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Edición 413
Escrito por Feliciano Hernández   
Sábado, 30 de Enero de 2021 13:35

 41317

AMLO CONTRA EL VIRUS

Feliciano Hernández*

*Se le atoran las velocidades al Mandatario

Ciudad de México.- La aparición del imprevisto y desastroso Covid-19 logró revelar y acentuar algunos de los rasgos más negativos del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), mostrando al mundo a un mandatario errático, desinformado, intolerante, evasivo, siempre a la defensiva y falto de empatía ante los más de 300 mil muertos, confirmados y sin confirmar que arrojó la pandemia en todo el país al inicio del año nuevo, y todavía lejos de hacerse realidad el sueño de las vacunas.

“EL VIRUS NOS CAYÓ como anillo al dedo”, diría en tono escéptico sobre la gravedad del patógeno, seguramente sin imaginar que pronto la cuenta fúnebre de México sobrepasaría las cifras más temidas.

Por eso y por sus propios errores algunas de las soluciones que prometió a los GRAVES problemas del país, siguen no solo pendientes sino más DIFÍCILES de lograr luego de las complicaciones que ha tenido su gobierno, ya a más de dos años de su toma de protesta y, peor, descortés ante el flamante presidente de Estados Unidos, Joe Biden, el único que podrá y deberá ayudar a México por la codependencia económica de ambos países.

Está claro que los principales cambios esperados y prometidos por el candidato AMLO están lejos de concretarse. Es el caso en materia de INSEGURIDAD pública, CORRUPCION, generación de EMPLEO y reactivación económica. Algunas estadísticas incluso reflejan un empeoramiento o en el mejor de los casos una leve disminución, que es igual a nada. Mientras el tiempo corre veloz hacia la mitad de su sexenio y con escasos logros legislativos y programáticos.

Así, el polémico reformista —forjado en la protesta social y en los mítines multitudinarios durante al menos 30 años— pronto llegará al medio término de su mandato sin un gran ACUERDO nacional por el cambio, a partir de lo cual su poder comenzará a declinar y es dudoso que para entonces pueda contabilizar lo que no pudo concretar en la primera parte de su sexenio.

El centro de los reflectores

Un primer obstáculo del tabasqueño más famoso en la historia de México —y habría que decir, de la humanidad: por su delirio de grandeza a él le gusta siempre ser comparado— es la trascendente elección intermedia, que tiene a la vuelta de la esquina, en la que juega como experto con los viejos y mañosos recursos que le ha dado la lucha política, para CONSERVAR la mayoría en el Congreso.

Si la pierde, el país asistirá al cierre anticipado del sexenio y tendrá un López Obrador irascible, más propenso a excederse en los términos idiomáticos y a la defensiva ante la menor crítica, con unos opositores crecidos oliendo a pólvora. La simple sospecha de tal escenario lo consume. Por eso tuvo que salir a presumir en su acostumbrada “mañanera” que fue reconocido como “el 2º. Mandatario mejor calificado del planeta”, y de toda la galaxia, le faltó agregar, siguiendo su gusto megalómano por sentirse el centro de los reflectores y el número uno en todo.

El hecho es que a los pocos días recibió duras críticas de la escritora Elena Poniatowska —ya decepcionada, igual que muchos seguidores que lo apoyaron durante décadas—, siendo ella una de sus mejores aliadas durante la campaña, pero que poco a poco se ha distanciado del presidente, “por hartazgo” de sus conferencias, en las que discrimina, ataca, se contradice, regaña y divide a los mexicanos con saltos triples dignos del mejor trapecista, pero sin red de protección.

¿Qué mutaciones sufrió AMLO en estos dos vertiginosos años que lleva en el poder, en los que ha desconcertado a buena parte de sus seguidores? El entrante presidente comenzó muy bien, sorprendiendo a tirios y troyanos; con capacidad ejecutiva, muy entusiasmado. Se comentó que ante su arrollador triunfo Peña Nieto le había entregado el poder antes de tiempo. Incluso las primeras encuestas que midieron su desempeño registraron que López Obrador tenía en porcentaje mucha mayor aprobación de la que había logrado en votos.

