Edición 377 |
El asesinato de Jamal Khashoggi
El pacto del reino saudita con Estados Unidos sólo protege al rey, sin incluir al prÃncipe heredero
Thierry Meyssan
Los panameños que recuerdan como Washington arrestó a su ex empleado, el general Antonio Noriega, no se sorprenden del destino que Estados Unidos parece deparar al prÃncipe heredero saudita.
El asesinato de Jamal Khashoggi está lejos de ser el peor de los crÃmenes del prÃncipe Mohamed ben Salman, pero pudiera ser el último. El pacto de Estados Unidos con la familia real protege sólo al rey y Washington puede aprovechar la coyuntura para embolsarse varios miles de millones de dólares.
AL RECIBIR EN WASHINGTON al prÃncipe heredero, Mohamed ben Salman, el presidente Trump pasó revista a las enormes compras de armamento estadounidense pactadas con Arabia Saudita y concluyó preguntando al prÃncipe con una enorme sonrisa: “Ustedes tienen con qué pagar todo esto. ¿Verdad?â€
El asesinato de Jamal Khashoggi es uno de los numerosÃsimos casos donde se aplica la ética de geometrÃa variable que practican las potencias occidentales.
El reino de los Saud
Hace 70 años que las potencias occidentales prefieren ignorar lo que todo el mundo sabe: Arabia Saudita no es un paÃs como los demás. Es propiedad privada del rey que la gobierna y todos los que allà residen están al servicio de ese rey. El nombre mismo del paÃs –Arabia Saudita– proclama que se trata, ante todo, de la “residencia†de los Saud.
En el siglo XVIII, una tribu de beduinos –los Saud– concluyó una alianza con la secta de los wahabitas y se levantó contra el Imperio Otomano. Lograron instaurar un reino en Hejaz, región de la PenÃnsula Arábiga donde se encuentran las ciudades santas de Medina y La Meca. Pero pronto tuvieron que enfrentar la represión otomana. A principios del siglo XIX, un sobreviviente de la tribu de los Saud inicia una nueva revuelta. Pero los miembros de su familia comienzan a luchar entre sà y acaban nuevamente derrotados por los otomanos.
Finalmente, ya en el siglo XX, los británicos apuestan por los Saud para acabar con el Imperio Otomano y poder explotar los yacimientos petrolÃferos de la PenÃnsula Arábiga. Con ayuda de Lawrence de Arabia, fundan el reino actual.
La diplomacia británica sabÃa perfectamente que tanto los Saud como los wahabitas se habÃan ganado el odio de sus servidores y que serÃan incapaces de entenderse con sus vecinos. El desequilibrio militar entre los Saud, armados con sables, y el armamento moderno de los británicos garantizaba que esa familia nunca pudiese rebelarse contra sus amos occidentales.
El fundador del wahabismo, Mohamed ben Abdelwahhab, estimaba que quienes no se unieran a su secta debÃan ser exterminados.
Pero casi al final de la Segunda Guerra Mundial, en febrero de 1945, Estados Unidos aprovecha el debilitamiento del Reino Unido para suplantarlo. El presidente Roosevelt concluye con el fundador del reino saudita el jeque Abdulaziz Ben Abdel Rahman Al-Saud, el llamado “Pacto del Quincy†—por haber sido firmado en un acorazado de ese nombre. En ese pacto, Estados Unidos se comprometÃa a proteger a la familia Saud a cambio del petróleo del reino. Los Saud también se comprometÃan a no oponerse a la creación de un Estado judÃo en Palestina. George W. Bush renovó aquel pacto en los años 2000.
Numerosos autores han resaltado la cercanÃa entre el modo de vida de los wahabitas y el de algunas sectas judÃas ortodoxas, asà como el parecido entre los razonamientos de los teólogos wahabitas y los de algunos pastores cristianos puritanos.
Respaldo a la Hermandad Musulmana
Sin embargo, para mantener la influencia británica en el Medio Oriente, Londres decide combatir a los nacionalistas árabes y respaldar a la Hermandad Musulmana y a la secta de los Nachqbandis. Es por eso que, en 1962, los británicos solicitaron a los Saud que crearan la Liga Islámica Mundial y después –en 1969– la creación de lo que hoy llamamos la Organización para la Cooperación Islámica. El wahabismo acabó admitiendo el islam sunnita –al que hasta entonces habÃa combatido– y ahora se erige en protector del sunnismo mientras se obstina en combatir las demás manifestaciones del islam.
Tratando de evitar las guerras fratricidas que habÃan marcado la historia de su familia en el siglo XIX, el rey Ibn Saud instituyó un sistema de sucesión que, a la muerte del rey, transferÃa la corona al mayor de sus hermanos. El fundador del reino habÃa tenido 32 esposas, que le dieron 53 hijos y 36 hijas. El mayor de los sobrevivientes –el actual rey Salman– tiene 82 años. En aras de salvar el reino, el Consejo de Familia de los Saud aceptó en 2015 modificar la regla de sucesión y designar a los hijos del prÃncipe Nayef y del rey Salman como futuros herederos. Pero el prÃncipe Mohamed ben Salman –hijo del actual rey Salman– apartó de su camino al hijo de Nayef convirtiéndose asà en único prÃncipe heredero del trono.
