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Edición 295
Escrito por Abraham García Ibarra   
Viernes, 07 de Diciembre de 2012 14:46

OBSERVATORIO 2012-2018

ABRAHAM GARCÍA IBARRA

Observatorio1

DE COMO UN ESTADO SE SUICIDA

Holocausto al

Dios de la guerra

Hasta el último minuto de su sexenio, Felipe del Sagrado Corazón de  Jesús Calderón Hinojosa quiso perpetuar la sospecha de que se crió en la bragueta de un soldado: 1) Encomendó a su sucesor que se haga cargo de la custodia personal de los alcaldes de Michoacán, contra los que hace poco más de tres años él desencadenó una feroz cacería; 2) se negó a promulgar la Ley de Víctimas aprobada por el Congreso de la Unión e interpuso controversia constitucional contra la misma; 2) Montó un descomunal operativo militar sobre la Ciudad de México, específicamente el intimidante sitio al Palacio Legislativo de San Lázaro; 3) Organizó un aquelarre de media noche en Palacio Nacional para -al margen de toda prescripción constitucional- entregar la comandancia de las Fuerzas Armadas y, 4) “Simbólicamente”, inauguró un memorial a las víctimas del combate al “crimen organizado” desparramadas durante su sexenio,  en el Campo Marte, del Estado Mayor Presidencial. Simbólicamente, el memorial entraña un holocausto al Dios de la guerra, encarnado por Marte.

México, estas ruinas que ves

Mes 1) Cuando cae un Estado -un gobierno o un partido-, sostenían los clásicos, no se requiere autopsia: Murió por suicidio. Es que ciertos líderes políticos -algunos por simple narcisismo-, ensimismados en su propio ego, no leen los signos de los tiempos que pone ante sus ojos la realidad. De los extremistas de izquierda -los soviéticos-, sus detractores repetían tercamente que su credo consistía en esto: “Si la realidad no se adapta a mis designios, peor para la realidad”. Ninguna diferencia hacen los pragmáticos de las derechas.

Fingiendo un papel reflexivo -cosa insólita en un temperamento tan poco cultivado en las artes políticas- Vicente Fox atribuyó la derrota del PRI en 2000, a que no supo vender sus logros de 70 años de supremacía en el poder presidencial.

 

Congreso de Anáhuac
Congreso de Anáhuac

Pero tanto Fox, como Felipe Calderón Hinojosa, al fin productos y mercancía de los medios electrónicos,  se entregaron mansamente al supuesto poder de la mercadotecnia. Mandaron al cuarto de los trebejos inútiles una herramienta imprescindible para el ejercicio de la autoridad constitucional: La comunicación política en la que se fundan los arreglos en la lucha de los contrarios.

Fox, en el primer tercio de su sexenio, hizo un intento precario de comunicación política cuando, en reunión con los dirigentes de todos los partidos y los jefes de los grupos parlamentarios,  suscribió el Acuerdo Político para el Desarrollo Nacional, que los sedicentes politólogos nativos bautizaron con el original nombre del Pacto de la Moncloa mexicano, en alusión al que guió la transición democrática en España después de la desaparición del sátrapa Francisco Franco.

Sin embargo, Fox intuía sus desventajas intelectuales como dialogante político y, carente también de la eficacia de la comunicación social -de la que se decía que, como la Avenida de la Reforma, corre en dos sentidos-, dejó de lado dicho Acuerdo, después de todo mero acto efectista, y prefirió pertrecharse en su trinchera mediática. Pronto confesó su primer fracaso al apelar a la coacción propagandística sobre el Congreso de la Unión, del que le urgía el consenso para sus propuestas de reformas estructurales.

En alguna ocasión, gente de Los Pinos responsable del área de Análisis e Imagen Pública de la Presidencia de la República, nos comentó su preocupación porque el jefe del Ejecutivo, de los resultados de las encuestas encargadas para medir la percepción de la gente sobre el actuar del debutante gobierno de la alternancia, sólo se interesaba por el capítulo de la popularidad personal. Cuando lanzó su programa radiofónico Fox contigo, se hizo del dominio público su exigencia histérica: ¡Quiero rating! ¡Demen rating!