Sin duda aquellos datos eran reflejo de que millones de electores que no sufragaron por él de todos modos le dieron su confianza porque le vieron ganas de cambiar al país, conforme a la agenda ANTICORRUPCIÓN que había impulsado en su campaña de más de 12 años. Sin embargo, medio año después y ante sus contradicciones comenzó a perder parte importante de ese apoyo abrumador, de casi el 80 por ciento, según varias encuestadoras que dos años después en un sube y baja le otorgan un 60 por ciento de aprobación.

En las mieles del poder

Con pocos escépticos en contra, AMLO pudo posicionar fuertemente su autodenominada Cuarta Transformacion (4T), en la que quiso sintetizar la suma de sus propuestas de cambio —las que solo él conoce—, a partir de lo cual todos sus simpatizantes y adversarios comenzaron a medirlo. Pero un defecto importante de esa 4T fue que nunca explicó sus alcances en detalle.

El entonces confiado presidente se limitaría a mencionar que esa 4T era del tamaño de los grandes movimientos históricos nacionales como la Independencia, la Reforma y la Revolución. Y dejó el resto al imaginario popular. Sus seguidores y adversarios comenzaron a repetir la frase acríticamente, cada quien imaginando lo que sus filias o fobias le permitieran y no pocos llegaron a enamorarse del eslogan; muchos quedaron deslumbrados ante las propiedades curativas que el autor le atribuyó a su movimiento por el cambio, pero que nunca ha logrado explicar sin asomo de duda.

Lo que se pudo apreciar con el paso de los meses fue que la falta de sustancia de la famosa 4T no fue una estrategia deliberada del recién estrenado presidente, sino una carencia programática, conceptual e ideológica del mandatario y de los integrantes de su gabinete, ideólogos, consejeros y asesores, que a más de dos años en el poder dejaron ver sus limitaciones intelectuales, su falta de visión o compromiso, sus lastres ideológicos, y por lo tanto, la debilidad estructural de su “gran” propuesta.

Una de sus primeras decisiones que le sumó aplausos de toda la gradería fue ordenar la desaparición del oneroso Estado Mayor Presidencial —encargado de la seguridad personal de los mandatarios en los tiempos del PRIAN—, que en sus peores momentos burocráticos llegó a sumar miles de soldados que hacían lujo de despliegue en las presentaciones de los presidentes, donde quiera que fueran, y los cuidaban en sus bienes y familias con excesos que López Obrador consideraba insostenibles. Con ese punto ganó total respaldo popular. Más aplausos.

Por esos días también consiguió amplio apoyo de los gobernados con su iniciativa de ley de sueldos máximos de la alta burocracia en los tres poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) para acabar con los ABUSOS sistemáticos estableciendo que nadie ganara más que el presidente de la república… Otra vez fuertes y prolongados plausos.

Del erario, los reyezuelos

Sin embargo, con tal propuesta de sueldos máximos para las élites burocráticas ocasionó tanto disgusto en los afectados que los del Poder Judicial y organismo autónomos se opusieron y ganaron amparos; a la fecha el importante asunto sigue sin resolverse y los destinatarios siguen abusivamente viviendo del erario como reyezuelos.

Con sus niveles de aprobación en la cúspide, AMLO siguió dándole velocidad a sus programas estrella de asistencia social, que como promesas de campaña le sumaron muchos votos: “Jóvenes construyendo el futuro”, “Pensión para adultos mayores y discapacitados” y “Sembrando vida”, para campesinos. AMLO vivió en esos meses excelentes momentos, disfrutando las mieles del poder (seguramente el maldito virus ya preparaba su devastador ataque, pero todavía en silencio y lejos del país).

La aprobación del presidente siguió en las nubes. Eran los mejores meses en la vida del político que había resistido todos los ataques y demostrado una persistencia como pocos. Se percibía una confianza de la gente en que finalmente había llegado al poder un hombre verdaderamente dispuesto a cambiar a México.

