbide, su chocolatero imperio y su carnalita Nicolasa, hecha princesa, a la cual Santa Anna dirigió el arsenal de sus arrumacos… hasta que trono y corona indigestos cayeron en retrete y retirada.
El encuñao historial tiene obesidad de vademécum, ‘onde la memoria se atora repentino el cuñao en hemisferio asoma: Octavio y Marco Antonio, por ejemplo de carnales y carnalidades con Octavia (suplida por Cleopatra) y la desapretada cuña-cuñao en las deshechas hermandades de la guerra.


Cuñao superlativo franco de Franco


Al facho español Ramón Serrano Súñer lo motejaron “Cuñadísimo”, aunque en realidad fue concuño-concuñote de Francisco Franco al casarse con la hermana de Carmen Pola, esposa del dictador. A partir de tal aumentativo, las fraternas españolas recalaron en deslenguados machismos que a hermanas y, en especial ¡a hermanotas!, las redujeron en trueque y mercancía.


El “Cuñadísimo” era adorador de Hitler para quien formó la División Azul, más de 20 mil soldados hispanos, enviados subordinadamente al ejército nazi en la invasión contra la Unión Soviética; del cuñadote-Ramoncito es también creación la agencia noticiosa EFE que -décadas después- tras el deceso de Franco… “noticiosamente” calumniara a la Revolución Cubana, al “informar” que Fidel Castro ordenó “en secreto” bajar a media asta todas las banderas en señal de franco-Franco luto; el autor de tal cable, Francisco Rubiales (homónimo por cierto del afamado Paco Malgesto) recibió demoledora respuesta de Prensa Latina, agencia surgida por disposiciones del

Benito JuarezCuñaos-concuños de diferente índole


Benito Juárez y Manuel Dublán eran igualmente cuñaos-concuños pero muy distintos al Franco-Serrano; don Manuel fue cónyuge de Juana Maza Parada, hermana de doña Margarita consorte de don Benito en pareja de amoroso diminutivo.


Al cuñao-concuño Dublán variadas fuentes lo ubican en variados puestos durante la imperial maximilianada de don Max y la seño Carlotita; fue secretario de Hacienda de Porfirio Díaz, pese a la rebelión de éste contra el presidente Juárez. Tras el deceso del Benemérito, don Manuel representó a los huérfanos de don Benito y doña Margarita: Benito, María y Soledad, en tanto Carlos Contreras Elizalde, esposo de Margarita Juárez Maza, se haría -en el reparto testamentario- jurídicamente cargo de ésta y de sus cuñadas Felícitas y Manuela; en tanto Vidal Maza (hermano de la difunta) lo ejercería por Susana Juárez, hija de don Benito y Gloria Chagoya, a quien la historia ha relegado entre la bruma, lo mismo que a su otro hijo: Tereso Juárez; respecto a la herencia de Susana, no hubo dificultad alguna por ninguno de los herederos en que recibiese la parte proporcional del padre, pero sin obtener nada de doña Margarita, pese a que datos, también colmados de neblina, infieren que aceptó adoptarla, en circunstancias similares a Carmen Romero Rubio -casada con Porfirio Díaz- mamá adoptiva de Amadita, hija chiqueadísima del dictador.


En la línea descrita de cuñaos-concuños y versátil ascendencia-descendencia… no resulta redundante re-contar que María Juárez Maza por el registro civil se vinculó al hispano José Sánchez Ramos, uno de los fundadores del Casino Español y padre de José Sánchez Juárez, quien se proclamaría “presidente interino” calentándole a Félix Díaz -sobrinito del tíote- la etérea silla presidencial; a don Pepito le perdonaron el vacilón de su “asonada” que literalmente a nada sonó… por ser mini nieto de enorme abuelo.

Friedrich EngelsCuñaos más distinto todavía


Friedrich Engels, quien con Karl Marx compartiera pluma, vuelos y revolución, fue compañero sentimental de Mary Burns y, al quedar viudo, a Lizzy Burns le quitó el rango de cuñada, para darle el de consorte; el gran Marx tuvo de cuñao a un miembro de altura del reaccionario gobierno prusiano: Ludwig von Westphalen, hermano de doña Jenny, esposa de don Karl, grandiosa mujer, Gran Diosa mujer, cuya vida familiar y quehacer en la política mantiene parangones con la también grandiosa, con la ¡tan bien! Gran Diosa, Margarita Maza Parada; una y otra perdieron hijos victimados por el destierro y la miseria; ésta y aquélla desprendían ideas luminosas, las dos son parte central de la historia, sin ellas no se hubiera suscitado juarismo ni marxismo.


