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Edición 315
Escrito por Abraham García Ibarra   
Lunes, 10 de Febrero de 2014 22:59


SUEÑO GUAJIRO

 

¡“Eso”! que llaman democracia

 

 Venceréis pero no convenceréis. Para convencer
               hay que persuadir, y para persuadir necesitaréis
              algo que os falta: razón y derecho en la lucha”.

 Miguel de Unamuno

 

Entre muchas opciones, nomás para empezar por algo, citamos: 

El gobierno de México -monopolio del poder desde hace siete décadas-, no puede seguir indefinidamente en manos del mismo partido ni sujeto al arreglo político que le dio origen. Este régimen ya agotó su cometido. 

La sociedad cambió dramáticamente y es mucho más compleja que en los años veinte. En cambio, las prácticas autoritarias y  no democráticas de su gobierno permanecen intactas. 

La nueva sociedad mexicana exige vivir en una república libre y soberana en la cual prevalezca el Estado de Derecho, la efectiva división de poderes, un auténtico pacto federal, contrapesos al ejercicio de la autoridad, verdadera rendición de cuentas de los gobernantes y una alternancia efectiva del poder”. 

Las bellas líneas anteriores están tomadas del manifiesto suscrito por la Alianza por la República, lanzado a la rosa de los vientos el 6 de enero de 1997. Se cumplieron, pues, 16 años de esa fascinante proclama que firmó una pléyade variopinta de postulantes que en aquel momento urgieron: El tiempo apremia. ¡México está en riesgo!¡ No perdamos el tiempo! 

De los abajofirmantes -que lo fueron también después del Grupo San Ángel y contertulios en El Alcázar del Castillo de Chapultepec y otros amables recintos- no pocos murieron. Al menos dos se apoltronaron más tarde en el gabinete presidencial, uno pasó ya por la gobernación de Guerrero y otro ejerce la de Morelos. Peor aún, uno de ellos se coló a las mismísimas cabañitas de Los Pinos: Vicente Fox Quesada. 

Siglo XXI, el de las luces democráticas 

Dice aquel manifiesto: La Alianza por la República “debe tener la magnitud, la pluralidad, la visión y la solidez indispensables para conducir a la sociedad mexicana a un siglo XXI de efectivo desarrollo, bienestar y democracia…”. 

Tan gloriosa epopeya se puso entonces bajo la responsabilidad del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y el Partido Acción Nacional (PAN), a quienes se incitó a buscar una victoria en las urnas, “que asegure una definitiva transición democrática”. 

Y el promisorio siglo XXI se asomó: En las elecciones intermedias de 1997 -diez años después del Golpe de Estado técnico de 1988, según lo codificó el constitucionalista y entonces diputado por el PRI, don Antonio Martínez Báez-, se modificó sustancialmente la correlación de fuerzas en la Cámara de Diputados federal y la gobernación del Distrito Federal, históricamente asignada al PRI, se endosó  a Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. Del PRD. 

Fue tan desbordado el entusiasmo antipriista por ese acontecimiento, que algunos de los abajofirmantes del documento comentado empezaron incluso a hablar, ya no tanto de transición democrática, sino de metapolítica. 

Dice mi mamá que siempre no 

Tres años después, Fox Quesada se instaló en Los Pinos. El 1 de septiembre de 2001, en su primer informe de gobierno, Fox Quesada -proclamado por el tribunal mediático héroe único de la hazaña del 2 de julio de 2000- se empezó a corvear: Estamos en el mismo barco, descubrió ante los de la oposición; “la transición no puede reducirse a la alternancia… la transición política verdadera implica un empeño colectivo de reconstrucción nacional”. 



Calderón: El jinete de la tormenta y su barco de gran calado.


Sentía el guanajuatense la impotencia, la incapacidad para dirigir un gobierno dividido y desviaba sus baterías contra los partidos y el Congreso de la Unión, en cuya cámara baja Felipe Calderón Hinojosa coordinaba a la bancada azul. Éste en la tribuna: México no quiere volver al pasado ni apostarle al despeñadero. Calderón Hinojosa -haiga sido como haiga sido- sucedió en Los Pinos a Fox Quesada en 2006. 

Los saldos de la Docena trágica 

Alternancia en Los Pinos: Fox Quesada recibió de Ernesto Zedillo Ponce de León una economía situada en la novena posición del mapa mundial. Calderón Hinojosa se la entregó a Enrique Peña Nieto en el sitio 14. 

Fox Quesada le entregó a Calderón Hinojosa un México colocado en el lugar 75 en percepción de la corrupción. Calderón Hinojosa se lo entregó a Peña Nieto en el lugar 106. 



Fox: El sexenio de los empresarios y para los empresarios.