A comienzos del fatídico 2020, ya metido en problemas por sus crecientes contradicciones, AMLO anunció la atención médica gratuita, con medicinas incluidas, para todos los que estuvieran fuera de algunas de las instituciones del sector salud. Aseguró que a través de su Instituto Nacional de Salud para el Bienestar (Insabi) —sustituto del Seguro Popular—. “Tendremos un sistema tan bueno, de primer mundo, como el de Dinamarca”, diría eufórico el mandatario. Aplausos prolongados y esperanzadores. ¿Quién se los negaría ante una demanda tan sentida, tan prometida y tan esperada por millones de mexicanos excluidos?

Sus polémicas decisiones

¿Qué le pasó al entusiasmado presidente, el de la votación y aprobación históricas? ¿Dónde extravió la brújula? ¿Dónde quedó el enjundioso aspirante presidencial?

Se puede afirmar que hasta antes del virus el mayor tropiezo del crecido presidente fue su inamovible decisión de frustrar el archimillonario proyecto del aeropuerto internacional que su predecesor levantaba en Texcoco. AMLO Perdió mucho tiempo explicando y defendiendo su empecinamiento de sepultar aquel sueño de poderosos empresarios; al mismo tiempo tratando de posicionar contra viento y marea su modesto proyecto alternativo de Santa Lucía. Y se salió con la suya, pero ese polémico asunto le generó muchos RENCORES y poderosos adversarios.

Ahí comenzó a erosionarse el titán electoral que llegó a ser López Obrador. Poco a poco o muy rápido según la visión de cada quien, pero es innegable que comenzó su caída.

Otras decisiones que le significaron también mucha pérdida de tiempo y pleitos en varios frentes fueron sus megaproyectos el Tren Maya y la Refinería Dos Bocas, por caros e inconvenientes, según sus críticos. Todavía al inicio de su tercer año de gobierno, el 2021 —en lo más grave de la pandemia del Covid-19— el debate contra los megaproyectos siguió en el centro de los reclamos, con voces de notables, como el Ing. Cuauhtémoc Cárdenas, sugiriéndole que pospusiera tales emprendimientos y que reasignara los recursos para luchar contra el virus.

“Ni los veo ni los oigo”, fue la respuesta silenciosa pero implícita del inamovible presidente. Así la famosa frase de Carlos Salinas ante sus críticos recobró plena vigencia como premisa del actual gobierno. Increíble pero cierto. “La estrategia ha funcionado, así que no hay cambios”, diría en plena catástrofe viral y como segunda versión de “El virus nos cayó como anillo al dedo”; al mismo tiempo defendiendo a su cuestionado vocero y estratega antivirus: “El subsecretario Gatell es de los mejores funcionarios del mundo”.

En medio de estos casos de mayor resonancia, que fueron restándole aprobación al presidente, estuvo su negativa a autorizarle permiso de operación a la empresa cervecera trasnacional Constellation Brand, en Baja California, con intenciones de invertir para exportar dos mil millones de dólares; asimismo, el negarles también operaciones a las generadoras privadas de energía eléctrica.

Además, AMLO siguió calentando el termómetro político por su decisión de asignar más de 100 millones para invertir en su deporte favorito, el béisbol, mientras faltaban tanques de oxígeno, cubrebocas, gel antibacterial y más equipo en clínicas para atender a los contagiados del infame virus.

Su criticable falta de empatía hacia las mujeres por los feminicidios se sumó a la ya larga cuenta de negativos que iba sumando el presidente. En ese contexto de desaprobación contra AMLO se recuerda su falta de solidaridad y de empatía hacia la familia LeBaron, que sufrió la masacre de varios de sus integrantes —niños y mujeres— y que fueron desdeñados por el mandatario en su caminata por la paz y la justicia, acompañados del activista y poeta Javier Sicilia, a quienes les negó una recepción en Palacio y ni siquiera en la explanada del Zócalo adjunto. “Es politiquería”, diría como pretexto, por identificar a los mencionados activistas como causantes de cierto descrédito hacia su persona y su gobierno.

En tal sentido fue también su clara disposición para cohabitar con los capos del narcotráfico. Una demostración —con la que ganó menciones en la prensa internacional— fue cuando ordenó la liberación del narcotraficante Ovidio Guzmán, el ahora tristemente famoso y crecido hijo del Chapo Guzmán — “perdón, del señor Joaquín Guzmán Loera”, diría el presidente mexicano—. Quizás haya sido ese momento la expresión más clara y convincente de que el ilustre tabasqueño estaba dispuesto a llevar a sus últimas consecuencias su política anticrimen de “abrazos, no balazos… ya pórtense bien”.

