ESTADOS UNIDOS, DEL RACISMO AL RACISMO IGUALITARIO
Thierry Meyssan
LAS REACCIONES ante el asesinato del ciudadano negro George Floyd a manos de un policía blanco no tienen nada que ver con la historia del esclavismo en Estados Unidos sino más bien –al igual que la oposición del establishment contra el presidente Trump– con un problema de fondo de la cultura anglosajona: el fanatismo puritano. Para entender los acontecimientos actuales en Estados Unidos es importante recordar la extrema violencia interna que sacudió ese país durante las dos guerras civiles estadounidenses: la Guerra de Independencia y la Guerra de Secesión. Pero, ¡cuidado! Lo que la clase política estadounidense predica ahora es un racismo igualitario. Dicho de otra manera: todos iguales… pero separados.
En 1609, alrededor de 400 fieles de la iglesia inglesa huyeron de su propio país, donde eran considerados fanáticos extremistas, y se refugiaron en la ciudad holandesa de Leiden, donde pudieron vivir según la tradición calvinista, o más exactamente según la interpretación puritana del cristianismo. Probablemente a pedido del rey Jacobo I, enviaron a América dos grupos para luchar allí contra el imperio español. El primer grupo fundó lo que se convertiría en los Estados Unidos de América y el segundo se perdió en Centroamérica.
Posteriormente, los puritanos tomaron el poder en Inglaterra, a través de Oliver Cromwell, decapitaron al rey papista Carlos I, instauraron una República igualitaria (el Commonwealth) y colonizaron Irlanda perpetrando allí grandes masacres contra los católicos. Aquella experiencia sanguinaria fue de corta duración y desacreditó por largo tiempo para los ingleses la noción del Interés General (la Res Publica, expresión latina que da origen a la palabra República).
Los 35 Pilgrim Fathers (Padres Peregrinos) zarparon de Leiden a bordo del barco Mayflower, hicieron escala en Inglaterra y cruzaron el océano. Llegaron a Norteamérica en 1620 para practicar allí su religión con toda libertad. Durante su viaje a bordo del Mayflower habían firmado un pacto en el que juraban crear una sociedad modelo –de estricto respeto a la paz y el culto calvinista, vida comunitaria intensa, disciplina social y comportamiento moral estrictos. Crearon la Colonia de Plymouth con la esperanza de construir la «Nueva Jerusalén», después de haber huido del «Faraón» (el rey Jacobo I) y de haber cruzado el «Mar Rojo» (en realidad el Océano Atlántico). Al cabo de un año, organizaron una ceremonia de agradecimiento a Dios por haberlos guiado en su epopeya, celebración que aún se realiza anualmente bajo la denominación de Día de Acción de Gracias (Thanksgiving) [1].
Aquellos puritanos, que establecieron su capital en Boston, a 60 kilómetros de Plymouth, imponían a sus mujeres el uso de velo y practicaban las confesiones públicas y los castigos corporales.
Esos hechos no son simples mitos que todo estadounidense debe conocer, son parte integrante del sistema político imperante en Estados Unidos. De los 45 presidentes que han pasado por la Casa Blanca, 8 –entre ellos los Bush– son descendientes directos de los 35 «Padres Peregrinos». A pesar de la llegada de decenas de millones de inmigrantes a Estados Unidos y de las apariencias institucionales, la ideología de los puritanos se mantuvo en el poder durante 4 siglos, hasta la elección de Donald Trump. Un club extremadamente cerrado, la Pilgrim’s Society, reúne –bajo la autoridad de la reina de Inglaterra– a muy altas personalidades británicas y estadounidenses. La Pilgrim’s Society instauró la Special Relationship (Relación Especial) entre Londres y Washington, llegando incluso a designar numerosos secretarios y consejeros durante la presidencia de Barack Obama.
Numerosas ceremonias que debían realizarse este año por los 400 años del Mayflower fueron anuladas debido a la lucha contra la epidemia de Covid-19, entre ellas una conferencia que un ex consejero británico de seguridad nacional iba a pronunciar ante la Pilgrim’s Sociey. Las malas lenguas dicen que la epidemia “terminará” al día siguiente de la elección presidencial… si Trump la pierde, para que ese resultado pueda festejarse.
