Nos acerca un océano
De Cuernavaca a la República Checa
Fernando Díez de Urdanivia
Aunque la realidad cotidiana pretende otra cosa, parece un hecho que la traducción es oficio artístico. Pasar de uno a otro idioma con fidelidad, es contravenir la vieja frase italiana que llama traidores a los que traducen.
Hacerlo con elegancia es demostrar el dominio de dos lenguas. Cuando una es la propia, el traductor ha ganado la mitad; cuando la otra está cerca de serlo, los lectores podrán emprender el camino de la excelencia. Pero el binomio no es fácil.
Hay quienes hablan puntualmente, pero escriben con trabajos. Existen los buenos escritores que se tropiezan al hablar. Parece claro que no llegamos a un binomio, sino a una ecuación de tres factores imprescindibles, que se vuelven cuatro cuando interviene otro idioma. El que escribió; la lengua ajena; el autor de la versión y los lectores que generalmente exigen más de lo que debieran.
En otras palabras, traducir no puede ser traicionar. Pero traducir literatura no debe ser reinventar una obra. Es obvio que alguien originado en ambas lenguas, las dos culturas y el par de razas, tendrá idóneas aptitudes. “Goldstein le escribe a su hija” (Cartas de un emigrante) no sólo cumple con estas condiciones, sino agrega otra de señera importancia: el despliegue de la psicología de un personaje cuyo correo no sale de sí mismo, y cuya destinataria parece más imaginada que existente. La autora Irena Dousková, nacida en 1964 y con un haber de once libros, es personalización de su oficio y su circunstancia. Nada hay que seduzca más a los lectores que la creación de un mundo, y ningún atractivo los enamora al punto en que lo hace la posibilidad de sumergirse en él. Dousková nos pone el trampolín, pero también el salvavidas.
No se puede, y parece que tampoco se debe soslayar el precepto gassetiano cuando se escribe sobre alguien. La autora de “Goldstein” lleva a cuestas una circunstancia tan rica como difícil. Lo que hoy es República Checa tiene un pasado lleno de luces y sombras; de risas y llantos; de hambres y plenitudes. Pero esto no sería suficiente sin un pueblo que ha podido escuchar la música de un Foerster en el siglo XIX y de un Smetana en el XX. Obra inicial que apareció en 1997, su motivo son los pasos que ha dado y sigue dando el hombre de un lado para otro, pero “yo no usaría para nada la palabra ‘emigrante’.
No suena bien, suena feo, es un tanto despectiva. En realidad se trata de personas sencillas que fueron del punto A al punto B y pagaron muy caro por ello. Todos y cada uno de ellos. Quien no se vea obligado a emigrar, mejor que no lo haga”.
Con el permiso de Irena y de Gloria, esta reflexión postrera. El ser humano es un desterrado. Emigra en su propio país, en su propia casa y dentro de sí mismo. Eso lo enriquece; eso lo multiplica. Pero ¡cuidado!, estas líneas destinadas al comentario están inflándose de personalismo.
Bien vistas las cosas, llegar a este sitio parece demostración de que Goldstein, Irena y Gloria han hecho lo suyo. Gracias a ellos, hay alguien que ha salido a pasear por un valle de cuartillas, para volver a su jardín, a su casa y a su ser, pues finalmente el humano, por mucho que escriba y muchos espacios celestes que domine, jamás podrá emigrar de su persona.
El libro publicado por la Editorial Luzam de Cuernavaca constituye una aportación que hace lucir al protagonista, a la autora y a la traductora, y podrá enriquecer las bibliotecas de quienes lo adquieran.
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