A punto de terminar el sexenio de Fox Quesada, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo emitió su Índice de Desarrollo Humano Municipal. Ningún municipio de Guanajuato figuraba entre los primeros 100 de México con mayor desarrollo humano. 

San Francisco del Rincón, municipio sede del rancho San Cristóbal, propiedad de los Fox Sahagún, aparecía en el sitio 296 en desarrollo humano. La gestión presidencial de Fox Quesada fue regresiva hasta en su estado. Ahora, el ex presidente promueve el negocio de las drogas prohibidas y puja por una rebanada petrolera. 

Al entregar el mandato a Peña Nieto, Calderón Hinojosa le entregó Michoacán, su lar nativo, en un enervado estado de guerra. 

Y eso que el tercer objetivo planteado en la Alianza por la Republica -suscrita por Fox Quesada- debía ser: Iniciar con reglas claras, sin revanchismo, el combate organizado y sistemático contra la corrupción y el saneamiento de la administración pública. (Je je je.) 

El huevo de la serpiente neonazi 

Durante el  año de la primera usurpación presidencial  contemporánea   -1988-, observamos, en el Palacio Legislativo de San Lázaro, escenas que, a bote pronto, podríamos definir simplemente como grotescas, si la memoria no nos remitiera a la trágica experiencia europea, preparatoria de la II Guerra Mundial. (Vimos por cierto en esos días,  a Carlos Monsiváis, bragado en la tensión callejera desde sus mocedades henriquistas en los años cincuenta, desvanecido sobre las alfombras del salón de plenos. Así de caldeada estaba la escena.) 

Durante el desarrollo de los Colegios Electorales de la Cámara baja -para la autocalificación de diputados y para la dictaminación de Presidente electo-, grupos de la oposición panista, encabezados por Abel Vicencio Tovar, y brigadas parlamentrarias del Frente Democrático Nacional (FDN) enfrentaron violentamente a la partida militar que custodiaba los paquetes electorales de la elección del 2 de julio. 

En esa LIV Legislatura federal, en el salón de plenos, a cada votación ganada, la precaria mayoría de diputados del PRI, encabezada por Guillermo Jiménez Morales, se ponía de pie y      -brazo derecho extendido hacia lo alto y puño cerrado- coreaba estentóreamente: ¡Mé-xi-co! ¡Mé-xi-co! ¡Mé-xi-co! (La roqueseñal por la aprobación del IVA, cuatro legislaturas después, fue apenas una ocurrencia de párvulos). El 5 de mayo de 1989, al Palacio Legislativo de San Lázaro se le metió fuego. 

En diciembre de 2013 -un cuarto de siglo después-, al conocerse el resultado de la votación de la reforma energética, en el salón de plenos de San Lázaro, la bancada priista, ahora encabezada por el diputado sonorense y aspirante presidencial Manlio Fabio Beltrones Rivera, repetía aquel espectáculo espeluznante. 

En el recinto alterno de San Lázaro -en el que se refugió la huidiza Legislatura en diciembre pasado- ocupaba la presidencia de la directiva un skinhead, según se identifica a los cabezas rapadas de tendencias neonazis. 

La metamorfosis de los demócratas 

Hagamos un breve corte, para expropiarle la palabra a Roberto Michels -Los partidos políticos: 

“Las corrientes democráticas de la historia se parecen a olas sucesivas. Siempre rompen en la misma costa. Siempre se renuevan. Este permanente espectáculo alienta y deprime a la vez. 

“Cuando las democracias han alcanzado cierto grado de desarrollo, experimentan una transformación gradual y adoptan el espíritu aristocrático, y en muchos casos las formas aristocráticas, contra las cuales había luchado antes con tanta fiereza. 

Surgen entonces nuevos acusadores para denunciar a los traidores. Después de una era de gloriosos combates y de un poder sin gloria, acaban por fusionarse con la vieja clase dominante. 

Después de lo cual, otra vez y en su turno, son atacados por nuevos oponentes recientes que invocan el nombre de la democracia. ¡Es probable que este juego continúe eternamente!”. 

Expectativas decrecientes de la democracia 

Hace apenas tres meses, Latinobarómetro -una confiable organización civil chilena- difundió su reporte, instituido desde 1995, sobre el estado de la democracia en 18 países de América Latina encuestados. La organización asocia la vocación democrática con el grado de educación. De México, los resultados de su encuesta son los siguientes: 

  • Desde 1996 a 2013, el apoyo a la democracia promedió 49 por ciento. En 2013, ese apoyó se desplomó a 37 por ciento. Venezuela reportó 87 por ciento.
  • De los encuestados, 45 por ciento considera que puede haber democracia sin partidos políticos. 38 por ciento estima que puede haber democracia sin Congreso legislativo.
  • Sólo 21 por ciento de los mexicanos se encuentra satisfecho con su modelo de democracia. Únicamente 30 por ciento de los mexicanos tiene interés en los temas políticos.
  • Diez por ciento de los mexicanos consideran que la situación económica es muy buena; 46 por ciento considera que es muy mala. 

