- Urge una reforma constitucional para exigir estudios superiores a los aspirantes a cargos de alta responsabilidad.
- Recomendaciones de lectura a los legisladores
CHICAGO, ILLINOIS.- El feo y reprobable espectáculo que han dado muchos legisladores mexicanos al responder la pregunta sobre los libros que los han marcado como personas los exhibe columpiándose en una peligrosa ignorancia.
PELIGROSA porque con sus carencias de conocimientos deciden sobre los asuntos más importantes de México. Eso motiva estas líneas, dedicadas en general a todos quienes participan de tareas que afectan el interés público.
Nadie tiene que saber mucho ni de todo, pero es de esperarse que una persona que asume el reto de representar a grupos sociales en la función legislativa, o de gobierno en general, tenga conocimientos amplios o alguna especialidad en las ramas del saber universal o al menos una sólida base profesional o cultural.
Nadie puede negar que la capacidad intelectual de los gobernantes es una condición muy trascendente para toda sociedad, porque los aludidos toman decisiones que pueden contribuir a gobernar y edificar a una nación o arruinarla.
Hoy México atraviesa un momento muy triste porque se puede ver que retrocedió un siglo y cayó en un punto en que en los hechos no se valora la educación superior, solamente en el discurso. La mayor prueba es que hoy los profesionistas son el sector más castigado por el desempleo y que los gobiernos de todos los partidos le regatean presupuesto a las universidades o institutos de enseñanza superior.
Señores políticos y empresarios, ya pónganse las pilas. Ningún país puede llegar lejos sin un poderoso sistema de enseñanza universitaria y de posgrado. Las escuelas y universidades en general deben ser instituciones consentidas del entramado social.
La reforma improrrogable
El hecho de que ciertos legisladores o funcionarios no recuerden un solo libro que hayan leído debe motivarnos al enojo y a la enmienda constitucional.
Se entiende que entre los requisitos para convertirse en legislador, la Carta Magna de 1917 constitutiva del México actual no considerara el de la educación superior; una omisión grave, pero comprensible en su momento, cuando ni universidades había. Eso no tiene validez en estos tiempos en que abundan las opciones, porque el conocimiento es la mejor carta de las naciones para su desarrollo, y en México sólo tienen que mejorarse en lo material y en lo humano –alumnos, profesores y trabajadores- porque en lo referente a los programas académicos, existe una gran riqueza de opciones y en general están actualizados en los enfoques que la posmodernidad demanda.
Un ejercicio que a manera de crítica ha circulado en las redes sociales de internet, en el que diputados de varios partidos tartamudean o divagan al no saber responder nada sobre libros nos debe forzar a exigirle al Congreso que se reformen las leyes de manera que todo aspirante a un cargo de elección popular o funcionario de alto rango posea al menos una licenciatura como base profesional para ejercer los cargos. Esto debe implicar a los integrantes de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, desde presidente municipal hasta presidente de la República, pasando por supuesto por todos los cargos de alta responsabilidad.
Se ha dicho que a las cúpulas partidista y legislativa les conviene disponer de un séquito de legisladores carentes de respaldo intelectual porque de tal forma son más fácilmente manejables, levanta dedos les dicen, útiles a la hora de votar las iniciativas. Tal enfoque es un recurso miope, de efectos muy negativos para la sociedad, al final de cuentas contraproducente para la fracción legislativa de que se trate porque una parte de los electores se da cuenta de la artimaña y los reprueba.
Las recomendaciones literarias
En espera de que se pueda actualizar la legislación, estas líneas son un exhorto a los ciudadanos para presionar en tal sentido. Mientras llega ese luminoso momento, aquí va una recomendación de tres importantes libros que todo legislador y todo funcionario debiera conocer. No es que sean los únicos, son tres libros básicos, cabe insistir, muy importantes para el bagaje cultural no solo de los aludidos sino idealmente de todo mexicano.
En primer lugar se puede recomendar la extraordinaria obra histórica México bárbaro del periodista estadounidense John Kennet Turner. Es histórica por doble razón, porque habla de un periodo histórico mexicano, el Porfiriato, y porque en sí mismo tal ensayo se convirtió en histórico al tratarse en una obra fundamental para el conocimiento de un periodo especifico de la vida nacional.
