Asombro sombrío
¡Culto!
Una enorme y noble aportación filosófica donó -a dialécticos contrarios- la hegeliana porra de los Pumas; todo surgió algunos lustros atrás, cuando el club universitario enfrentó en su estadio a los Tecos de la Universidad Autónoma de Guadalajara, propiedad de los hermanitos Leaño, fermentadores -no de tlachique ni tequila- del fascismo y todo lo angulado en los esquinarios de la diestra.
Contra la derecha el patadón
En aquel futbolero duelo, el portero de la UAG: Franz Mariátegui Revueltas, destacado exponente de las divergencias existencialistas de Kierkegaard a Sartre… antes de cada saque, mirando en geometría total a la concurrencia… desgañitaba su homeopática porción de oratoria, expresando su contrariedad por el extremoderechoso historial de los dueños de la UAG, quienes en sus recintos dieran “honoris” con todo y honorarios de mala causa, al señor Somoza, el “Tacho” tachado de Nicaragua; inmediatamente después asestaba un patadón de exilio al baloncito, ante el socrático regocijo de la concurrencia que coreó patín y arenga con un tumultuario “¡Culto!” que al instante se albergó en los anales (sin ninguna proctológica connotación) del monumental e intempestivo canto neogregoriano.
El joven arquero, mirando al respetable en giratoria rosa de cuatro vientos… se disponía a sacar sin saquear otro balonazo, pero antes discurseó su malestar porque los Leaño hicieron en mala lid adalid a Alfredo Stroessner, el nazi paraguayo que anidó en su dictadura hijos-jijos putativos de Hitler como a Joseph Mengele, quien en los campos de concentración realizaba experimentos con humanos, obsesionado por hallar un molde gemelar de puros ojos azules y ojitos-pajaritos con cursilísima tonalidad de baladita… y luego el antifacho puntapié, vitoreado por el “¡Culto!” aquél que en el éter entretejía una sonora sonata de metafísica.
El carismático porterazo, sin atender requerimientos de un árbitro reaccionario, se desplazaba al centro mismo de la cancha, dando vueltas en todas direcciones, a fin de que todos vieran y oyesen su repudio contra los Tecos empresarios, porque en los 60’s fueron eje triturador en la represión contra copreros; el silbante le sacó la rigurosa (la tarjeta roja, por supuesto), pero eso no impidió que retornara a su portería y patease con tal fuerza la pelota, que ésta voló dando homenaje de puntuación al “¡Culto!”, que desgargantó sin Beethoven la más heroica sinfonía; recogió a continuación numerosos ejemplares de El ser y el tiempo heideggeriano, apilados atrasito de su meta; los obsequió al público lanzándolos en compaginada parvada, advirtiendo a grito nada pelado aunque sí retumbante, que el autor mantuvo vínculos con el nazismo, lo cual ocasionó -didáctico dijo- que otros pensadores, Karl Jasper, por ejemplo, rompiera con Martin Heidegger la amistad, esparciéndola en tapiz de hilachos y jirones; los policías no se atrevieron a concretar la expulsión, el que sí ipso facto se fue, fue redundante el de los pitazos (no de soplón-oreja, de pititos resoplados con un garbancito al interior), abrumado por una cordillera desgajada que evocaba sus amargos orígenes en el poético alud de los quebrantos.
Culta exportación en oro oral letrada
En el anterior campeonato mundial del balompié, en Brasil, el “¡Culto!” de sapiente entonación, se internacionalizó: “Guardametas del mundo, ¡uníos!”, era la consigna emotiva; el cancerbero estadounidense -John Brown Thoreau-, en su idioma eslabonado a la mímica universal, expresó tan estridente como Maples, Vela y List Arzubide su indignación contra los revoloteadores “Fondos Buitre” y un “¡Culto!” estremecedor lo aureoló, entendible en la renovación del esperanto; posteriormente extrajo del magistrado Thomas Griesa la cara ajada, ¡la carajada!, reproducida en cartulina, la enrolló al balón, recitando al unísono “Suck my dick, sucker!”; sin que nadie comprendiese el contenido oracional, pero todos aprehendieron y aprendieron su gesticulación a lo Usigli, por lo que el “¡Culto!” salió multitudinario acompasando la hermenéutica mímesis de una dotación (señalada por su índice rumbo a su pie): “La pata dota… ¡patadota!” contra la jeta sin gesto ni gesta del zopilotero juez.