A más potenciales electores, mayor ausencia en las urnas 

De nuestro seguimiento periodístico, retomamos los siguientes datos: 

Después de la usurpación presidencial de 1988, en 1990 la antigua Comisión Federal Electoral -presidida por el secretario de Gobernación en turno- fue sustituida por el Instituto Federal Electoral (IFE), también presidido por el responsable de la política interior hasta 1996: Fernando Gutiérrez Barrios, Patrocinio González Garrido, Jorge Carpizo McGregor, Esteban Moctezuma y Emilio Chayffet Chemor. 

Cuatro años después de creado el IFE, en 1994 -año del asesinato del candidato presidencial del PRI Luis Donaldo Colosio, que impuso el voto del miedo-, la participación electoral alcanzó 77.16 por ciento. En 2000, en que el PRI fue echado de Los Pinos, la participación alcanzó 63.97 por ciento. Más de 14 puntos porcentuales menos, respecto de las elecciones generales de 1994.  En 2006, año de la segunda usurpación presidencial contemporánea, la participación fue de sólo 58.97 por ciento. 



Estampa de la desolación nacional.


En sólo doce años, pues, la participación electoral descendió casi 19 puntos porcentuales. En cuanto a la votación para el Presidente designado  ahora por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, en tanto que en el mismo periodo el candidato suplente Ernesto Zedillo se alzó con 48.69 por ciento de los sufragios, Felipe Calderón Hinojosa quedó en 2006 por debajo de 36 por ciento (35.89 por ciento), apenas una diferencia de 0.56 por ciento respecto de Andrés Manuel López Obrador. De ahí vino la frase para los bronces del michoacano: Haiga sido como haiga sido. 

De 2012, todavía se hacen cuentas de birlibirloque para cuadrar los datos reales de participación. En vías de mientras, del listado del Registro Federal de Electores, que se estableció en 78 millones 322 mil 813 credencializados, el Tribunal Electoral federal asignó a Enrique Peña Nieto 19 millones 158 mil 592 votos. Casi 60 millones de ciudadanos se dispersaron entre la abstención y la oposición. 

Policracia y despotismo de las mayorías 

Don Jesús Reyes Heroles, ex presidente nacional del PRI, y como secretario de Gobernación impulsor de una auténtica y promisoria Reforma Política (con mayúsculas), advertía contra tres amenazas para la democracia: 

La  policracia (concurrencia y galope de pretendidos variados poderes, definición que ahora acomoda a los poderes fácticos que atentan contra los poderes constitucionales), el despotismo de las mayorías (que aplasta de manera implacable a las minorías políticas) y la tecnocracia (encarnada por arrogantes administrativistas neoliberales que avasallan a la clase política y anulan al Poder Legislativo). 

El lecho de Procusto 

A partir del triunfo de la Revolución mexicana y la promulgación de la Constitución de 1917, que legitimó el régimen presidencialista (cuyos excesos denunciaba el constitucionalista Jorge Carpizo McGregor, tipificándolos como facultades metaconstitucionales), el jefe del Ejecutivo, con mayor o menor éxito, ha operado la política como El lecho de Procusto. 

Procusto (“El estirador), es un personaje mítico, cuyo nombre “real” sería Damastes, un posadero que hacía asignaba a sus huéspedes una cama de hierro que adaptaba a su antojo: Cuando al huésped le sobraba estatura al tamaño del camastro, le serraba los pies. Si le faltaba estatura, le estiraba las piernas. 

Alonso Aguiló asume esa metáfora como expresión proverbial a quienes pretenden ajustar siempre la realidad la estrechez de sus intereses o a su particular visión de las cosas. Cuando se les hace una objeción acerca de sus rígidos planteamientos, se molestan y suelen seguir adelante sin inmutarse, convencidos de tener siempre la razón. Son “los que hablan de diversidad y tolerancia, pero llevan fatal que no se piense exactamente como ellos”. Nos parece un retrato hablado del actual tecnóburócrata. 

Y así se legitimó “la elección de Estado” 

La eterna denuncia de fraude electoral esgrimida por las oposiciones partidistas -y sus bocas de ganso entre la intelectualidad antipriista-, se condensó siempre en el genérico “elección de Estado”. Lo eran, en efecto, puesto que el gobierno administraba el proceso electoral. Se demandaba, entonces, una curiosa y ambigua: Democracia ciudadana. “Ciudadanizar”, se exigía, los órganos electorales. 

