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38 mil horas “gobierno”: ¡40 mil muertos!
Las muchas voces de una marcha
MA. ESTHER PIÑA SORIA
Para cuando estas líneas aparezcan impresas ya será mucha la tinta utilizada para reseñar el clamor que congregó a decenas de miles de personas en la ciudad de México y que culminara el 8 de mayo con un mitin en el zócalo capitalino. Habrá mucho que decir todavía para sólo intentar entender el acto en sí mismo. Ninguna voz por sí misma podrá, sin embargo, hacerlo: Son demasiados los dolores que se congregaron, las rabias que acudieron a sumarse a una convocatoria que salió del coraje de quienes no suelen participar en lo que se ha dado en llamar política mexicana.
No bien había concluido el acto central y en los medios electrónicos los corifeos de oficio que se presumen como líderes de opinión ya habían dado su supuestamente docta palabra. Se perdían, como siempre, en su indignación por el caos vehicular, minimizaban el número de asistentes, se apoyaban en tomas aéreas y descalificaban tanto la convocatoria como los discursos. La unanimidad en este enfoque fue notoria en los noticiarios y foros de las cadenas privadas de televisión. Así estaba el guión que desde Los Pinos o Bucareli se había venido manejando los días previos a la marcha.
Cuando los que venían de Cuernavaca apenas habían salido de Topilejo, la radio y los cortos informativos de la tele subrayaban el escaso contingente, para algunos no alcanzaba sino algo más que el millar de personas. Los más generosos hablaban de casi cinco mil y llamaban a los automovilistas a evitar la ruta de los marchistas. La convocatoria a un evento que tenía como grito principal el mexicanísimo ¡Estamos hasta la madre! no parecía haber tenido mayor eco.
Era una convocatoria prácticamente inédita, sin ninguna de las llamadas “personalidades” de la política en el estrado; realizada por el esfuerzo de muchos a quienes los medios les niegan espacios. Sin existir en de los medios televisivos, casi ninguno de los radiofónicos y muy contados de los impresos, la Marcha por la Paz con Justicia y Dignidad también llamada se organizó a fuerza de los llamados medios alternos de comunicación. Las listas de correos electrónicos, el twitter, el facebook y el siempre efectivo boca a boca al que los sin voz suelen recurrir ante la falta de otros medios.
No era fácil para los tinterillos de las noticias, pero tampoco para quienes trataron de reseñarla al calor de la propia marcha y a pie de calle porque si se habían roto todos los esquemas en la convocatoria, la asistencia misma fue prácticamente inédita. Fue una marcha convocada a muchas voces, muchas más que las que se pueden contar y que también tiene que verse con muchos ojos porque fue distinta a todo lo que se había visto antes.
Los números de los asistentes no coincidirán si se narra desde el contingente, pero hay cientos de personas que se habrán sumado para proveer de comida y alojamiento a quienes vienen en la marcha; sus voces se sumarán a las del poeta Sicilia, a las del chihuahuense Le Barón, a las de los representantes de los sobrevivientes de Acteal. Las de ellos son historias conocidas, que han tenido espacio en la prensa; las voces que en Topilejo se escuchan son las de familiares de aquellos a los que se ha desaparecido por partida doble, su ausencia no existe en los medios de comunicación pero es y duele.
En la propia ciudad de México, a la que Marcelo presume como isla dentro de un mar de violencia criminal, se narran historias de aquellos y aquellas a quienes ni siquiera se considera como desaparecidos, de los que el ministerio público se niega siquiera a levantar el acta. Suman decenas las denuncias; no son pocas tampoco las que hablan de los muertos sin justicia, de sus conocidos y reconocidos asesinos a los que la policía no persigue ni someten a proceso en los juzgados.
A pie de calle es imposible contar a quienes participan en este grito colectivo, son miles los que esperan a los lados de la carretera, muchos otros se incorporarán por tramos a la marcha, hasta donde sus fuerzas alcancen. Otros más apoyarán con viandas, frutas y agua; muchas son las manos que se extienden para entregar un papel con el nombre y generales de su familiar desaparecido, levantado o asesinado, a ver si este esfuerzo de la sociedad civil logra hacer llegar la justicia que les ha sido negada por los órganos de gobierno.
Sin son muchas las voces será muchos los ojos y oídos para, por ejemplo, contar de esa pareja de personas de avanzada edad que claman por sus dos hijos desaparecidos hace casi diez años, no es que sea mucha la esperanza de que estén vivos, por lo menos quieren saber dónde quedaron sus cuerpos, lo último que supieron de ellos es que habían sido detenidos por “agentes de la judicial” pero ninguna policía capitalina reconoce haber participado en ese hecho.
Serán otros ojos y oídos los que prestarán atención a la denuncia de una madre de un joven padre de familia a quienes los jueces niegan justicia pese a estar detenida y confesa su asesina. Otros más los que contarán de los pequeños contingentes que se suman a la altura de Xola. Habrá muchas historias, distintas todas ellas, con el común denominador de algún familiar desaparecido o asesinado en estos años de una guerra que dicen no es de ellos pero si son de ellos los muertos.