El cuida-puertas germano, Karl Friedrich Liebknecht, externó su disgusto con la nada angelical Ángela Maerker, porque ella y su partido atrasito del maquillaje facial tienen de lunar tatuado una cruz gamada con que apóstatas se persignan sus hogueras; añadió su rechazo a las medidas económicas contra los pueblos apretándole, más que el cinturón, la tan sensible intimidad ecuatorial… “¡Culto!”, ripostó la vidente audiencia; el San Pedro deportivo, antes de dar el saquecito, invitó a su portería a sus homólogos de Francia, Portugal, España e Italia, dedicando todos al presidente Evo Morales los juegos de su competencia, en desagravio a la sometidísima progringada con que sus respectivos gobiernos de hecho y de desecho secuestraron al mandatario boliviano, al deducir impositivos que en su aerotransporte escondía entre el equipaje al joven Snow, quien nevó de frío maraquerador a CIA y compañía al exhibir los enjuagues nada bucales pero sí mortales del imperialismo que ab ovo (latinajo sin avícola equivalencia), que desde el principio, impuso a los subimperios… que sólo sus chicharrones truenan en marranadas mordiditas a lo MacDonald y Kentucky Fried Chicken; el “¡Culto!” en maremoto descendió del graderío un libertario oleaje sin Poseidones ni trinches o tenedores bonos de buítrico revolotear.
La nada piojosa erudición de don Piojo
Miguel Herrera, apodado don Piojo, sin ninguna referencia al invertebrado glotón de ideas, sino porque siempre se halla en la cúspide del pensamiento, una vez retornado de su fantástica participación en el mundial descrito, se reunió con don Enriquito y ambos dieron una extraordinaria conferencia de prensa que superó los confines del balonazo, para instalarse en un filosofar de inacabable altura.
El universo entero con las galaxias que tributos le circundan, testimonió que la selección de don Piojo hubiera ganado el certamen aquél… si un mañoso delantero holandés no se hubiera echado clavados con más descaro que un boxeador vendido; don Miguel ilustró que para poner en práctica su soberbia actuación brasilera tradujo hacia el balompié la infinitud de Fichte que a lo poético interpretara Friedrich von Schlegel, rubricando: “La poesía es filosofía… y el balón aristotélico redondel de la retórica”; el señor Herrera explicó cómo hizo imbuir a sus jugadores que la cancha era un verso podado y apodado con didactismo de Protágoras: “Mens mesura”, o el hombre es la dimensión de las cosas que sus chicos captaron sin ardid en las magnificencias de una estrofa: “¡Culto!”, le espetaron rendidos seleccionados y selectos invitados; el señor Deschamps se frotaba con un trapo de franelero la petrolífera emoción que le diluía chapote de un sobaco; El Niño Verde, desde su infancia eterna como el pequeño percusionista de El tambor de hojalata, de Günter Grass, se puso más glauco todavía por la impresión de oír aquella conferencia más que magistral que -sin niñerías- lo puso a ejercer pucheritos en honor del disertador; Ernestito Corderito, nervioso y conmovido por la nada piojosa erudición de don Piojo… reducía a migajas un aumentativo PAN con que pensaba tortear (sin indecencias a lo Villarreal) un suculento refrigerio; Miguelito Barbosa y Silvanito Aureoles, paladines de la “izquierda, moderna, dinámica y propositiva”, más modernos, dinámicos y propositivos se tornaron, acentuando su pigmentación de ámbar solecito… ante la escalofriante majestuosidad del horadante orador…
Don Piojo y don Enriquito abordaron temas literarios en un diálogo de gran envergadura; comentaron a su docto auditorio que la primera novela mexicana con la técnica joyseana del monólogo interior fue La Malhora, de Mariano Azuela, publicada en 1923, un añito posterior al Ulises de míster James; “¡Culto!” homenajeó febril la asistencia; el señor Herrera indicó que el autor llevó La Malhora a un concurso de novela encabezado por Alfonso Teja Zabre; el jurado declaró desierto el premio, esto es, hierático señaló don Miguel, que para los dictaminadores ninguno de los textos en competencia era competente, pura-impura incompetencia competida, según los jueces esos textos no servían ni para asearse lo más recóndito del alma; don Mariano calló y cayó sin cayos ni callos en depresión, compungido y doctoral disertó don Piojo, al grado -añadió- que rompió varios manuscritos en la desesperación sin sobras de su zozobra; debido a ello, interpuso su interlocutor, resulta urgente y fundamental “Mover a México”, no a ritmo de guaracha ni entre las rumberas caderas de Ninón Sevilla o Tongolele, menos en destartaladora quebradita… sino con valses de Strauss y Juventino, con las mazurkas (que no mazorcas ni elotitos), mazurkas polonesas de Chopin y, de tal forma, formar la locomoción sin loco ni moción, aclaró festivo frente a sus invitados especiales, entre quienes destacaban el señor Fox, especialista en obra borguiana, y la seño Martita, esclarecida biógrafa de Rabinita Tagorita.
