Independencia, cuántos crímenes se cometen en tu nombre
DE EXTERMINIO GENOCIDA contra los pueblos originarios fue la Conquista de México. De discriminación y esclavitud fue el periodo del Virreinato en la Nueva España. Mientras, en Francia, Voltaire bautizaba el siglo XVIII como aurora de la razón, Wolff, el filósofo alemán, acuñaba el término Aufklärung para que Europa lo tradujera como Ilustración. Y, cuando en el viejo continente se hablaba ya del Siglo de las Luces, para la América Española era aún tiempo de oscurantismo y barbarie.
Nacionalismo y conflicto ideológico -escribe Charles A. Hale en El liberalismo mexicano en la época de Mora (1821-1853)- han sido las principales determinantes de la historiografía política mexicana. Más adelante, afirma que la era liberal de 1810-1867 se puede ahora interpretar como una preparación al constitucionalismo social de 1917; “a la adhesión a las libertades políticas y aun a los sistemas de transformación económica de las dos últimas décadas”. Se refiere el autor al periodo entre los años 50-60 del siglo XX, presidido por Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz.
Maximilino
¿Qué conflicto ideológico está en la mente de Hale? La pugna inaugurada en septiembre de 1810 con el Grito de Independencia del cura Miguel Hidalgo y Costilla, que bifurca al México que se sueña independiente hacia dos polos:
1) El que ha visto el proceso político como un esfuerzo por destruir las tradiciones hispánicas, por sustituir ideas y valores extranjeros y, al hacer esto, condenar al país a la anarquía perpetua, la dictadura y la corrupción moral, y
2) La vertiente humanista que interpreta el proceso como una constante lucha liberal y democrática en contra de las fuerzas de la opresión política y del clero; la injusticia social y de la explotación económica. Hasta aquí Hale.
A la luz de una Patria polarizada entre los extremos de la mucha miseria y los pocos detentadores de la riqueza nacional, resulta obvio que -después de siglo y medio de iniciada la Insurgencia- aquella crisis histórica está lejos de resolverse. Por el contrario, se profundizan las estructuras de la desigualdad.
¿Cuándo se produjo la ruptura del centenario compromiso revolucionario de 1810-1917 contra la injusticia social y la explotación económica? Cuando se extinguió la generación de caudillos militares y los líderes civilistas fueron desplazados del poder por una tecnoburocracia insensible y rapaz, que unció a México a los designios de la revolución conservadora proclamada hace tres décadas por la dupla anglosajona Margaret Thatcher-Ronald Reagan.
Duele recordar que, en el primer lustro de los ochenta -ya con los tecnócratas suplantando el poder político-, el embajador de Reagan en nuestro país, John Gavin, llegó para decir que una reconciliación entre los Estados Unidos y México sólo sería posible si los mexicanos olvidaban sus rencores históricos -como si el ruin y sanguinario despojo de Texas y la mitad del territorio nacional, fuera episodio de poca monta. Como si el incesante acoso y las repetidas intervenciones gringas fueran obra de un buen vecino.
Lo que pedía Gavin era que renunciáramos a nuestra memoria histórica. Y los tecnócratas -primera generación de estadunidenses gobernando México- se arrodillaron ante la consigna imperial.
Segar la memoria histórica de los mexicanos, significa proscribir del plan educativo básico -puesto en manos de mafiosos magisteriales- materias como historia y civismo. Y, si de atender la exigencia imperial se trata, despojar la Filosofía de la Ética en los planteles de enseñanza superior. Ahora, a la nueva generación le cuesta hasta leer y comprender el idioma español.
Indigna sospechar que la tecnoburocracia se alegra de las muertes de ilustres pensadores, divulgadores y defensores de la cultura nacional, como don Pepe Iturriaga y más recientemente el sabio Ernesto de la Peña, mientras asume una actitud pedestre bajo las calcetas de los futbolistas, glorificados por los que privilegian la farándula prostibularia para los jodidos.
El 13 de septiembre pasado, se dispuso los espacios del otrora Heroico Colegio Militar para montar un espectáculo fascista, no para el homenaje a los Niños Héroes, por supuesto; sino para rendir culto a la personalidad de un michoacano que, con prendas de Licenciado en Derecho, ignora sin embargo que en su patria chica, expresamente en Apatzingán (dominio ahora de sicarios), el 22 de octubre de 1814 se promulgó El Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, en cuyas páginas se condensaron los morelianos Sentimientos de la Nación, que un año antes, el 14 de septiembre, en el Congreso de Anáhuac (Chilpancingo, hoy Guerrero), fueron guía de inspiración patriótica.
Aquellos Sentimientos que pretendían cambiar la forma de gobierno para eliminar el sistema monárquico y establecer el gobierno liberal. Los que pretendían desterrar la esclavitud y la distinción de castas e intentar la igualdad moderando la opulencia y la miseria. ¡Que noble ilusión!
Hoy, en tiempos de trasiego del poder político que la Carta fundamental define como republicano, la arenga es: No más ideología. Pragmatismo a secas. Tan edificante “proyecto”, es validado por un órgano electoral autónomo, pariente del custodio de la Constitución: La independiente Suprema Corte de Justicia de la Nación.
A bien tuvo Juan José Tablada versificar:
¡Oh, la mágica palabra
que la Democracia labra,
y en la lucha electoral
baila una danza macabra
y quiere juicio… final!
Independencia, cuántos crímenes se cometen en tu nombre (Abraham García Ibarra)
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