Son pocas las grandes mantas pero se cuentan por cientos los carteles con la foto del familiar por que se exige justicia, y cada uno de ellos tiene un nombre, una historia y una vida de la que han arrancados en contra de su voluntad, aunque ninguna autoridad, federal, estatal o capitalina, quiera reconocer su existencia.
Y en esto de hacer cuentas, los que marchaban eran 50 mil que caminaban detrás de la descubierta, pero los que iban por delante, los que esperaban a los lados, los dispersos, los que ya estaban en el zócalo, eran mucho más hasta sumar, según los organizadores cerca de 200 mil personas, pero la cifra no cuadrará en ningún caso; no hay forma de ponerse de acuerdo en los números sencillamente porque no había forma de contarlos, porque nunca estuvieron todos en un mismo lugar y a un mismo tiempo; muchos ya se retiraban cuando otros apenas venían entrando, otros habían acompañado la marcha sólo hasta donde sus fuerzas dieron; a muchos otros más los tomó desprevenidos el cambio de horarios, no pocos venían llegando cuando los altavoces precisaban los puntos en los que se encontraban los camiones que llevarían de regreso a quienes marcharon desde Cuernavaca.
Y todavía habrá que contar a quienes en acciones replicadas se movilizaron en Saltillo, Morelia, Monterrey, Guadalajara, Querétaro, Oaxaca, Ciudad Victoria, Culiacán, Mazatlán, Tuxtla Gutiérrez; Acapulco, Chilpancingo; León, Guanajuato; Villahermosa; Tepic; Jalapa, puerto de Veracruz; Ecatepec; La Paz; Mérida; Campeche, San Luis Potosí, Chihuahua y la que, un día antes, realizaron en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, los del grito verdadero del ¡Ya Basta!, ese que patética e inútilmente intentara apropiarse el de Los Pinos.
Y en este seguir sumando hay que hacerlo con quienes se unieron en Barcelona, París, Londres, Berlín; Río de Janeiro, Nueva York, Los Ángeles, Washington, Chicago, Houston, Seattle, Saint Paul y Vancouver de entre las que trascendieron a los medios de comunicación.
El discurso del poeta en el zócalo empezó con estas palabras: “Hemos llegado a pie, como lo hicieron los antiguos mexicanos, (…) hemos llegado aquí para volver a hacer visibles las raíces de nuestra nación, para que su desnudez, que acompañan la desnudez de la palabra, que es el silencio, y la dolorosa desnudez de nuestros muertos, nos ayuden a alumbrar el camino (…) Si hemos caminado y hemos llegado así, en silencio, es porque nuestro dolor es tan grande y tan profundo, y el horror del que proviene tan inmenso, que ya no tienen palabras con qué decirse.”
Más adelante denunciaba a los partidos, todos; a los políticos, todos; a los poderes, todos, porque se han olvidado que este México existe, y no saben ver hacia donde realmente están los problemas y por ello son incapaces de resolverlos. Preguntaba más adelante si en el 2012 lo que hay que decidir es porqué cartel votar, porque las bandas criminales se encuentran en todos los partidos y todos los gobiernos.
Sin mucha esperanza en lo que puedan o quieran hacer los de arriba, convocaba a la sociedad a iniciar una desobediencia civil. Hay, dijo, “que tener los huevos para no claudicar, para no pagar impuestos y hacerlo todos, para rodear el Senado o la Cámara de Diputados hasta que nos hagan caso”.
Pero parece que no mucho saben escuchar y ver los de arriba, el de Los Pinos cambió el tono de su discurso para reconocer que los manifestantes tienen razón en su enojo e “instruyó” a su equipo para que busque entrevistarse con los “principales organizadores de la marcha”; porque sólo así saben hacer las cosas, convocando para cooptar a unos cuantos, cuando lo que se está exigiendo es cambiar ya el rumbo, no por otra cosa sino porque sencillamente lo que hasta ahora ha hecho el titular del poder ejecutivo lejos de resolver el problema lo ha acrecentado.
Un cartel de uno de los manifestantes hacía cuentas rápidas: “38 mil horas de gobierno, 40 mil muertos”. Más de un cadáver por hora en lo que va de este sexenio…. Más lo que se acumule, mayor fracaso no se podía reseñar con menos palabras.
Nuevas acciones se anunciaron por parte de los manifestantes: La siguiente en una ciudad emblemática por el dolor que de ella se ha adueñado, Ciudad Juárez, Chihuahua, y ahí estarán los familiares de las muertas de Juárez, aquellas a las que, casi 20 años después, se les sigue negando justicia; estarán también los padres y madres de los niños de la guardería ABC, de cuya muerte los responsables gozan de total impunidad. Porque, contra lo que afirma el gobierno, el principal responsable de la sangre derramada es un gobierno que garantiza impunidad a quienes se encuentran cerca del poder. En eso coinciden las muchas voces de este país que se ha puesto en marcha.
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