COMO TODAS LAS MAÑANAS, Agustín Melgar volvió a presentarse muy temprano en las puertas del Castillo de Chapultepec para solicitar su reingreso al Colegio Militar.
UNA FALTA DISCIPLINARIA, que consideraba mínima, había provocado su expulsión en el mes de mayo, y cada mañana le cerraban la puerta en las narices negándole su reincorporación.
Pero ese día era distinto.
Al alba del 19 de agosto de 1847 comenzó a escucharse de artillería desde el sur de la ciudad, en Padierna, donde el general Gabriel Valencia había sido sorprendido por el ataque de los norteamericanos. Frente a la súplica, y la invasión, lo dejaron pasar. Pero quedó advertido que sería provisionalmente y su ingreso quedaría sujeto a revisión.
Junto al medio centenar de cadetes que voluntariamente permanecieron en el Castillo, Agustín Melgar ayudó en labores de fortificación del cerro y, en el avituallamiento de los Batallones del general Echegaray que entrarían en combate el 8 de septiembre en Molino del Rey. Otros estudiantes fueron destacados al apoyo de unidades en el exterior, y el resto se ocupaban de los preparativos en el Castillo que, sin ser una fortificación, había sido artillado desde el mes anterior.
Serían los errores tácticos de Santa Anna, o la impericia general del ejercito, pero el hecho es que después de haberse batido los mexicanos con verdadero ímpetu y arrojo, las distintas posiciones fueron cayendo día a día en manos de los extranjeros, hasta que el 12 de septiembre en la madrugada, comenzó el bombardeo de las baterías de cañones situadas alrededor del bosque de Chapultepec; el lunes 13 comenzó el asalto del último bastión nacional.
El director del Colegio, general Monterde, fue reforzado con 600 hombres del Batallón de San Blas al mando del general Santiago Xicoténcatl, quedando la defensa del Castillo de Chapultepec bajo el comando del viejo héroe de la independencia, Nicolás Bravo, quien no recibió respuesta a su llamado de más refuerzos. La artillería norteamericana causó graves estragos, y con fuego cerrado de fusilería por ambas partes, luego de una dramática batalla cuerpo a cuerpo, los invasores pudieron entrar al castillo donde el último esfuerzo, sangriento, se vio en sus corredores y terrazas.
Toda la leyenda de los Niños Héroes esconde un horror inaudito.
Soldados y jóvenes acribillados por la espalda; cadáveres amontonados en charcos de sangre, y una desolación que sólo es creíble por que fue contada por algunos sobrevivientes hechos prisioneros.
En la batalla, el joven Melgar fue de los que no se rinden ni piden clemencia: por la escalera del lado norte descendió un alud de soldados norteamericanos y Agustín disparó matando al primero. Fue perseguido hasta la habitación donde se parapetó detrás de unos colchones para abrir fuego hasta que cayó abatido por las balas y las heridas de bayoneta.
Dos días después su cadáver fue recuperado en el lugar donde quiso combatir… En 1924 su expediente fue completado con los papeles que lo acreditaron como cadete efectivo del ya entonces Heroico Colegio Militar.
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