Un grande del periodismo
mexicano terminó su guardia
TODO EMPEZÓ EN OCTUBRE de 1968, tres semanas después de
la matanza de Tlatelolco, aunque sin relación directa con este acontecimiento
histórico.
Don Ernesto: viejo lobo de mar
UNA NOCHE, en la redacción de El Sol del Pacífico (CGV/Mazatlán,
Sinaloa), una voz amiga nos alertó telefónicamente: “Abraham, es usted muy imprudente. El gobernador Leopoldo Sánchez Celis
ya está al tanto de su encuentro con Francisco Zúñiga y de la información que
le proporcionó a éste. Dio instrucciones al Presidente Municipal de que “se
haga cargo del asunto’”.
Zúñiga era entonces reportero de la revista Sucesos
para todos, editada en la Ciudad de México y dirigida
por Raúl Prieto Ríodelaloza, el energúmeno, temido y temible, Nikito
Nipongo.
Zúñiga llegó a Mazatlán en misión periodística para
informarse in situ de vida y milagros
del gobernador, protagonista de conflictos con el líder del PRI, Carlos Madrazo
y la Suprema Corte
de Justicia de la Nación,
y actor en la crisis en la UNAM
que devino caída del rector Ignacio Chávez. Era tema, pues, para una
publicación nacional.
Zúñiga nos tomó como fue “fuente” para documentar su
trabajo. La madrugada siguiente a la llamada telefónica referida, un teniente
de Enfermería y un conductor del Ferrocarril del Pacífico nos facilitaron el
escape en un tren de carga hacia Tepic-Guadalajara-Ciudad de México.
Desde la terminal de Buenavista, hicimos la primera
llamada (10:00) a un teléfono, cuyo número se nos había proporcionado meses
antes. Voz paisana, diligente y solidaria nos citó ipso facto en Insurgentes Centro 123.
Todo empezó en
octubre de 1968
El domicilio correspondía al periódico El
Día. Media hora después, sin cita previa y con sólo escuchar la sonora
voz de nuestro guía, el fundador y director general, don Enrique Ramírez y
Ramírez, nos recibió entusiasta. Por supuesto, el entusiasmo era motivado por
la inesperada visita de nuestro providencial anfitrión. Esa misma tarde, el
jefe de Información (Sánchez Arriola) recibió la indicación: García Ibarra se incorpora a la redacción.
A la mañana siguiente, recibíamos la primera orden de trabajo en la Ciudad de México. De ahí pa’l real.
Quien asistió nuestro forzado y precipitado exilio en la Ciudad de México, fue el
primer sinaloense Premio Nacional de Periodismo
1954, don Ernesto Álvarez Nolasco. Sus obra periodística llamó la atención del
historiador norteamericano Stanley Ross (¿Ha muerto la Revolución?),
quien reprodujo algunos de sus trabajos editoriales.
Álvarez Nolasco (ahomepolitano,
gustaba presentarse por su origen en la Villa de Ahome, Sinaloa) registró en su hoja de
oficio entrevistas con José Vasconcelos, el general Heriberto Jara, el más
prominente socialista mexicano Vicente Lombardo Toledano (éste bautizó a
Ramírez y Ramírez como El martillo ideológico) y otros.
Entre esos “otros”, estuvo don Adolfo El
joven López Mateos. “El ángel”
de entrevistador y entrevistado generó tal empatía, que en Álvarez Nolasco
marcó su derrotero político, que se enriqueció y consolidó con otro su gran
mentor y amigo: Don Jesús Reyes Heroles, con quien coincidió, en vocación de
estadista, en la XLV Legislatura
federal.
Dos registros testimoniales nos transmitió a lo largo de
nuestra relación personal, Álvarez Nolasco; uno feliz, otro, no tanto:
Hacia 1957, en plena y desconcertante efervescencia destapatoria, el presidente don Adolfo El
viejo Ruiz Cortines citó al despacho del Ejecutivo en Palacio Nacional
a su joven y jovial secretario de Trabajo, Adolfo El joven. Con un mapa
mural de la
República Mexicana al frente, el austero veracruzano le
señaló a su colaborador: Vea usted que
grande es nuestra Patria. Procure engrandecerla más, en dignidad y justicia.
Fue el aviso de la nominación a la sucesión.
Concluido su mandato, López Mateos describiría en tercios
el ejercicio sexenal del poder presidencial: Los primeros dos años, la faena
consiste en lidiar con la legión de buscachambas
que creen merecer recompensa por haber sido “compañero de banquillo” o los ya ves, yo siempre estuve seguro de que tú
serías el elegido…
En el segundo tercio -por fin- puede el Presidente
concentrar su atención en los grandes desafíos nacionales y profundizar en los
programas con los que la
Revolución ha de redimir su gran deuda con el pueblo
mexicano.
Encarrilado el plan de gobierno, al arrancar el tercer
tercio observamos el sordo tropel de la estampida
de los búfalos y el Presidente es devaluado como astro rey. Se empiezan a
mudar las lealtades hacia los aspirantes a la sucesión. La ventaja es que, en
su aparente soledad, el Presidente puede reflexionar en los saldos del sexenio
para ponderar quién es el que puede en el siguiente periodo cumplir los
insolutos. (El pasado 22 de septiembre se cumplieron 44 años de la muerte de
López Mateos: Ni sus paisanos en el poder se acordaron de él).
Un oficiante de
bien acreditada confianza
Esas íntimas confidencias off di record dan fe del
grado de confianza que un periodista como Ernesto Álvarez Nolasco inspiraba en
su ejercicio profesional. La misma confianza que animó a Reyes Heroles a hacerse
acompañar durante más de dos décadas por el sinaloense en su navegación en la
extinta política de altura. La de
cabotaje la dejaban a grumetes que apenas se atreven a despegar de los esteros.
Testigo y actor de primera línea durante tres sexenios fundamentales
en la historia contemporánea de México, al morir Reyes Heroles, don Ernesto
regresó a su solar nativo, Villa de Ahome, desde donde volvió a la tinta para
lanzar vivencias y rememoraciones recuperadas en lo que él llamó su Parque Jurásico, modelo de estilo culto,
reposado y ameno.
Hace dos semanas, don Ernesto -pluma en ristre- emprendió
el vuelo hacia lo ignoto, seguramente al reencuentro con sus dos más
entrañables mentores y amigos. Acaso un día de estos, nos retransmita un
mensaje reyesheroliano para
recordarle a los nuevos aprendices de brujo que, en política, la
forma es fondo y explicarles que El Estado social de derecho, es el
Derecho del Estado a colmar el imperativo del bien social. (Abraham
García Ibarra.)
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