Las mismas personas nos informaron que, con frecuencia, sus asesores le recomendaban a Fox mesura en el lanzamiento a la publicidad de estadísticas referidas a la cobertura poblacional de la política social; del programa Oportunidades, por ejemplo. Replicaba arrebatado: ¡Dile al que dude de mis números que vaya a contarlos! Nunca tuvo disposición para salir de la cápsula televisiva. Es Fox quien asestó a los mexicanos su Águila mocha como tarjeta de presentación pinolera.

Murió el pollo antes de salir del cascarón

Calderón, que a diferencia de Fox llegó con el equipaje de su formación partidista, aunque con grotesca presencia escénica, jamás demostró ni capacidad ni voluntad para debatir con los adversarios; ni siquiera con sus partidarios. También se enclaustró en su burbuja electrónica y su exposición al Sol la hizo aislado por los sitios que el Estado Mayor Presidencial tendía en cada escenario al que llevaba su presencia.

Observatorio3
Los Depredadores

Dentro de esa impenetrable burbuja digital -símil del vientre materno- Calderón confundió el spot de éxito, con el éxito del spot. En ambas opciones falló. Su arrogante praxis lo remitió a envolver su acción en el incesante slogan, obviamente vacío de ideas, para rendirse al culto a la personalidad: “El gobierno del Presidente de la República” excluyó del mérito en la obra colectiva a millones de burócratas. Vivir Mejor fue el mensaje de batalla  a una sociedad que cada vez vivía peor. Con pretensiones de infalibilidad, como todo tecnócrata, no fueron pocas las veces en que hizo alarde de insensibilidad, acusando de ignorancia a sus interlocutores.

Al cumplirse el plazo fatal del sistema métrico sexenal -operado bajo el mandato histórico de la No Reelección- Calderón se dijo preparado “espiritualmente” para asumir la soledad del no poder, pero su desolado subconsciente lo empuja a confesar su necesidad del poder. “Algo muy humano”, dice alejado del temple de estadista, mientras recorre en los bosques de Los Pinos “la avenida de los Presidentes”, oteando en lontananza el pedestal en que espera sea elevada su efigie.

Golpe de Estado incruento… al principio

“Necesidad del poder”, sostiene el michoacano, y la confirma su reconocimiento de la urgencia con la que, la noche del 30 de noviembre de 2006, sin pasar aún por el protocolo constitucional de la protesta como jefe del Ejecutivo, decidió emplazar a Fox a que le entregara el mando de las Fuerzas Armadas para hacerse cargo del control de la seguridad en la Sesión de Congreso General en la que habría de recibir la banda presidencial y jurar la Carta fundamental. Es que, dijo Calderón en sus horas postreras como Presidente, se sabía que los perredistas habían “introducido explosivos” al recinto parlamentario.

Calderón despeja con ese su testimonio una burlesca versión que alguno de sus cercanos difundió horas después de aquella media noche: El supuesto de que Fox, renuente a reconocer su inexorable destino como ex, se aferraba a su permanencia en Los Pinos, al grado de que la banda presidencial fue manoseada con tal nerviosismo por un joven edecán militar, que el pliego tricolor anduvo por los suelos. Algo de esto se vio, pero en la pública y tumultuaria jornada en el Palacio de San Lázaro, a cuyo salón de plenos fue introducido por militares, no por legisladores, al través un túnel secreto.

La parábola del partido de fútbol

En el confesionario televisivo, Felipe Calderón dejó otra perla que pone en tela de juicio su raciocinio nublado por la contumacia. Trató de explicar la inestabilidad en el interior del gabinete presidencial -del que tres secretarios terminaron muertos y otro víctima de trombosis cerebral-, personificándose como entrenador deportivo y haciendo la parábola de un partido de… fútbol. Quitar y poner secretarios de Estado encargados de despacho, fue para él un simple juego caprichoso, hecho más a la frivolidad autoritaria que a la necesidad del servicio público: ¡Aquí nomás mis chicharrones truenan!

Observatorio4
La República como cancha futbolera

En fin: Se silenció el trueno, pero los efectos del rayo han dejado una estela mortal. Quien llegó blasonando de manos limpias, se fue con ellas ensangrentadas. Sobre su futuro, se habló de que se incorporaría al profesorado de la Universidad de Texas, pero estudiantes de esta institución lo repudiaron, imputándole responsabilidad en el asesinato de miles de niños en la guerra narca.

