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Edición 257
Escrito por PINO PÁEZ   
Viernes, 29 de Abril de 2011 17:34

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retobos

Lectura de café

No son los asientos del café turco los que revelan posteridades, en cuanto la magnífica liquidez de la noche sea bebida; cada que a sorbos de cafecito se lee... las palabras crecen y el panorama se amplía, cual abanico que una mujer revolotea contra el estío.

 

Sección y succión de burrístico parrafote

Con el arbitraje de cargadísimo café, humeante y levitado por el soporte-sopor de la más deliciosa tiniebla... aparece fray Tomás de Ortiz, de alta jerarquía en la Iglesia española, está espantado el clérigo, indignadísimo también, por lo que sus ojos testifican en los primeros tiempos del dominio hispano en América: indios, muchos indios a la intemperie de sus cuevas y a la intemperie de sus carnes, indios encueradísimos de pudor, no hay hembras, sólo machos sodomizándose, inspeccionándose pecadotes en la retaguardia, a la vista del mar que les corea una brisa igualmente pecaminosa; no son seres humanos para el religioso, sino animales rarísimos y pavorosos, alebrijes con algo de burros. (¿Qué les habrá visto el santísimo varón de aquella tan masiva desnudez?)

El café -tibiecito y humedecido- traspasa las aduanas del gaznate, en tanto la retina persigue con su luz al fraile que testificó rigurosas burradas, se le sigue en el ensayo psicología e historia (con puras-impuras minúsculas), estudio de siete autores antologados por Germán Álvarez y Jorge Molina, en una publicación de la UNAM, donde el frailecito aquél, en informe que envió al Consejo de Indias, acerca de las literales burrerías vistas y revistas, reporta que los autóctonos son “sodométicos”, “bestiales”, “traidores”, “ladrones”, “haraganes”, “mentirosos”, “hechiceros”, “crueles”, “apocados”, “nigrománticos...” y, entre el carrusel de los epítetos, afirma que “comen piojos” crudos, ni siquiera en guisadito a fuego lento, ni liendres que ejerzan el aristocrático oficio del caviar.

 

El cafecito no se enfría, tampoco la reflexión: ¿No surgen acaso así las tretas del estereotipo?, ¿no justifican esclavistas y demás expoliadores su estatus por divina superioridá?

 

A buchecitos cafeteros más cargados que dorsales de estibador... del término “nigrománticos” cuestionarios deduce el cafetólogo: ¿Sería ése el causal  que hizo a Ignacio Ramírez asumir el nombre artístico -o lo que elegantes de lengüita floreada definen pen name- de El Nigromante?, ¿en la sinrazón de don Tomás, el veedor aquél de burrotes encuerados, se fincaría la razón de poner crédito y rúbrica en nigromancia?

 

Por Dios que El Nigromante sí existió

Qué gran pensador y polemista era El Nigromante en tramo largo de la decimonónica centuria; poeta, articulista, editor... En el paladar está enterita la noche con sus velorios de cafeína, de la bóveda palatina desciende la frase de don Ignacio “Dios no existe”, anterior y más profunda a la nietzcheana “Dios ha muerto”, antagónica oración en contenido, aunque similar en diferente rumbo y género al vals Dios nunca muere, de Macedonio Alcalá. Del Dios perpetuo al Dios fenecido... está el Dios nigromántico que nuca fue, que jamás estuvo, que no Es.

 

Vierte la jarrita el diluvio al menudeo de otra humeante bendición anochecida, la tacita queda rebosante de obesidad oscura, el labio se moja y la deducción recurre, escurre y discurre: Ignacio Ramírez se puso El Nigromante porque en la nigromancia la vida habla con la muerte, sin intermediación de espiritistas... ni de Dios, a solas el recuerdo y la existencia... y el poblado de voces que la memorable soledad recupera.