A Marx le criticaban sus malquerientes el parentesco con el pomadoso integrante del régimen de Prusia; en responder y ahondar tales malevolencias, don Karl escribió un voluminoso contestatario de cientos de páginas: Herr Vogt, herr: señor en alemán, y Vogt: apellido del extractor de infundios.
A Benito Juárez García los maldicientes, envidiosos le juzgaban su enlace con Margarita Maza Parada, 20 años menor; les irrigaba la hiel la elección de una jovencita de 17 abriles por un cuasi cuarentón que según biliosos señaladores… se hallaba en la antípoda de la dizque “prestancia occidental”.

 

Cuñao calculadamente pesquisado


Lucio Buenavista Sojo únicamente ponía mirar y lascivia en hermanas de pudientes, estaba convencido que sólo un cuñao de copioso caché y posición le podría garantizar el transcurrir de una plácida existencia, sin necesidad de hacer riñones al jerez en labor de oficinista, ni desfilar atornillado y redundante en torno a un torno.
Lucio se autointerrogaba ¿dónde localizar al cuñao de postín cuya carnala no sea asediada por jauría de escaladores en pos de parentesco?, él mismo, monologando a lo esfinge, dábale salida al enigma: “¡Nepomuceno Junco!”, hermano de Altagracia, cuyo nombre contrastaba rostro y cuerpo: ni altura ni gracejo, ni siquiera chistorete… sola y desolada desgracia en facciones y anatomía.


Buenavista vio cómo don Nepomuceno se sacó el gordo (sin insana interpretación), el premio más obeso de Pronósticos, suerte y chiripa conjugadas en riquísimo pleonasmo; con el dineral obtenido el ya muy respetable joven Junco de varón paso a barón a título nobiliario de Santo Domingo; Altagracia recibió en elegantísimo documento su nominación de condesa, más chic que todas las adánicas manzanas de la colonia de prosapia porfiriana.


Sojo le clavó el ojo en ripio de ojitos-pajaritos; los faunos no olfateaban el millonario botín, ¡de oídas los frenaba una oreja descomunal de Altagracita!, ¡y su literaria nariz aplastada en la ferocidad de un retruécano!, ¡y la boca siempre rechoncha y espumosa que olía a mares y a pescado!, ¡y los ojos grandotes como huesos podridos de aguacate con la colgante incrustación de un ostión a guisa de iris y coqueteo!, ¡y las espaldas más robustas que las murallas de Jericó!, ¡y los disparejos senos en tétrica y caída monumentalidad!, ¡y…


Lucio Buenavista Sojo, vecino cercanísimo en la cuadra pero lejanísimo en la cartera, se ajuaró su tacuchito rescatado del casi desértico ropero con su quebradiza y opaca luna, amén del disperso granizar de naftalina.


Lucio se lució cacofónico, al conseguir que el joven millonetas -ahora don Nepo- le permitiera visitar a su consanguínea, único familiar que le restaba en las paradójicas sumatorias del adiós; es más: gusto le dio al crematístico anfitrión quien, en cuanto el invitado timbró salió súbito cual muerte súbita de tenis, chanclas y mocasines… a fin de dejarlos solos, con el deseo de que Altagracia no se fuera de este mundo invicta en los sacros menesteres del pujido y la pasión.


Buenavista, atendido por un pelotón de criados sin fusil pero con cursilísimos uniformes que les impuso el recién ricacho… en cuanto consumió un tortuguesco ambigú, en égida evaporaron.


Sojo quería echar un vistazo adonde la sinfonía de la ducha le llegaba; clarísimo estaba que Nepo se fue a fin de que él y ella aprovecharan la ausencia para orquestarle sinfónicos rechinares al colchón. El baño y el agua tan próximos al tímpano. La sala de espera tan contigua a una recámara. El afrodisiaco tentempié de prohibidos huevos de tortuga. Sí, todo estaba clarísimo: había que corearle chillidos al camastro.


Lucio Buenavista Sojo fue hacia la bañista, quien no se percató de la retina escrutadora por una puertecita mañosamente semiabierta. Lucio contempló el dispendioso valladar de espaldares al múltiplo en antinomia con ahorro de nalguitas casi en bancarrota. Buenavista avizoró los colgantes pechos nutridos de borra y aguarrás. Sojo miró el rostro con la espuma que no era de jabón y, en el ecuador de la figura frontal, testimonió ¡una erguida herramienta del pecado que triplicaba la de él! Lucio Buenavista Sojo no cejó -pese al pavor de lo mirado- de ascender en la escala social, había resuelto, con tal de rehuir las dictaduras del taller o la oficina… volverse conde ¡o condesa!

 


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