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18 de marzo: Reversa a la
nacionalización petrolera
Cuando aún espejeaban las luces del cambio prometido y todavía sin divulgarse el Plan Nacional de Desarrollo para el sexenio, el 1 de junio de 2001 se presentó a todo tren el proyecto de Reforma Estructural de la Industria Petrolera. Con el bono democrático aún en promisorios saldos, al presidente Vicente Fox se le llenaba su ancha boca con superlativos como el gabinetazo, el reformón, etcétera, de suerte que ese anuncio generó optimistas expectativas, pues, dijo el entonces director general de Pemex, Raúl Muñoz Leos, “es un tema de la mayor relevancia para la administración del presidente Fox”. Se trata, puntualizó el funcionario, de hacer de Pemex una empresa de clase mundial.
De la industria petrolera mexicana en ese momento, Muñoz Leos destacó su gran potencial de rentabilidad sobre la base de reservas ya descubiertas y otras que tenemos por confirmar, cuya explotación se ha caracterizado por tener costos bajos de producción. Con la transformación de Pemex en una empresa de excelencia de clase mundial y de claro interés nacional, dijo, se abrirán múltiples posibilidades de inversión a la iniciativa privada nacional e internacional. Apenas unas líneas antes, Muñoz Ledo había precisado, sin embargo, que la reforma estructural no significaba, bajo ninguna circunstancia, privatizar Pemex. Permanecería como un organismo público de carácter estratégico.
Desde entonces reconoció Muñoz Leos, que de 1981 a 2000, las inversiones en exploración y producción de hidrocarburos habían caído de 13 mil 300 millones de dólares a cinco mil 200 millones de dólares. Durante los últimos 20 años, Pemex sólo había obtenido la mitad de los recursos presupuestales que requería para financiar sus programas. Los últimos 20 años a los que se refería el director general de la paraestatal, sin mencionarlo explícitamente, eran los de los gobiernos de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo Ponce de León. Este último, en la crisis de 1994-1995, había hipotecado la factura petrolera para garantizar los préstamos del salvataje instrumentado por Bill Clinton.
La advertencia del 1 de julio de 2001 fue electrizante: Una crisis mayor de reservas y producción petroleras, significaría destrucción de valor en nuestra industria, riesgo de desabasto de gas y, más adelante, caída de exportaciones de petróleo crudo, pérdida de competitividad en el mercado internacional y reducción de ingresos fiscales para el gobierno federal. Muñoz Leos terminó finalmente en graves líos de lesa economía petrolera. A la luz de los tremendos hechos actuales, no se sabe si su anuncio de 2001 fue un acto de buena fe o la revelación de las intenciones ocultas de los gobiernos del PAN.
A los anales que registran la gestión petrolera del panismo, pasan los datos de que Vicente Fox logró que la empresa Petróleos Mexicanos cayera del quinto lugar del raking mundial al onzavo. En el segundo trienio de su administración se desvanecieron en el éter más de 600 mil millones de dólares de ingreso petrolero, Pemex apareció como una de las empresas del ramo más endeudadas en el planeta y las reservas de crudo se desplomaron en casi un 50 por ciento. Esa tendencia ha continuado durante el gobierno de Felipe Calderón: En relación inversa al auge de los precios petroleros, la economía de Pemex se sigue erosionando, a pesar de la reforma energética promovida desde 2008 por el Congreso de la Unión.
No existe voluntad política para revertir ese depredador proceso. El PAN, que se fundó para atacar la obra de Lázaro Cárdenas, parecería dispuesto a regresar la industria petrolera a la odiosa situación previa a la nacionalización el 18 de marzo de 1938. Esto es, ponerla totalmente en manos de los inversionistas extranjeros.
Pemex se encuentra ahora en la explosiva paradoja de los años setenta del siglo pasado: Por la especulación de las trasnacionales de la industria dominantes en el Medio Oriente, la crisis de los precios llenó las arcas del erario público mexicano. Pero, por la ensoberbecida actitud de los regímenes de los países árabes, hoy en conflictos políticos internos, los Estados Unidos recrudecieron y recrudecen nuevamente su apetito por los yacimientos mexicanos.
El lúcido experto en geopolítica del petróleo, doctor John Saxe-Fernández declaró recientemente a La Jornada: “La guerra contra el narcotráfico emprendida por el gobierno de Felipe Calderón, es solamente una cobertura para distraer a las Fuerzas Armadas de su labor principal: Salvaguardar la soberanía nacional y, de esa manera, permitir que el gobierno estadunidense se apodere del petróleo mexicano”. Con eso está dicho todo.
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