Chano sin Chon
pero con chones
Del cineasta Chano Urueta se han tejido fábulas, o tal vez bordes bordados de veraz anecdotario; según murmurios intervino en la Revolución en filas villistas y del zapatismo, que Chano no tenía voz de poli ni de pareja a Chon, pero era poseedor de muchos chones, simbolismo interior, en valor limpiecito de comillas.
En antesala de palomitas y proyector
Afírmase también que fue vasconcelista y que cuando don José -sin mover ni un tendón en su autoasilo de los yunaites- expidió y pidió a los suyos -a través de una proclama de lejitos redactada- se alzaran en armas por lo que el filósofo calificó fraude electoral, máxima plutarqueada… casi nadie alzó ni el índice en sinonimia de pedir permiso, casi nadie estiró ni una rodilla para desentumir la espera… la excepción del casi fue Chano, el de los valerosos chones, juran y perjuran algunas fuentes de chipi-chipi chorreadero, que el joven Urueta se puso de bandolera un mosquetón en Chihuahua, pero él solito, él nada más, él sin nadie más que su sombra llevada a cuestas cual hilacho descocido de la espalda, en un desierto más ídem que del Sahara sin Sara, sin beduino, sin camello.
Cuando Chano -chiqueadísimo apócope de Luciano- aún no se imaginaba que cambiaría cámara nuevecita por fusil desvencijado… sin velorios cafeteaba la palabra, a sorbitos de cálida y re-cargada madrugada disfrutaba con amigos palique y cafeína, se hablaba, en la terminal de porfiriato, de la disputa de “científicos” y reyistas, enconados agarrones que jamás tocaban al dictador; en ese húmedo hablar de exprés tan concentrado, el tema recaía en el orador más horadado en elogio de menciones: Jesús Urueta, padre de Chanito, vástago que orgulloso ponía turgente el pecho, cual guajolote en celo.
No le arribaba todavía la etapa con todo y tapa de pantalla, un buen rato de historia personal le faltaba para que, como en alguna entrevista evocara la gran Benita Galeana, tratara a ésta de animar e ingresara al cine sin butaca ni pase de cortesía, entrada plena en el celuloide, con su belleza y su acento a la hora buena de la luz imaginada. No la pudo convencer, no la pudo vencer en su cortés insistencia, sin embargo, la propuesta quedó afablemente grabada en el set de la memoria.
(¡Jesús! paréntesis paternal de don Jesús)
(Jesús Urueta, registran varios tímpanos de aquellas eras, poseía un estremecedor decir en la tribuna; improvisaba discursos y lenguaje corporal, acompasaba puño y vozarrón, en el éxtasis de su alocución…. Luego, distendía tono y manoteo en aparejada lentitud; izaba los brazos con ambas manos muy abiertas en un amurallar de palmas contra cualquier hipotético interpelar, porque su oración sin misal a él sólo, y muy solo él en el estrado, pertenecía, porque la inconsútil ilación del zurcir sin hache pero con hacha, únicamente de él era potestad de capital decapitar, porque de él, nomás de él, los chicharrones tronaban una tempestad).
 (Chucho padre era reyista sin rey pero con don Bernardo, abogado que en debates de barandilla imponía tesitura y mareo argumental, alguien de sus filas y sus filias: José Sánchez Azcona recuerda que “Defendió Urueta a un homicida que había dado muerte a una hermana alegando graves motivos de honor”, nadie dudaba de la culpa del criminal, ni se tragó el ricino de su honorabilidá fratricida, y menos que ninguno su jurídico representante, el Lic. Urueta, quien antes de que Chano del filmar oficio hiciera… apantalló en elocuente pantallota de orador a un dizque Tribunal del Pueblo que de puras oídas, de puro discursivo oír absolvió al asesino. Al ser cuestionado por amigos de tener de cliente al que el propio don Jesús tenía por criminal, misógino y cobarde… sin postre ripostó: “Tenéis razón (...) Más para un hombre de tribuna, el jurado popular es una indispensable etapa en México, y el que no obtiene allí un éxito siquiera, no vale nada….”, para concluir en laica confesión que “Por lo demás os aseguro que no he vuelto a hacerlo, ni volveré a hacer…”, charlista epilogó con un suavecito golpe de pecho, en libérrima versión sin sacrilegio del Yo pecador. Por cierto no hay mención con cuánto le atoró al jurídico despacho el carnalote tras despachar despechado a su carnalita).
