Antología del Chiquito
La pequeñez valora una introspección, lo diminuto se corruga en simbólica ceguera de joyel, no es vulgaridad el Chirriscuás, sino equivalencia que horadada se atesora cual garbanzo de a libra pesadito y pasadito, gloriosa oscuridad que sin Rampa ni trampa, mira mejor desde su arrugadito escondite de magnificente lobreguez.
El Chiquito comestible y combustible en su intimidad
Más de uno confunde al Chiquito en obscenidad, cualquier tamaño reducido les resulta improperio y grosera mezquindad; así, los chaparros resultan pornográficos, una especie de acondroplásico zaguán, esto es, enanito portón, deletéreo y heterodoxo deletreo: En-anito, portal abierto, por donde se cuela la descarnada y ciclópea desnudez de un rígido peregrino.
Hacia el Chiquito se amontonan en invasión todos los prejuicios; a Humberto González, el excampeón mundial minimosca, lo apodaron “El Chiquito”, airadísimo protestó contra ese mote: “¡No me pongan El Chiquito!”, gritó enguantado y enfurruñado durante un entrenamiento, un “second” bromista le puso “La Grandota”, lo que más enfureció a don Humberto, a quien finalmente le dejaron “La Chiquita” en riguroso y definitivo sobrenombre.
En antecedidas parrafadas de este tecleador, se recopiló del anecdotario que el afamado Margarito (apellidado Esparza Neváres), en vísperas de alcanzar la celebridad desde su perfecta estatura de maquetita… laboraba en calidad de valuador en un negocio de empeños, del que renunció -irritadísimo- porque le decían Chiquito Prestador.
Reino e imperio de Zotaca Majestá
El rey italiano, Víctor Manuel III, era tan Chiquito como una dona vista a escala; no quería en su entorno a nadie que le hiciera sombra, a gente de su corte y de su guardia se le reclutaba casi desde un microscopio; su reinado se atestó de puros Chiquilines, en un plagio a los acompañantes de Blanca Nieves, ¡qué de Chiquitos se aprestaban a cumplir súbitos y súbditos los requerimientos de Su Zotaca Majestá! Napoleón I era otro Chiquilín que se prestaba también a irónicas interpretaciones; su sobrino, Napoleón III, poseía una medición mucho mayor, empero, Víctor Hugo, lo rebautizó Napo El Chirris, El Chico Diógenes sin lámpara y de ideas sanforizado, El Chiquis invasor de lejanos territorios; y, por su corpulencia y ludopatía al cubilete, asimismo, le denominaban: El Dado Chiquito.
Enrique VIII no era chaparro, pero su obsesiva obesidad lo redondeaba bajo, bajo de altura en óptica engañosa, sus reales nalguitas reinaban en impresionante simetría gemelar dizque achaparrada; y una permanente indigestión le hacía producir un arsenal de decretos, en centenaria antelación del esperanto.
No hay Chico Malo
En rap se improvisó un palabreo: “Chico Malo”, rola que al instante ocasionó defensa y negación, pues ningún Chiquito es malicioso, son tiernos y acogedores, estoicos recepcionistas que hospedan a destechados y despechados de esclerótico vagabundear. Así, El Chico Zapote deviene fruto fabulado, hoyo negro en constreñido eclipse, luna oscura para que un astronauta en picada aterrice y revele la prodigalidad de la tiniebla; Chicoché no era pampero, canturreaba en honor del bellísimo tabasqueño platanar… ¿Dequiénchon?, interrogaba De profundis a lo Oscar Wilde, inquirir que más fervorosamente hundida ponía la epístola sin-respuesta en los misteriosos adentritos de un buzón.
En Cuba ¡cómo es privilegiado El Chico!, “oye Chico”, “mira Chico”, “dame acá Chico”…; una redundante y discursiva constelación del Chico lo sitúa en la lengua cotidiana en maravillosa interjección que de Chico a Chiquito introduce jocoso la descrita prolongación en paradójico diminutivo.
Chicos en oxímoron
En aparente y contigua contradicción (oxímoron) El Chico se desplaza, de Chico sustote a Chico grandulón, El Chiquito suele darse en el confín de aquella paradoja; la hermosa Puebla de Todos los Camotes lució en un ¡Chiquitito! de admiración a su Gober Precioso en una estética Chiquillada.
Los enamorados sin prejuicios de cualquier pequeñez, impresionados gritan a toda suculencia: “¡Ay Chiquito cómo me has puesto!”; Charles Chaplin al Chico también abordó sin autobús pero con cine; a Gerardo Zepeda que de los panzazos de pancracio se trasladó igualmente al cinematógrafo, pese a su uno noventa y tantos de estatura… de nombre artístico le sellaron “El Chiquilín”. Hacer la chica es -otra vez el oxímoron aquél- la más alta sorpresa, sin embargo, hacer El Chico es patente de un excavador de sortilegios, el que zapa en el abismo una delicia, achica El Chico en los regodeos de una expedición.
Chiquito desinente
Múltiples son las desinencias del Chico, del Chicuelo o sin perversidad la travesura, al Chicote que latigueaba festejos en cada filmación; del Chaparrito Shorty en tatachita güera y huera, al Chori en chicanísima pronunciación; del Chori bajito al Chorizo grandulón asentado sin comal desde Toluca.
