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Edición 310
Escrito por Abraham García Ibarra   
Jueves, 10 de Octubre de 2013 17:08

Un grande del periodismo

mexicano terminó su guardia

 

TODO EMPEZÓ EN OCTUBRE de 1968, tres semanas después de la matanza de Tlatelolco, aunque sin relación directa con este acontecimiento histórico. 



Don Ernesto: viejo lobo de mar


UNA NOCHE, en la redacción de El Sol del Pacífico (CGV/Mazatlán, Sinaloa), una voz amiga nos alertó telefónicamente: “Abraham, es usted muy imprudente. El gobernador Leopoldo Sánchez Celis ya está al tanto de su encuentro con Francisco Zúñiga y de la información que le proporcionó a éste. Dio instrucciones al Presidente Municipal de que “se haga cargo del asunto’”. 

Zúñiga era entonces reportero de la revista Sucesos para todos, editada en la Ciudad de México y dirigida por Raúl Prieto Ríodelaloza, el energúmeno, temido y temible, Nikito Nipongo. 

Zúñiga llegó a Mazatlán en misión periodística para informarse in situ de vida y milagros del gobernador, protagonista de conflictos con el líder del PRI, Carlos Madrazo y la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y actor en la crisis en la UNAM que devino caída del rector Ignacio Chávez. Era tema, pues, para una publicación nacional. 

Zúñiga nos tomó como fue “fuente” para documentar su trabajo. La madrugada siguiente a la llamada telefónica referida, un teniente de Enfermería y un conductor del Ferrocarril del Pacífico nos facilitaron el escape en un tren de carga hacia Tepic-Guadalajara-Ciudad de México. 

Desde la terminal de Buenavista, hicimos la primera llamada (10:00) a un teléfono, cuyo número se nos había proporcionado meses antes. Voz paisana, diligente y solidaria nos citó ipso facto en Insurgentes Centro 123. 

Todo empezó en octubre de 1968 

El domicilio correspondía al periódico El Día. Media hora después, sin cita previa y con sólo escuchar la sonora voz de nuestro guía, el fundador y director general, don Enrique Ramírez y Ramírez, nos recibió entusiasta. Por supuesto, el entusiasmo era motivado por la inesperada visita de nuestro providencial anfitrión. Esa misma tarde, el jefe de Información (Sánchez Arriola) recibió la indicación: García Ibarra se incorpora a la redacción. A la mañana siguiente, recibíamos la primera orden de trabajo en la Ciudad de México. De ahí pa’l real. 

Quien asistió nuestro forzado y precipitado exilio en la Ciudad de México, fue el primer sinaloense  Premio Nacional de Periodismo 1954, don Ernesto Álvarez Nolasco. Sus obra periodística llamó la atención del historiador norteamericano Stanley Ross (¿Ha muerto la Revolución?), quien reprodujo algunos de sus trabajos editoriales. 

Álvarez Nolasco (ahomepolitano, gustaba presentarse por su origen en la Villa de Ahome, Sinaloa) registró en su hoja de oficio entrevistas con José Vasconcelos, el general Heriberto Jara, el más prominente socialista mexicano Vicente Lombardo Toledano (éste bautizó a Ramírez y Ramírez como El martillo ideológico) y otros. 

Entre esos “otros”, estuvo don Adolfo El joven López Mateos. “El ángel” de entrevistador y entrevistado generó tal empatía, que en Álvarez Nolasco marcó su derrotero político, que se enriqueció y consolidó con otro su gran mentor y amigo: Don Jesús Reyes Heroles, con quien coincidió, en vocación de estadista, en la XLV Legislatura federal. 

Dos registros testimoniales nos transmitió a lo largo de nuestra relación personal, Álvarez Nolasco; uno feliz, otro, no tanto: 

Hacia 1957, en plena y desconcertante efervescencia destapatoria, el presidente don Adolfo El viejo Ruiz Cortines citó al despacho del Ejecutivo en Palacio Nacional a su joven y jovial secretario de Trabajo, Adolfo El joven. Con un mapa mural de la República Mexicana al frente, el austero veracruzano le señaló a su colaborador: Vea usted que grande es nuestra Patria. Procure engrandecerla más, en dignidad y justicia. Fue el aviso de la nominación a la sucesión. 

Concluido su mandato, López Mateos describiría en tercios el ejercicio sexenal del poder presidencial: Los primeros dos años, la faena consiste en lidiar con la legión de buscachambas que creen merecer recompensa por haber sido “compañero de banquillo” o los ya ves, yo siempre estuve seguro de que tú serías el elegido 

En el segundo tercio -por fin- puede el Presidente concentrar su atención en los grandes desafíos nacionales y profundizar en los programas con los que la Revolución ha de redimir su gran deuda con el pueblo mexicano. 

Encarrilado el plan de gobierno, al arrancar el tercer tercio observamos el sordo tropel de la estampida de los búfalos y el Presidente es devaluado como astro rey. Se empiezan a mudar las lealtades hacia los aspirantes a la sucesión. La ventaja es que, en su aparente soledad, el Presidente puede reflexionar en los saldos del sexenio para ponderar quién es el que puede en el siguiente periodo cumplir los insolutos. (El pasado 22 de septiembre se cumplieron 44 años de la muerte de López Mateos: Ni sus paisanos en el poder se acordaron de él). 

Un oficiante de bien acreditada confianza 

Esas íntimas confidencias off di record  dan fe del grado de confianza que un periodista como Ernesto Álvarez Nolasco inspiraba en su ejercicio profesional. La misma confianza que animó a Reyes Heroles a hacerse acompañar durante más de dos décadas por el sinaloense en su navegación en la extinta política de altura. La de cabotaje la dejaban a grumetes que apenas se atreven a despegar de los esteros. 

Testigo y actor de primera línea durante tres sexenios fundamentales en la historia contemporánea de México, al morir Reyes Heroles, don Ernesto regresó a su solar nativo, Villa de Ahome, desde donde volvió a la tinta para lanzar vivencias y rememoraciones recuperadas en lo que él llamó su Parque Jurásico, modelo de estilo culto, reposado y ameno. 

Hace dos semanas, don Ernesto -pluma en ristre- emprendió el vuelo hacia lo ignoto, seguramente al reencuentro con sus dos más entrañables mentores y amigos. Acaso un día de estos, nos retransmita un mensaje reyesheroliano para recordarle a los nuevos aprendices de brujo que, en política, la forma es fondo y explicarles que El Estado social de derecho, es el Derecho del Estado a colmar el imperativo del bien social. (Abraham García Ibarra.)



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