Los detractores del sistema se declararon complacidos cuando, después del Golpe de Estado técnico de 1988, se reformó la Constitución para crear el Instituto Federal Electoral. De magistrados electorales se habló primero; de consejeros ciudadanos se habló después, hasta que aparecieron por separado los consejeros y magistrados electorales. 



Paradoja. Tanta reforma “política” a lo largo de tres décadas, devino en lo que se trató de desterrar: La Elección de Estado, así se hable de autonomía de los órganos electorales, aunque la retórica no ha logrado exorcizar el fraude electoral. 

Hablemos del IFE, por ejemplo, “para ilustrar nuestro optimismo” (Monsiváis dixit). Cuando se propuso ciudadanizar el control del proceso electoral, con independencia de sus méritos en el dominio en la materia, una condición básica para postular a los consejeros fue su apartidismo. 

Los impolutos consejeros electorales 

Citemos cronológicamente a algunos consejeros: Santiago Creel Miranda (1994-1996). Después de su gestión como consejero ciudadano terminó identificado con el PAN: Secretario de Gobernación, senador, consejero nacional y precandidato presidencial por este partido. 

 Alonso José Lujambio Irazábal (1997-2003). Consejero electoral, terminó sirviendo al Ejecutivo federal de extracción panista como secretario de Educación Pública y senador por el PAN. Se le llegó a nombrar como precandidato presidencial. 

Emilio Zebadúa González (1997-2000). Consejero electoral, terminó comprometido con el PRD, del que fue diputado federal, pasó como candidato a la gobernación de Chiapas por el Partido Nueva Alianza, para terminar adscrito a la burocracia priista. 

Juan Francisco Molinar Horcasitas (1997-2000). Consejero electoral, acabó afiliado al PAN, del que fue funcionario en la Secretaría de Gobernación, en la dirección general del IMSS (implicado en el todavía impune homicidio infantil de la guardería ABC, de Hermosillo, Sonora) y secretario de Comunicaciones y Transporte. Activo con la representación del partido ante el Pacto por México. 



Córdova: Vota a favor de lo que ayer acusó.


Gastón Luken Garza (2000-2003). Consejero electoral, terminó al servicio del PAN como diputado federal y directivo en diversos niveles de la estructura del partido… 

Botones de muestra, nada más. El artículo 41 de la Constitución caracteriza la organización de las elecciones federales como una función de Estado, cuyos principios rectores, entre otros, impone la imparcialidad. ¿La imparcialidad de Creel, Lujambio, Zebadúa, Molinar y Luken quedó libre de sospecha cuando terminaron comprometidos al régimen interno de los partidos? 

Pemexgate y Amigos de Fox 

El quiebre de la hegemonía priista se produjo en 2000, con la alternancia en Los Pinos. Ésta, sin embargo, culminó enfangada en los escándalos del Pemexgate y de la facción filopanista Amigos de Fox, ambos pasados por los filtros del Instituto Federal Electoral y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la federación, con derivaciones en tribunales judiciales. 

Protagonistas del Pemexgate han logrado su resurrección en el Poder Legislativo y en altos cargos en la Administración Pública federal. De los Amigos de Fox, unos de sus operarios, Lino Korrodi, escribió su versión y sigue rumiando su desencanto por la suerte que corrió la “transición democrática”.  

El IFE esconde la mugre bajo las uñas 

El Pemexgate y Amigos de Fox fueron materia que sirvió al académico Lorenzo Córdova Vianello  para documentar un ensayo sobre el financiamiento ilícito de las campañas electorales y advertir la corrupción de la política. Ahora, Córdova Vianello es consejero presidente del IFE, donde su voto sobre controvertidos asuntos remanentes de las pasadas elecciones generales de 2012, llevados a la mesa del Consejo General, no hacen congruencia con lo que antes denunció. El año pasado, el contralor interno de ese órgano denunció que el IFE esconde la mugre bajo las uñas. 

El IFE, cuya estructura constitucional de consejeros se establece en nueve, está baldado. Despacha sólo con cuatro, que a partir de noviembre se rotan la presidencia. 

Según diversas cuantificaciones dinerarias, durante las más de dos décadas de existencia del IFE y los años correspondientes a la operación del Tribunal Electoral federal, el costo de los procesos electorales federales ha alcanzado más de 300 mil millones de pesos, sin contar con los financiamientos ilegales de las campañas, cuyos responsables -partidos o candidatos- han gozado de impunidad o, en caso de sanciones, éstas corren a cargo del subsidio público. 

Se ha promulgado la reforma constitucional que da soporte a una “nueva” reforma electoral. Es el responso en los funerales del IFE, que deja su oneroso y cuestionado sitio a una nueva Arcadia “democrática”: El Instituto Nacional Electoral, cuyo centralismo cancela los principios del Pacto Federal. La misma gata, pendiente de los afeites secundarios.    



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