Del Chico al Chiquis hay chiqueo en cuchicheo; de checa Checo el Chirriscuás; a por Chicuelinas Chicotea don Armando Soto La Marina sin barco pero con árbol bien erecto; del Chirris chirrión por el palito; al Charrascas alias El Chiquito; del Chiquitín al chaquetón y del Chicuelo al chimuelo. El Chico se amplía desinente pero jamás se alarga disidente; chiquitear es el saboreo de a poquito: La tacita de café (desde luego la humeante bebida que en realidad es negra); la copita de anís (por supuesto que del vivificante licor es la referencia); el barquillo rebosante de cajeta de Celaya (evidentemente que del dulce de jalea se trata el tema); la tortita de huevos y aguacate (claro, del avícola manjar con su verde fruto resguardado en migajón).
Del Chico en privada propiedad
El Chico no es posesivo pero en demasía se le pretende poseer: “¡Es mi Chico!”, se manifiestan voces en circular apropiación; a la Chicanada, empero, de treta se le trata; a Chicaspiare el gordísimo Falstaff se le disfrazó en Chiquito aturdiéndolo con lo más disparejo de una ópera sin prima pero con premio.
Dante Alighieri, citado y recetado por Karl Marx en El señor Vogt, queda inscrito en un epígrafe que el pudor rechaza traducir: Ed egli avea fatto di cul trompetta; (¿a cuáles cantores de viento el florentino menciona?, ¿a los Chicos que no tardarían en solfear a capela con don Gregorio?, ¿al Chiquito miope agrandado en gargantadas visiones de geometría?).
Saquear un saco de frijoles contra la privada propiedad es atentado, ¡ha tentado!, táctil retórica más allá de un volátil saco de aire septembrino, saqueo de saco de alubias diluviado, séquito y saquito de habas despojado en atraco de tumultuaria homofonía.
Tarareos del Poeta Chirriscuás
En obras de Julio Verne y H.G. Wells, alguien se hacía invisible, se achicaba en un esputo de neblina, se redondeaba y desaparecía en un hoyito a horcajadas de la visión; la polígrafa rusa, Ayn Rand, instalada en EU, se hizo oligárquicamente famosa y fastuosa con su ensayo-novela-motivación-quesque filosofía: La rebelión de Atlas, donde el titán sin refresco por Zeus castigado se trastoca en empresario que sobre sus crematísticos lomos porta y soporta -más que a la mitológica Gea- al canijo proletariado que hacia la cerviz angelical del patrón encima su depauperada indolencia; así el Atlante de la gran burguesía se empequeñece por el cargamento que le amontona el peladaje, pesadez que lo torna Chiquito en acidez malportada; luego la señito Rand “filosofó” el Objetivismo, que le agenció, con toda diligencia, agencia y CIA… a “pensadores” de la luz empapelada: del gringuísimo míster Greesnpan, ex mero-mero maromero de la Reserva Federal y Chico chiqueadote de Richard Nixon y luego dedo Chiquito de Gerald Ford… a Luis Pazos, “filósofo”, “economista” y “escritor”, ex MURO de paredón ultraderechista, ex de Banobras donde prestó Chico favorzote a Jorge Serrano Limón, en regalo impróvido al de “Provida” de miles y miles de pesos que pesar no corcovan, paque comprara tangas sin tangos, y lujosas casitas de telar, a fin de que aquellos Chicos Malos no estuvieran expuestos a la grandulona tentación; a fin de que el Chico y el Tieso que no es difunto en interioridad se entendieran, otro Chico de Mrs. Ayn fue James Wale, el que haciéndose El Chiquito hizo la chica con Wikipedia; de la dama leyó El manantial, novela llevada al cine con Gary Cooper de estelar, cinta con chorros y chorros de dinero en churros y churros de churroscope, supuestamente inspirado en el arquitecto Frank Lloyd Wright, suegro de a devis sin pantalla de la hija de Stalin, Svetlana, que agarró al Chico Peter de marido, para irse luego a la desmantelada URSS de Gorbachov, El Chicuelo querendón del imperialismo, retornando de volada desalada a los yunaites…hasta morir en la pobreza en un asilo de ancianos; Chico destino tan grandote en la doliente reincidencia de oxímoron y paradoja.
El re-nombrado poeta Cástulo Quintín, orgullosamente invicto en menesteres de pasión, escribió un soneto -un son neto- del Chiquito, una comilona estrofa de la estufa y de la estafa:
CHIQUITO DE TIRAS POR DIBUJAR
Del Chiquito a una línea me aferro mi punta-lápiz traza un ladrido al Chiquito lamo como un perro sin que se suscite ningún pedido Al Chiquito dirijo mi respeto le destino una oda en el acto y rigurosamente circunspecto dentro del tema quedo tumefacto Ay Chiquito caro a ti poesía dibujo grafito y letra intento con garbo por tu gran pequeñez de sabroso lujo Chiquito en tu honor rimas escarbo te destilo redención y embrujo aunque rocíe por ti un canto parvo
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