 

Otro chasquido... y El Nigromante con la juventud a cuestas en un centro de altos estudios toluqueño repite, na’más para que el encafetado reescuche, “Dios no existe” y un sonoro santanero sin orquesta ni bómboro cuñá cuñá, un alquilado adorador de Santa Anna, el coronel español Pérez Gómez, desde la réplica de la vera historia que recoge Daniel Moreno en Ignacio Ramírez libertador del espíritu, se desgañita escandalizado y opositor con un salivario de paredones: “¡Mueran las Ciencias y las Artes!”, mismote desgañitamiento y mismito escándalo que casi un siglo después, en 1936, el general franquista Millán Astray expectorara contra Unamuno, con la variante de idéntico fondo: “¡Muera la inteligencia!” también en un centro de altos estudios pero en España. Hay versiones acerca de que el militar fascista fue descontextualizado del “inteligente morir”, pero así actuó en esencia; a Salvador Novo le atribuyen haber dicho el 3 de octubre del ’68 que desayunó opíparamente tras enterarse de la matanza de la víspera, eso no lo dijo pero así actuó en esencia; hay relatos de que en un encuentro fortuito entre el exrector Javier Barros Sierra y el expresidente Díaz Ordaz, éste se le adelantó, abrió una puertecita, invitándolo a pasar con venenosa cortesía “Primero los sabios”, a lo que aquél en antídoto respondió: “Mejor pase usted: primero los resabios”, tal coloquio y encuentro no se dieron, pero así se actuó en esencia; a Luis Echeverría hacen creador del neoaristotélico silogismo: “No soy de izquierda ni derecha sino todo lo contrario”, tal geometría oral no ocurrió, pero así actuó en esencia; el epicúreo filosofar de don Jelipe del “Haiga sido como haiga sido” sí lo exteriorizó y así actúa en esencia.

 

PARAPINO

Cómo el mostacho gotea la más deliciosa de las neblinas, tras traguitos festineros de café; de la niebla embigotada sin reaparecer aparece El Nigromante, está en Tlaxcala, cuando ésta todavía es parte de Querétaro, donde funge de representante gubernamental en este 1848 que ya duele una mutilación, un tragote de penumbra casi atraganta al deducidor, no por la liquidez bebida: por descubrir a Ignacio Ramírez corriendo, transpirante de lagunas, con la desesperación que casi lo desorbita, que casi lo deja a ciegas, persigue a la población congregada en una manda, toda la comunidad marcha y reza, El Nigromante alcanza la manifestación religiosa, se sitúa enfrente, entre sílabas cortadas por fatiga y taquicardia... les pide retornar y hacer barricadas contra los gringuísimos marines que se hallan a punto de introducirse al centro del país, todos lo escuchan con respeto... y con respeto todos lo vadean... y continúan todos su destino rumbo a un ceremonial en que el sentimiento colectivo de patria aún está por construir.

 

¿Adónde va la patria cuando el declamador culmina su recital?

 

La tercera taza de café reimplanta su beatífica espiral de humareda, El Nigromante está desolado y el cafetómano vuelve a reflexionar entre chasquidos que latiguean: la patria es la posesión común de quienes se reflejan tumultuarios, como si la tierra fuera un gran espejo en que reverbera el grito del que está por nacer... y el estertor con que se anuncia la partida. ¿Qué sentimiento de patria podría suscitarse, si en el mismo temporal de la invasión gringa la oligarquía del sureste ofertaba Yucatán (al que entonces pertenecían Campeche y Quintana Roo) a ¡Estados Unidos! a cambio de “Salvar a la gente blanca”, rogativa textual de Justo Sierra O’Reylli (abuelo del que sería ministro porfirista), de su suegro y cacique Santiago Méndez, de Manuel Barbachano dueño de otro cacicazgo en la región? Estaban de acuerdo en ser una estrellita más en la charola y banderola USA tan pronto los marines masacraran a los indios de la localidad, contra los cuales “las gentes de razón” enarbolaron la “guerra de castas”, eufemismo de lucha de clases.