El jinete del Apocalipsis

Paradójicamente, a pesar de haberse expuesto al virus en forma necia e irresponsable ante los ojos de todos, AMLO resistió el contagio físico del Covid-19 durante un año, aunque varios de sus más cercanos colaboradores fueron alcanzados por el protagónico microorganismo. Sin embargo, ya se puede afirmar que Andrés Manuel López Obrador es y será la mayor víctima simbólica del microscópico ente al que siempre le negó importancia.

Con el virus también llegó la debacle del presidente, la bestezuela que le ha arrebatado las páginas doradas de la historia nacional. Porque antes de que las vacunas surtan efecto, otros doscientos mil o trescientos mil mexicanos se sumarán a la cuenta del presidente.

El 27 de febrero del 2020 se identificó al primer viajero que entró a México acompañado por el mortal patógeno. Durante los días siguientes buena parte de los mexicanos y de las autoridades pusieron mayor atención en la noticia, no tanto por lo que pasaba en el país sino por los estragos que el bicho maldito ya ocasionaba en Europa.

Desde entonces AMLO comenzó a dar de qué hablar por sus singulares desplantes: “Salgan, salgan, no se encierren, yo les voy a decir cuándo”, decía una y otra vez el mexicano, reacio a reconocer la peligrosidad del engendro y a pedirle al “pueblo bueno” que acatara las recomendaciones sanitarias globales: “Vayan a comer a los restaurantes, abrácense”, repetía desafiante el mandatario siempre ignorando a los expertos independientes con lo de la sana distancia.

Quedará para las páginas de la historia nacional que como Jefe de Estado y en alocución oficial AMLO recomendó como escudo antiviral refugiarse en las creencias religiosas: “Detente enemigo, que Jesús está conmigo”, aleccionaba AMLO a sus gobernados en horario estelar de TV sobre la forma de protegerse del ya para entonces crecido animalote, denominado elegantemente Covid-19 por la OMS.

Ante la cada vez mayor cifra de muertos que ya había sobrepasado el “escenario catastrófico de 60 mil defunciones” que había predicho Hugo López Gatell, el infausto corresponsable de la mortandad que dejaba el diminuto ente, el Ejecutivo siguió repitiendo: “Ya aplanamos la curva…ya domamos al virus”, “la estrategia ha funcionado, no tenemos por qué cambiarla”, desafiaba un incansable Andrés Manuel cada vez más nervioso, irascible ante sus críticos y, convertido en el Jinete del Apocalipsis para la población de adultos mayores, la gran mayoría pobres, el 70 por ciento de las víctimas mortales del coronavirus, paradójicamente seguidores fieles de su empecinado guía moral, más ocupado en victimizarse: “Soy el más criticado de toda la historia”.

Aferrado a su cuestionable estrategia, sin embargo, el tabasqueño cedió a la presión para permitir el acceso privado de personas físicas y morales a la compra directa de vacunas, por la urgencia que planteaba el avance de la microscópica bestia, pero siguió dando vuelo a su demagogia triunfalista referente a la vacuna: “Para todos gratis”. Mientras, en el horizonte lejano de una inmunización masiva, lenta e incierta, podía asomarse la nada remota cifra de unos 500 mil muertos, antes de la esperada solución clínica.

En estos dos años, los mayores problemas de México se le complicaron al presidente, al tiempo que se incrementó el temor y la incertidumbre nacional frente al Covid-19; con un gobierno sin recursos para enfrentar la pandemia, prácticamente aislado por la poderosa iniciativa privada; reacio a contratar deuda para ayudar a sus gobernados; resistente a usar el cubrebocas y recomendarlo, y negativo ante la sana distancia.

Ya volando rumbo a la mitad de su sexenio y ante un referéndum que será la elección intermedia, el presidente llega con problemas agigantados, con pocos logros para presumir, y quién sabe si le alcancen.

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