Las costumbres de los Saud
En la Antigüedad, el término árabe designaba a los pueblos arameos que vivÃan del lado sirio del Éufrates. Según esa definición, los Saud no son árabes. Sin embargo, como el Corán fue reexaminado por el Califa en Damasco, el término árabe designa hoy a los pueblos que hablan la lengua del Corán, lo cual incluye a los de la región de Hejaz. Ese término genérico abarca hoy las civilizaciones –muy diferentes entre sÖ, de los beduinos del desierto y de los pueblos de las ciudades de un vasto conjunto geográfico que se extiende desde el Océano Atlántico hasta el Golfo Pérsico.
La familia Saud pasó bruscamente del camello al jet privado, pero ha conservado, en pleno siglo XXI, la cultura arcaica del desierto. Ejemplo de ello es su odio hacia la Historia. Los Saud han destruido todo rastro de la historia de su paÃs. Esa es la mentalidad retrógrada que se expresó en las destrucciones de monumentos históricos y arqueológicos perpetradas por los yihadistas en Irak y en Siria. No existe ninguna otra razón que justifique la decisión de los Saud de destruir la casa del Profeta Mahoma y la destrucción de las históricas tablillas sumerias perpetrada por los yihadistas del Emirato Islámico (Daesh).
Las potencias occidentales que en el pasado utilizaron a los Saud para acabar con el Imperio Otomano –hecho que todos reconocen hoy en dÃa–, son las mismas que utilizaron a los yihadistas, financiados por los Saud y formateados ideológicamente por los wahabitas, para destruir Irak y Siria.
Aunque ya nadie quiere recordarlo, al principio de la agresión contra Siria, mientras la prensa occidental nos servÃa la fábula de la primavera árabe, Arabia Saudita sólo exigÃa que el presidente Bachar al-Assad dejara el cargo. Riad aceptaba que se quedaran sus consejeros, su gobierno y hasta su ejército y sus servicios secretos. Sólo querÃa la cabeza de Assad… porque Assad no es sunnita.
Cuando el prÃncipe Mohamed ben Salman (a quien la prensa prefiere llamar MBS) se convirtió en el ministro de Defensa más joven del mundo, exigió poder explotar los yacimientos petrolÃferos que abarcan parte de su paÃs y del territorio yemenita. Ante la negativa de Yemen, inició una guerra con la que esperaba cubrirse de gloria, como su abuelo. Pero, a través de la Historia, nadie ha logrado mantenerse en Yemen, ni en Afganistán. Poco importa, el prÃncipe heredero “demuestra†su poderÃo hambreando a siete millones de personas. Todos los miembros del Consejo de Seguridad dicen sentir preocupación ante la crisis humanitaria en Yemen, pero ninguno se atreve a criticar al “valeroso†prÃncipe MBS.
Como consejero de su padre el rey, MBS propone eliminar al jefe de la oposición saudita –el jeque Nimr Baqr al-Nimr. El jeque al-Nimr era partidario de la no violencia… pero era chiita, o sea un infiel, según la visión de los wahabitas. El jeque al-Nimr fue decapitado, sin que las potencias occidentales se escandalizaran por ello. Después, MBS destruyó Mussawara y Chuweikat, en la región saudita de Qatif, ¡de población fundamentalmente chiita! Las potencias occidentales tampoco vieron allà las ciudades arrasadas por los blindados del reino ni sus pobladores masacrados.
El prÃncipe heredero no soporta la menor contradicción y en junio de 2017 empujó a su padre a romper con Qatar, porque el pequeño pero riquÃsimo emirato habÃa tenido la audacia de ponerse del lado de Irán ante Arabia Saudita. MBS intimó entonces a todos los paÃses árabes a seguirlo en su disputa con Qatar y logró hacerlo retroceder temporalmente.
Pragmatismo trumpiano
Al llegar a la Casa Blanca, el presidente Trump decide ser pragmático. Acepta la agonÃa de los yemenitas, a condición de que Riad ponga fin al respaldo que aportaba a los yihadistas.
Es entonces cuando al consejero de Trump, su yerno Jared Kushner, se le ocurre la idea de recuperar el dinero que los Saud ganan con el petróleo y usarlo para revitalizar la economÃa de Estados Unidos. La inmensa fortuna de los Saud es el dinero que las potencias occidentales en general y los estadounidenses en particular han venido pagando por el petróleo saudita. No es fruto del trabajo de la familia real sino la renta que sacan de un paÃs que les pertenece. El prÃncipe Mohamed ben Salman organiza entonces el golpe palaciego de noviembre de 2017. Al menos 1, 300 miembros de la familia real son puestos bajo arresto domiciliario, incluyendo al primer ministro libanés Saad Hariri, descendiente bastardo del clan Fadh. Algunos de ellos son torturados para “convencerlos†de que deben “ofrecer†la mitad de sus fortunas al prÃncipe heredero, quien se echa asà en el bolsillo 800 000 millones de dólares en dinero y en acciones. ¡Craso error!