 

Lo eufemístico no es el cafecito que se saborea diluido en madrugada tibiecita, los oligarcas yucatecos disfrazaban su separatismo de la república de contrariedad al centralismo, pretendiendo no hacer visible lo que estaba frente a cualquier vistazo: la esclavitud, los indios que vendían, en disfraz de convenio, a latifundistas que en Cuba tenían ingenios azucareros, trabajadores sin retórica exprimidos como el bagazo de los cañaverales. El presidente estadounidense James Polk, aceptó los ruegos de don Justo, don Manuel y don Santiago, hasta etiquetó el entreguismo: Yucatan Bill (sin acento pero con mayúscula entrega inmediata), pero el Congreso desestimó el regalito, ya estaban en su hervor las pugnas entre norteños y surianos que dos décadas después derivaron en la guerra de secesión. ¿Cuál sentimiento de patria podrían generar mercaderes de tal extirpe y ralea?

 

El café se agota y el espacio también, el cafeteante da un sorbo grande a la postrer tacita, deduce que el sentido colectivo de patria (no patrioterismo a lo Salinas, a lo Zedillo, a lo Fox, a lo don Jelipe que entre más desnacionalizan, más banderotas tejen y saludan con emoción de soldaditos de plomo) se suscitó el 5 de mayo de 1862, luego que indios zacapoaxtlas y mestizos hicieran recular al ejército francés, de esa victoria coyuntural surgirían los chinacos, la guerrilla que hizo imposible la estabilidad del “emperador”. Allí estuvieron El Nigromante, Miguel Negrete e Ignacio Zaragoza... Allí la construida patria estuvo.

 

¿Y antes? de nuevo cavila el bebedor que acude a la sapiencia de un liberal de la época, a José María Luis Mora, educador, analista, artífice del periodismo como El Nigromante, propulsor del laicismo, uno de los más enfáticos estudiosos y militantes del ineludible requerimiento de la división entre Estado e Iglesia; él sin redundancias era de esa era, él tuvo mucho qué decir y más qué hacer.

 

Al igual que las cuartillas el café agoniza, chiquetea el bebedor al moribundo, a la par que busca contestaciones de don José María Luis en El liberalismo mexicano en la época de Mora, de Charles A. Hale; otra vez 1848, el doctor Mora desempeña funciones diplomáticas en Inglaterra (a la que también aquellos mercaderes quisieron obsequiarle Yucatán), el liberal mexicano pide consejo al británico Henry Palmerston “... solicitó al gobierno inglés (...) que prestase ayuda para reprimir a los indios de Yucatán que estaban persiguiendo con ‘inaudita barbarie el designio de exterminar la clase blanca”, añadiendo  que “preferiría perder esa aparte del territorio más bien que cederla a tribus que apenas se hallan iniciadas en la civilización...”.

 

¡Eso lo asentó un liberal progresista! ¡Que no asentaron los conservadores¡ Y ya que de asientos versa el café, en asientos de café se vislumbra el josealfrediano “último trago y nos vamos”, el consejo al doctor Mora fue “Blanquear la población”, algo similar a lo que Justo Sierra Méndez anotara en su Evolución política del pueblo mexicano, ensayo en el cual recomienda que gente blanca, de preferencia europea, se mezcle con indios, pues de lo contrario no habría “evolución” sino “involución”. Otra tesis disparatada disparó el italiano Julius Evola (políticamente ¡a la derecha de Mussolini!), quien difirió de la darwiniana teoría evolutiva, puesto que las especies inferiores, al igual que las razas inferiores... son el producto fatal de la involución, el hibridismo aquí negrea, changuiza, ratonea... hasta culminar en ameba sin entrañas que desentrañar.

 

Café y papel finiquitaron, pero no el insomnio de un bebedor que chascos chasquea por chasquidos.

 

{vozmeend}


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