En México bárbaro Kenneth Turner aborda los meses previos al estallido de la Revolución Mexicana y hace un detallado y muy completo análisis de los años aciagos del infame genocida Porfirio Díaz, que provocó su propia caída con sus excesos de autoridad, hecho que algunos historiadores tendenciosos han querido ocultar y maquillar, cuando lo cierto es que hizo todo para lograr el sitio de horror entre los gobernantes más despreciables de México.
De acuerdo con lo que investigó y publicó ese ilustre periodista, muy citado por los historiadores pero poco leído por los mexicanos, toda la obra material que se le adjudica a Porfirio Díaz resulta muy menor ante el balance de violaciones de derechos humanos que cometió, no sólo en su intento de aniquilar a los indígenas Yaquis del norte de México, ni por la persecución sanguinaria contra sus opositores políticos, como los hermanos Flores Magón y la familia de Aquiles Serdán, sino por su impulso del sistema económico de explotación laboral de campesinos, obreros e indígenas, basado en un salvaje esclavismo, algo que muchos historiadores contemporáneos prefieren callar.
Por cierto, valga mencionar que a John Kennet Turner México le debe el más amplio reconocimiento por su invaluable contribución a la lucha revolucionaria que hizo con sus denuncias contra el esclavista Porfirio Díaz, también por su apoyo abierto a los precursores revolucionarios y la defensa de estos que emprendió ante la sociedad estadounidense y sus gobernantes. Sirvan estas líneas como una petición directa para que oficialmente las instituciones nacionales le rindan el más alto reconocimiento postmortem con un monumento o poniendo su nombre a una plaza importante o una avenida principal. No hay nada, de ese tamaño es el olvido, y México no es un pueblo de malagradecidos.
La segunda recomendación al respecto es la obra del Premio Nobel mexicano, Octavio Paz, El laberinto de la soledad, un ensayo que puso en primera plana el tema de la mexicanidad, donde el autor explora aspectos históricos de la identidad nacional. Esta obra es de gran actualidad por los tiempos que atraviesa México y resulta fundamental como exploración del autoconocimiento que como sociedad nos debemos para entender nuestras debilidades, lo cual debiera ser base para construir nuestras fortalezas como cultura nacional con potencialidad para el crecimiento en el contexto global.
Una tercera recomendación de libros que debieran estar en la cabeza de todos los aludidos son los dos volúmenes de Juan Rulfo, El llano en llamas y Pedro páramo. Para tener idea del significado de estos pequeños libros de cuentos rurales hay que mencionar que un grupo de expertos convocados por el gran diario británico The Guardian incluyó a Rulfo entre los autores más influyentes de la literatura universal, el único mexicano en esa lista de los gigantes de todos los tiempos. Con dos libritos que en páginas no hacen una sola obra del titán ruso Fedor Dostoievski, autor de kilométricos volúmenes, Rulfo está entre los inmortales… y pocos mexicanos lo han leído.
¿Se limitarían los derechos?
No debe ser válido argumentar que el derecho a votar y ser votado es un principio que consagra la Constitución mexicana para todo ciudadano que pretenda el acceso al poder, y que por lo tanto tal garantía es intocable. Como si no fuera cierto que la misma Constitución concede a los ciudadanos el derecho a cambiar sus propias leyes, sistema y régimen de gobierno cuando así lo considere. La Carta Magna fue hecha por personas ilustres y visionarias, pero en otra época y con sus limitaciones normales de esos tiempos.
Los retos de hoy nos obligan a pensar en esa reforma. Y que nadie argumente que se limitan las libertades y los derechos constitucionales. Tan fácil es que quien aspire a convertirse en un integrante del gobierno primero piense en prepararse intelectualmente y acreditarlo con algún título o certificado, excepto en casos en que los propios logros intelectuales de algunos hagan patente no sólo su conocimiento y dominio de ciertos temas, sino su inteligencia y afán de servicio a la nación.
Debe quedar claro a todos que para servir a México no se tiene que estar en un cargo público, se puede hacer desde varias disciplinas y multitud de actividades, como el deporte, el arte y la ciencia; el activismo social, sindical y político, la promoción de los derechos humanos, cultural o comercial.
Lo del derecho a votar y ser votado sin los méritos intelectuales es un pretexto para vivir con los privilegios que inmoralmente los grupos de poder han ido adoptando en la vida nacional.
*Periodista mexicano, residente en Chicago, Il. Estados Unidos.
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