Finalmente, la Presidencia de la República boletinó la información de que Calderón había aceptado una invitación de la Universidad de Harvard para incorporarse a tareas académicas. En realidad, va como becario del Programa Angelopoulos de Líderes Globales, de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy, instituido por la griega Gianna Angelopoulos en el marco de la Iniciativa Global Clinton.

El decano de la Escuela Kennedy (de la que el michoacano ostenta diploma en Administración), David Ellwood, dijo que el presidente mexicano “es un ejemplo vivo de servidor público dinámico y comprometido, que confrontó los mayores desafíos de México”. Es más o menos el tono que docentes de Harvard emplearon para saludar el arribo de Carlos Salinas de Gortari -con maestría y doctorado por ese plantel- a la presidencia. Después de terminado su sexenio, el órgano informativo de la sociedad de ex alumnos de Harvard publicó que Salinas de Gortari era el egresado más detestable de la institución.

Bajo el síndrome de Eróstrato

Puestos en la tesitura del beneficio de la duda, no se sabe si el ciclo neoliberal mexicano se interrumpe, o al menos se atempera después de tres décadas de depredación humana. La tecnoburocracia nos ha recordado con frecuencia el síndrome de Erostrato, aquel pastor de Efeso que, ansioso de ver su nombre en las marquesinas, pegó fuego al Templo de Artemisa, una de las siete maravillas del mundo antiguo.

Es, aquella conducta demencial, una forma de compensación propia los irracionales: Celebridad fincada sobre la destrucción de lo existente, sin parar mientes en su belleza o eficacia, aventurando una súbita sustitución experimental sin demostración previa del beneficio de lo nuevo. Cambiar por cambiar, sin respeto a la cultura y a la civilización, construidas a lo largo de miles de generaciones, advertía don José Ortega y Gasset, es retrotraer a la humanidad a la edad del orangután.

México vive la era del troglodita ilustrado. El cuerpo doctrinario sustanciado en las Constituciones de México desde el Congreso de Anahuac (que en 1813 recogió Los sentimientos de la Nación, del patricio Morelos), los principios equilibrantes de la economía mixta, las garantías individuales y los derechos sociales, la red de instituciones públicas responsables de una política no sólo remunerativa, sino redistributiva; los imperativos de soberanía de toda Patria independiente, hasta el instinto de supervivencia personal; todo eso, que alguna vez se aspiró como Estado Social de Derecho, ha sido erosionado y aniquilado sistemática y perversamente por una casta de mandarines que se han sentido predestinados por la Providencia del conocimiento sin sabiduría, fascinados por una deshumanizada mentalidad gerencial, sin más propósito que el lucro a toda costa y a todo costo.

La política de la sinrazón

Es La política de la sinrazón de la que nos han hablado los sociólogos Seymour Martin Lipset y Earl Raab. Es la consecuencia de haber desoído la juiciosa prevención de Huarte de San Juan cuando, en su Examen de Ingenios para las Ciencias, escribía: No hay cosa más perjudicial para la República que un necio con opinión de sabio, mayormente si tiene algún mando y gobierno…

De una fallida vocación administrativista aplicada a rajatabla a nuestra comunidad nacional, sigue la identificación del tecnoburócrata mexicano como el hombre económico puro. De éste habla Gerhard von Schulze-Gaevernitz en su estudio de la economía inglesa, y lo retrata así: Es el hombre que trabaja por el lucro y no para disfrutar del beneficio de su trabajo. Para un tipo tal, la felicidad consiste en atesorar dinero, en la acumulación de riquezas. En lugar de coleccionar estampillas o monedas antiguas, colecciona billetes de mil dólares.

Observatorio5
El hombre económico puro

En la cita que de ese autor hace Roberto Michel en su Introducción a la Sociología Política la descripción resulta aún más elocuente:

“En verdad, muchos encuentran en la ocupación remunerativa la satisfacción que habían esperado. Por lo contrario, para muchos otros Cresos, el dinero, que empieza siendo un esclavo encadenado y obediente, se transforma en amo absoluto, que los explota y los abruma. En ese caso, el trabajo realizado para obtener riquezas, en lugar de brindar felicidad se convierte en manía, una idea fija, una obsesión, una pesadilla que demanda imperiosamente el sacrificio de todo lo valioso, inclusive la tranquilidad de espíritu y el amor sexual.