(El señor Urueta no es el único en asumir tal defensa sin descargo ni automóvil; al final de los 20’s del siglo anterior, Querido Moheno, queridísimo del huertismo, igualmente con querendón pasado de reyista… tuvo de cliente en juzgados a Honorio Rodríguez, quien también por “honor” asesinó a su novia de 20 abriles Natalia Giacopello; tres líneas fundamentales tejió el señor Moheno -tampoco se informó de a cómo le salió al asesino la querida oratoria de don Querido- una, la nacionalidad española del criminal; dos su participación “heroica” en Marruecos, terruño invadido por los colonialistas hispanos; y la tres principalísima con que el excanciller del temible don Victoriano, le redobló mímica y pantomima a su abogacía: el refriteado “honor” que sólo con la provocada muerte ajena puede ser restituido, únicamente así se logra liberar de la testa las canijas y pesarosas sienes de perchero. Con este sentido sinsentido pero por él consentido… Querido Moheno, -ancestro no muy lejano en sangre e ideario de Roberto Blanco Moheno- fincó su discurseada. “Honor” y crimen sin comillas en legalidá de códigos, aquí y acullá, el exrector de la UNAM, Luis Chico Goerne, pergeñó textitos proclives a tal orientación sangrienta, en apartados de ley de varios países, El Salvador y México, verbigracia, sin gracia pero con verbo legaloide… matar en tales circunstancias, era atenuante, el gatillero o acuchillador de hecho por derecho a la derecha evitaba la cárcel. Misoginia y “honor” a tiros enlazados).
Nieto que diabluras azulaba
Una vez los paréntesis desemparentados… Chano Urueta le entró al cine proyectado con todo y proyector; realizó varias cintas para promocionar a su nieto en la vida real: Blue Demon, el afamado luchador que mantuvo una mefistofélica ferocidad de a mentiritas contra El Santo, intentó el cineasta-abuelo parangonarlo en taquilla y éxito continental con el Enmascarado de Plata, para ello recurrió a la fórmula el churroscope en los fílmicos menesteres de pancracio: Blue Demon contra las diabólicas o Blue Demon contra los cerebros infernales, puras contras que en contrariedad culminaron, sin equiparar audiencia, fama y dinerales que concitó el otro maese del candado y el panzazo.
 Algunos filmes temáticos al boxeo llevó a cabo Chano Urueta, puso al “Ratón” Macías, interpretarse a sí mismo, en el apogeo del púgil, quien junto con el “Chango” Casanova y el “Toluco” López, representan, sin blasfemia alguna, la Sacratísima Trinidad del Cate, nadie como ellos, en cualquier área del deporte, concitó tal pasión y tal éxtasis… aunque para un par de los referidos, rápido los sepultó el amnésico alud y la miseria, A solas en el altar se quedaron, sin la feligresía que otrora les destinaba oración sin rezo pero con alarido.
Don Chano dejó fluir en El Ratón, la simpatía natural de Raúl Macías en mancuerna estupenda con la extraordinaria Anabel Gutiérrez, era la era nada redundante de peleadores en la pantalla: El “Pajarito” Moreno con roles importantes en La sombra del otro y Policías y ladrones, permitiéndole a su manager, Chuco Cuate, un papelito-papelón de extra, manejador luego sería de Rafael Herrera y Julio Guerrero, pero en cuanto “El Pájaro” se le fue sin albur pero con alas, recordaba aquél cómo le chillaba éste: “¡No me dejes Pajarito, no me dejes!”, evocaba el gladiador que “Ni mis viejas me lloriqueaban con tanto pujido y compungido sentimiento”. “Pájaro” ponchador que en la espiral de su tundidora carrera podría catalogársele de sub-ídolo, el que se trajo a su mamá de la zacatecana Chalchihuites, instalándola en un caserón de la defeña Lomas de Chapultepec, donde la hermosa señora desplazaba su soledad, ante el chismerío de la burguesía vecinal…hasta que Ricardo Moreno, El “Pajarito” se fue a pique a mandarriazos de Hogan Kid Basey y David More, y con su silueta diluida se abatieron las bolsas, y de la casa fue desalojado al no cubrir el altísimo predial ni gastos de mantenimiento, y el alcohol para recordar en cada buche las alturas, y el chemo que de olidas devuelve el aroma de vergel cuando la vida ni los guamazos dolían, y…
La Revolución Mexicana no se fue inédita del acetato de Chano Urueta, se trajo a Los de abajo, respetando la esencia en el novelar de don Mariano, la Revolución que se evanesce en la bola y en la humareda, los “señores Lics.” en la novela y en el film desencarnadamente encarnados por un estudiante de medicina: el gran Carlos López Moctezuma, que arrima el olfato ‘onde los frijoles mejor hierven… y a buen resguardo de las balas babea la demagogia, el osamentoso verbito que a quien tenga la balanza alaba en florido salivario.
Chano Urueta dirigiendo a De Córdova y a Cantinflas sin batuta pero con el rollito aquél; Chano Urueta y su Del suelo no paso, en homenaje a Harold Lloyd y Avelino Pilongano, el grandioso poeta etéreo que en el aire las componía y a las mosqueadas musas empuñaba; Chano Urueta y Jesús Urueta, existencias duales en digresión, como en las películas, como en dilema de vericuetos entroncados, como la vida que vadea y ocupa un sinfín de laberintos.
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