Respecto a diminutivos, el cultísimo entrenador, citó a Nietzsche y su repudio que en hipocorístico disfraz emboza la debilidad de los anémicos de ánima, “A mí no me alaben ni me aluden con don Piojito, ni me hagan ídem mis admiradoras, pero si desean prolongársela con el término, pónganme don Piojazo, que los superlativos siempre barruntan en el labio un envinado buqué de GRANDEZA”; peroró el para nada enfrijolado adiestrador de oncenas que hace del futbol hegeliana síntesis tras negar dos veces a la canija negación del nel; mayúscula y casi desgargantada lo coreó la admiración: “¡CULTOTE!”
El señor Herrera abundó córneo de abundancia repetida… que Franz Kafka, sintiendo la siega nada ciega de la Trilladora de Existencias, pidió a su amigo Max Brod cremase, no sus restos mortales, sino sus escritos, con la esperanza prometéica y la duda tomasina conjugadas, de que las únicas ascuas que chamuscaran su legado fueran las retinas en enjambre de lunas fervorosamente estacionadas en sus renglones; “¡Culto!”, entonaron afinaditos los circunstantes, sobre todo el chapeado virrey de Chiapas, Manuelito Velazquito, y su ya mero desposada sin esposas ni grillos-grilletes, Anahí, dotada sin silicones guturales en los menesteres del bel canto, soprano sin RBD’s de reveses ni tambaches de timbiriches que disparan una granja del cantar.
Don Miguel reveló que acudió a los pragmáticos para izar el ánimo de su equipo hasta el asta cacofónico de un elevadísimo banderín, en particular les desplegó las enseñanzas de John Dewey, el mismito que elogió Celestin Freinet, el impulsor de la Escuela Activa; “¡Culto!”; luego recurrió y recorrió a Samuel Ramos y su Perfil del hombre y la cultura en México para que sus pupilos en catarsis vieran el alderiano complejo de inferioridad, de donde don Samuel infería que los albureros sufrían complejotes por la unción extrema, sin sacrilegio pero con aceitito, de lo chiquito con la grandota en antidialéctica introspección del circulito y la parada sin estación sumados y consumados en la lógica matemática de Russell y Frege; “¡Culto!”; y a fin de afinar afín con afán superior al de la cerveza… sus educandos a puntapiés se quitaran de encima los guajoloteros achaparramientos de la conciencia; “¡Culto!”; don Piojo retomó de Anaxágoras el nous, lo extendió rumbo a don Aristóteles, lo tendió (el nous no al estagirita) en los estéticos mecates de la estética de don Plotino, y al final principió cartesiano en remembranza de la filósofa Graciela Hierro, el nous aquél en versión de milenios posteriores; “¡Culto!”; de vuelta devuelta la poética, en grandilocuencia expuso los soliloquios creativos en las eróticas saudades de las musas del gran versificador Avelino Pilongano, “¡Culto-culto-culto!” se produjo la colectiva exclamación en sintonía de tripleta.
Don Piojo afincó a continuación ojo y verbo en dirección de Emilito Azcarraguita Jancito, ilustrándole que en su Teletón hay una palabra en inglés que se debe eliminar: el Down del síndrome, pues Down significa abajo, explicó el señor Herrera ante el cabeceador asentimiento de su patrón, quien aplaudió tanto que por poco se queda sin palmas ni cocos que regalar a subalternos, en cuanto don Miguel, sin disolverse, halló la solución del intríngulis abajeño: Up por Down, ya que el Up quiere decir arriba, esto es, bien subidos los ánimos en la cumbres sin Maltrata, ni trato malo de autoestima, en las claridades cupulares de Cuauhtémoc Sánchez, Gaby Vargas y Og Mandino, así, entre el estremecido palmotear de don Emilito, se dio teletona anuencia de un cambio motivacional: ya no habrá más síndrome de Down, sólo síndrome de Up; “¡Culto-culto-culto-culto-culto-culto!...”, se desparramó en inapagable algarabía de elegía tanta sabiduría filosóficamente ripiosa y doctrinal.
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