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Ediciòn 290

Una idea que puede

hacerse realidad

REGINO DÃAZ REDONDO


MADRID.- DEJEMOS A UN LADO las perturbantes luchas a favor del independentismo catalán, que vuelven a surgir con singular apetito, casi gula; apartemos por un instante la negativa del gobierno a su enésima petición de rescate a la Unión Europea y su falsa negativa a caminar libre sin vigilancia de la troika, que nos acogota y ataca los pulmones y el estómago, y analicemos un fenómeno que suele presentarse en todas las épocas de penuria y de dictaduras.

Sánchez Gordillo
Sánchez Gordillo


SE TRATA DEL CASO del alcalde de Marineleda, Sevilla, Juan Manuel Sánchez Gordillo, que lleva en el cargo desde 1979 y es actualmente diputado de Izquierda Unida en el Parlamento Andaluz, donde el caso de los ERES agobia y refocila a culpables e inocentes pero que tampoco acaba de aclararse.

Este señor, mucho más tangible que las caricaturescas películas que nos presentan a inmaculados defensores de los pobres, que todos recordamos, recorre Córdoba, Jaén, Sevilla y otras poblaciones de la Comunidad, para entrar -hasta ahora pacíficamente- a los supermercados a llenar los carritos de compra con alimentos y repartirlos entre los que afuera esperan con ansiedad.

Es profesor de Historia por la Universidad de Sevilla, tiene 60 años y dos hijos, Misraim y Libertad. Ambos nombres no tienen ninguna relación en común porque el primero es el apelativo de uno de los hijos de Noé y la segunda está claramente definida.

Posee don Juan Manuel una carrera universitaria, no está loco ni se parece a Chucho el Roto ni a Robin Hood. Es un hombre entusiasta y está consiguiendo, aunque en forma no muy ortodoxa, que la gente piense más en la pírrica situación en que nos encontramos.

Al publicarse esta información, ya habrá penetrado en otros comercios donde se venden artículos de primera necesidad, como lo hizo en Mercadona y Carrefour o, en su caso, estará en la cárcel.

Lo evidente es que las familias que habitan en viviendas cacarizas de los pueblos andaluzas han recibido ayuda de su parte.  El gobierno sigue sus pasos con cautela. Si lo aprehenden sin justificar que haya cometido delitos vulnera el Estado de Derecho; puede salirle el tiro por la culata. La gente está enardecida y busca héroes en cualquier parte por lo menos para desahogar su inquietud y baja calidad de vida.

De dejarlo libre, puede crear un problema contra las instituciones corroídas por la polilla. A él se juntarán, sin duda, muchos otros, quizás no con tan buenas intenciones, pero cuya presencia pondrá de cabeza a las autoridades.

Los policías que vigilan de cerca a tan singular individuo no están muy convencidos, en su fuero interno, de que esté cometiendo fechorías o altere el orden público. Mal pagados por el Ministerio del Interior y la Comunidad, es evidente que no desean detenerlo si no existen las garantías suficientes que lo justifiquen.

Aquí se presenta un enjuiciamiento de valores morales y cívicos. Si se infringe la ley para comer, es porque el sistema no puede sostener el estatus de los ciudadanos. Es posible que el gobierno del Partido Popular, duro como siempre, inflexible a cualquier medida que no sea la dictada por él, corte por lo sano y lo ponga entre rejas.

Las consecuencias se verán muy pronto si esto ocurre, aunque los partidos políticos, con alguna que otra excepción, se mueven en un terreno oscuro y procuran quitarle hierro al caso.

El PSOE juega sus cartas en la sombra. Va a lo suyo. Está débil y con problemas internos. Rubalcaba quiere deshacerse de Carme Chacón que le molesta. Don Alfredo es un neo-socialista respetuoso del status de la economía de la UE y por lo tanto nunca estará a favor de las reivindicaciones sociales contrarias a las que dicta la troika que son seriedad y respeto a los dictados de un derecho que cada vez está más torcido.

Es por eso que Sánchez Gordillo vive un momento de euforia que puede terminarse en cuanto haya un acuerdo tácito entre los políticos de segundo nivel.

El ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, antaño candidato idóneo de la derecha para el futuro, es ahora un ultra que avala posiciones draconianas mucho más próximas a las tomadas en la década de los setenta del siglo pasado.

Sánchez Gordillo

Aunque parezca insignificante, y lo sería en tiempos normales, el parlamentario que peregrina por los pueblos y ciudades andaluzas, da esperanza a decenas de miles de personas que se encuentran en mala situación. Es decir, abre un nuevo horizonte que permite a los buscadores de utopías hacerlas realidad. Es cierto que su actitud no es nueva, como ya dijimos, pero en estas circunstancias, cualquier cosa que enfrente a la recesión mental y económica, tiene éxito.

Parte de su programa consiste en conseguir viviendas a 15 euros el mes mediante la autoconstrucción de las casas. Hay muchos ilusos que están dispuestos a iniciar esta labor. Otros, aún no se unen a la caravana de optimistas, pero tampoco la censuran. Los que tienen un hueso en los gobiernos central o autonómico, ya tachan de loco y enajenado a Juan Manuel. Para ello se basan en que una de sus autodefiniciones es ser “comunista como Cristo, Gandhi y Marxâ€,  lo que lo coloca, afirman, en el firmamento de los alienados.

Sin embargo, esta descalificación aún no se naturaliza porque este alterador del orden público no ha roto un plato, no lleva armas ni palos, ni bombas Molotov, ni navajas escondidas en los bolsillos.

En algún lugar de Andalucía el caminante contra la pobreza anunció que hará una asamblea multitudinaria -es de dudarse-, donde se confirmaría un movimiento social para la emancipación de quienes en nuestro país están a borde de la hambruna. Su comportamiento ya no es una anécdota y si hay alguien que así lo considera, está equivocado.

Claro, puede desaparecer el tumor -Sánchez Gordillo- pero el caldo de cultivo queda y pueden surgir más personajes parecidos. El sólo hablar de este asunto que a simple vista parece tan trivial, demuestra la debilidad que existe en nuestras organizaciones públicas y privadas. No es el momento de gritar ¡terremoto, terremoto!, pero sí es preciso admitir que por todos lados surgen pequeños desencantos y desniveles de opinión que producen, como en este caso, una punta del iceberg que, con el calor que ha hecho, puede derretirse y, dada su magnitud, inundarnos en pleno otoño.



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