La vida de dichos hombres resulta forzada tan morbosamente por un hierro financiero que la atención de sus asuntos los absorbe del todo. No hay tiempo para las aventuras amorosas, ni siquiera entre solteros; sin embargo, como han permanecido asexuados por el delirio del dinero, así continúan después del matrimonio, prefiriendo el dinero a las mujeres, y si alcanzan a acumular fortuna, obligan a sus esposas a llevar una vida de ocioso abandono, con su compañero inseparable, el coqueteo. Las esposas, mantenidas a distancia por maridos que han envejecido en tareas turbulentas y sórdidas, son arrojadas en brazos del primer lechuguino que sabe cómo seducirlas y engañarlas.

Es la narcoeconomía, señores

¿En qué ha desembocado el experimento neoliberal en México? Los sedicentes “líderes de opinión” que se divierten con el drama mexicano, gustan de sentarse frente a los reflectores de la televisión -expositora del populismo de derechas de fútbol y farándula- para recrearse en sus nuevos hallazgos: La narcocultura, el narcocorrido, la narcoliteratura, etcétera. Es la narcoeconomía , señores. Es la economía criminal implantada desde el gobierno tecnocrático. Es la que atrae nada más, pero nada menos, hasta el Wall Street Journal, que reproduce alegremente cartas de capos mexicanos de denuncian al gobierno de Felipe Calderón como usufructuario de la renta narca.

Nada ha surgido de la ciencia infusa. La modesta y en un tiempo discreta empresa gomera o mariguanera, aupada por sacerdotes católicos rurales y oficiales medios del Ejército, no creció por generación espontánea. Fue científicamente transformada en cártel desde los despachos de la banca comercial y de desarrollo, y desde los salones de las cúpulas empresariales. De los viejos morrales y costales de ixtle, los dólares, cada vez más abundantes y codiciados, han pasado por la ingeniería financiera para ser blanqueados por el Banco de México, por las casas de cambio y el intocable mercado bursátil; por los desarrollos turísticos y los paraísos de tentación que son las nuevas grandes plazas comerciales, para convertirse en soporte ya insustituible de la economía “nacional” globalizada. Todo, para El buen fin.

Economía criminal implantada desde el gobierno, sí, porque éste se encargó de crear el caldo de cultivo de la desesperación sin elección para millones de mexicanos que cayeron en los brazos de los delincuentes de cuello percudido y de cuello blanco al ser saqueados en los cracks de la Bolsa de Valores, en la banca paralela, en las incesantes devaluaciones del peso, en los maquinados errores de diciembre, enero, febrero, marzo… en el despojo de sus fondos de retiro y hasta de los saldos de las cuentas pensionarias de los jubilados; en la indexación automática de las rentas inquilinarias al aumento de los salarios mínimos, etcétera.

Millones de hogares  mexicanos víctimas de los Tratados de Libre Comercio, de los anatocismos y las contrarreformas agraria y laboral -ésta, de facto primero, ahora sancionada por el Poder Legislativo. Contrarreforma agraria, que en sus últimas horas en Los Pinos quiso Calderón llevar hasta las últimas consecuencias expoliadoras, proponiendo la expropiación del ejido. Gobierno, sí, como la malicia popular lo identifica, transformado en Robin Hood al revés.

La democracia como quimera huidiza

Cerramos por hoy con un regreso a Roberto Michels: “Las corrientes democráticas de la historia se parecen a ola sucesivas. Siempre rompen en la misma costa. Siempre se renuevan. Este permanente espectáculo alienta y deprime a la vez

“Cuando las democracias han alcanzado cierto grado de desarrollo, experimentan una transformación gradual y adoptan el espíritu aristocrático y en muchos casos las formas aristocráticas, contra las cuales habían luchado con tanta fiereza. Surgen entonces nuevos acusadores para denunciar a los traidores. Después de una era de gloriosos combates y de un poder sin gloria, acaban por fusionarse con la vieja clase dominante. Después de lo cual, otra vez y a su turno, son atacados por oponentes recientes que invocan el nombre de la democracia. Es probable que este juego cruel continúe eternamente”.

 



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