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No pueden
difundir cultura quienes
no la tienen
FERNANDO DÍEZ DE URDANIVIA
De muy buen tiempo a la fecha, vivimos a base de palabras enajenadas que nos trastornan el entendimiento. Una sobresaliente es cultura. Se pronuncia con algo que parece estar entre la ignorancia y el engaño, y se escucha con el pasmo entusiasmado del que tiene urgencia de creer.
Los antropólogos armaron la confusión al decir que cuanto el hombre hace es cultura, y muchos sabidillos dieron en utilizar el término "alta cultura". Con lo primero, se abrió el paso a la cultura del deporte, del vestido, de la televisión y de todo lo que ustedes quieran. Con lo segundo, se sigue fomentando la idea de que hay un elevado paraíso cultural no apto para los millones de chaparros que forman la masa.
De manera muy señalada, en boca de políticos, la palabra cultura tiene cada día más aspecto de muletilla demagógica y demuestra que quienes la usan ignoran su trascendencia o aprovechan la ignorancia general.
José Clemente Orozco
A partir de la que se sigue llamando conquista, por no llamarla invasión, México ha sido tierra fértil de cultura amorfa. Nuestras ricas herencias aborígenes cayeron a empujones de la cultura europea con el mismo estrépito de los ídolos destronados por el cristianismo. Un pueblo mestizo como el mexicano no tuvo oportunidad de mezclar dos sabidurías ancestrales en la misma retorta y hoy contempla la mitad de sus raíces con ojos de turista sorprendido.
Después de la celebradísima Independencia y la no menos cacareada Revolución, creímos haber hallado una identidad nacional que no sabemos lo que es porque fuimos aceptando más y más la penetración extranjera procedente del norte.
Al cabo de la primera década del tercer milenio, el panorama no parece halagador. Se están perdiendo las pocas y débiles agarraderas. La difusión cultural, que había sido obra de todos, está siendo concentrada en manos gubernamentales donde los grandes adalides que se llamaban Orozco, Vasconcelos, Torres Bodet, Yáñez, Novo y Carlos Chávez, son sucedidos por burócratas grises que, en el mejor de los casos, tienen título de "promotor cultural", lo que no es una carrera sino una mística.
El país sufre, como nunca antes, una avalancha salvaje que es al mismo tiempo síntoma, peligro, reto y resultado. Lo que llamamos sociedad está en el límite; el futuro se columbra incierto; sabemos que urge hacer algo, pero no en qué consiste ni los medios para hacerlo; estamos conscientes de que la crisis no es tal, sino paso en la evolución de un mal colectivo que se
Jaime Torres Bodet
Muy pocos entienden que hacemos frente a un problema que, más allá de todos los adjetivos que se le quieran poner, le conviene el cultural. Niños, jóvenes y adultos hemos perdido casi todas las amarras con los valores del arte, de las letras, de la música, que son incentivos de vida. La nefasta sustitución se llama droga, violencia, guerra del hombre contra el hombre, pero sobre todo contra sí mismo, porque cada vez sabe menos para qué está aquí.
Estas líneas que marcan mi feliz regreso a las páginas de Voces del Periodista apenas alcanzan a plantear una grave cuestión sobre la que se irá reflexionando. ¿A dónde vamos? Partamos de este hecho: nuestra cultura anda muy mal, porque no pueden difundir cultura quienes no la tienen.
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