La fortuna de los Saud, hasta entonces dispersa entre todos los prÃncipes y sus descendientes, se concentra ahora en una mano que no es la del rey, representante del Estado. Asà que sólo hay que torcer esa única mano para recuperar el botÃn.
El prÃncipe MBS amenaza también con imponer a Kuwait el destino que ya sufre Yemen, si él no puede explotar las reservas de petróleo ubicadas en las regiones limÃtrofes con Arabia Saudita. Pero el viento y el tiempo ya no son favorables al heredero.
La operación Khashoggi
Sólo habÃa que esperar la oportunidad. El 2 de octubre de 2018, uno de los servidores del acaudalado prÃncipe Al-Walid ben Talal Abdulaziz Al-Saud, el periodista Jamal Khashoggi, es asesinado por orden de MBS en la sede del consulado de Arabia Saudita en Estambul, lo cual constituye una violación del artÃculo 55 de la Convención de Viena sobre las relaciones consulares.
Jamal Khashoggi era nieto del médico personal del rey Abdul Aziz y sobrino del vendedor de armas Adnan Khashoggi, el hombre que equipó la fuerza aérea saudita y posteriormente armó –por cuenta del Pentágono–, al Irán chiita contra el Irak sunnita. Samira Khashoggi, tÃa de Jamal Khashoggi, es la madre de otro vendedor de armas, Dodi al-Fayed, amante de la mediática princesa británica Lady Diana, junto a la cual fue eliminado.
Jamal Khashoggi estaba implicado en un nuevo golpe palaciego que el prÃncipe Al-Walid ben Talal estaba preparando contra MBS. Varios asesinos presentes en el consulado le cortaron los dedos, descuartizaron su cuerpo y posteriormente presentaron su cabeza al amo MBS. Todo fue meticulosamente grabado por los servicios secretos de TurquÃa y Estados Unidos.
En Washington, la prensa y los miembros del Congreso estadounidense exigen al presidente Trump la adopción de sanciones contra Riad.
Turki al-Dakhil, uno de los consejeros del prÃncipe heredero, responde que, si Estados Unidos adopta sanciones contra Arabia Saudita, esta última es capaz de echar abajo el orden mundial. Según la tradición de los beduinos del desierto, a todo insulto debe responderse con una venganza… a cualquier precio.
Según ese consejero, Arabia Saudita está preparando una treintena de medidas y las más importantes serÃan:
Reducir la producción de petróleo a 7,5 millones de barriles diarios, lo cual provocarÃa un alza de precios, que podrÃan llegar a 200 dólares por barril. Además, Arabia Saudita no aceptarÃa pagos en dólares estadounidenses, provocando asà el fin de la hegemonÃa mundial de esa moneda;
Arabia Saudita se alejarÃa de Washington para acercarse a Teherán;
Arabia Saudita comprarÃa armamento a Rusia y China. El reino propondrÃa además a Rusia abrir una base militar en suelo saudita, concretamente en la provincia de Tabuk, en el noroeste, o sea cerca de Siria, LÃbano e Irak;
de la noche a la mañana, Arabia Saudita pasarÃa a respaldar al Hamas y al Hezbollah.
Despojos para el vencedor
Consciente de los daños que la fiera es capaz de provocar, la Casa Blanca promete a sus perros parte de los despojos. Recordando tardÃamente sus bellos discursos sobre los Derechos Humanos, las potencias occidentales claman en coro que ya no soportan más esa tiranÃa medieval. Uno a uno, todos los lÃderes económicos de Occidente se alinean tras las instrucciones de Washington y anulan su participación en el Foro de Riad. Recordando que Jamal Khashoggi era residente estadounidense, el presidente Trump y su consejero Jared Kushner hablan de confiscar bienes, que pasarÃan a manos de Estados Unidos.
Mientras tanto, en Tel Aviv reina el pánico. El prÃncipe MBS era el mejor socio del primer ministro israelÃ, Benyamin Netanyahu. Netanyahu incluso solicitó al prÃncipe heredero la creación de un estado mayor común israelo-saudita en Somalilandia para aplastar a los yemenitas. MBS viajó en secreto a Israel a finales de 2017. El ex embajador de Estados Unidos en Tel Aviv, Daniel B. Shapiro, advierte a sus correligionarios israelÃes que, al aliarse al prÃncipe heredero saudita, Netanyahu pone a Israel en peligro.
El Pacto del Quincy sólo protege al rey de Arabia Saudita. No incluye al prÃncipe heredero.
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