Entre los cristianos estadounidenses existen dos culturas opuestas: la de los calvinistas o puritanos y la de los católicos, anglicanos y luteranos. Algunas de las 800 iglesias existentes en Estados Unidos se definen resueltamente como pertenecientes a una de esas culturas, que sin embargo existen simultáneamente dentro de la mayor parte de las iglesias estadounidenses ya que el puritanismo carece de corpus teológico definido. Es más bien una forma de pensar.
La Guerra de Independencia de Estados Unidos comenzó en 1773, con el “Motín del Té” (Boston Tea Party). El protagonista de aquel acto de protesta tuvo como abogado defensor a John Adams, otro descendiente directo de uno de los 35 “Padres Peregrinos” y más tarde segundo presidente de Estados Unidos. El llamado a la independencia fue lanzado por el periodista político Thomas Paine, quien no dudó en esgrimir argumentos religiosos, que él mismo no creía ni remotamente.
De cierta manera, la Guerra de Independencia de Estados Unidos es la prolongación, en el nuevo continente, de la Guerra Civil británica que había lidereado Oliver Cromwell. Aquel conflicto resurgirá una vez más, nuevamente en Estados Unidos, con la Guerra de Secesión. En este punto no está de más recordar que la Guerra de Secesión estadounidense no tuvo nada que ver con el esclavismo –al inicio de la guerra, ambos bandos lo practicaban y también ambos bandos lo abolieron durante el conflicto para enrolar a los antiguos esclavos en sus ejércitos.
En Inglaterra, los puritanos fueron derrotados con la República de Oliver Cromwell, pero en Estados Unidos ganaron la Guerra de Independencia y la Guerra de Secesión. El historiador Kevin Phillips, consejero electoral del presidente republicano Richard Nixon –también descendiente de un hermano de uno de los 35 Padres Peregrinos– estudió a fondo este conflicto que ya tiene siglos de duración [2]. Fue así como concibió la estrategia de «la Ley y el Orden» ante el demócrata segregacionista George Wallace durante la elección presidencial de 1968, estrategia que Donald Trump reedita para la elección de 2020.
Todo lo anterior demuestra que las apariencias son engañosas. Las líneas que definen a los bandos no están allí donde todos creen. Los puritanos siempre han defendido la igualdad absoluta… pero sólo entre cristianos. Durante mucho tiempo prohibieron el acceso de judíos a los cargos públicos y masacraron a los indios a los que tanto decían amar. Durante la Guerra de Secesión extendieron su igualitarismo a los negros –pero en África austral los puritanos defendieron el apartheid hasta el último momento– dando lugar así al mito que presenta la Guerra de Secesión estadounidense como una guerra antiesclavista. Hoy en día, defienden la idea según la cual la humanidad se divide en razas iguales pero que deben vivir preferentemente separadas y siguen siendo reticentes a lo que llaman «matrimonios interraciales». Los puritanos ponen la mentira en el lugar más bajo de su escala de valores. No la consideran una astucia sino siempre como el peor de los crímenes, más grave incluso que el robo y el asesinato. En el siglo XVII castigaban con latigazos el hecho de mentir a un pastor, sin importar la causa de la mentira, así como aún existen leyes estadounidenses que castigan duramente el hecho de mentir a un funcionario federal, sin importar los motivos.
El evangelismo estadounidense
Con el tiempo, sobre todo en el siglo XIX, surgió otra corriente de pensamiento en el seno del cristianismo estadounidense: el evangelismo. Se trata de cristianos de todas las denominaciones que tratan de acercarse al cristianismo original, sobre el cual en realidad no saben prácticamente nada. Por consiguiente, lo que hacen es recurrir ciegamente a los textos sagrados. Al igual que los puritanos, los evangélicos son fundamentalistas, lo cual significan que toman las Escrituras al pie de la letra, como palabra divina, negándose a toda contextualización de los textos. Pero son mucho más pragmáticos que los puritanos ya que tienen una posición de principio sobre todos los temas pero, ante una situación precisa no actúan en función de reglamentos comunitarios sino según su conciencia.
Es fácil burlarse de las absurdas opiniones de los evangélicos contra la teoría de la evolución, pero no se trata de algo fundamental –ellos mismos dejan de lado ese rechazo cuando les parece necesario. Resulta en cambio mucho más importante denunciar la visión puritana de una humanidad dividida en razas diferentes, iguales pero separadas, visión que desgraciadamente casi nadie critica a pesar de sus graves consecuencias cotidianas.
Los puritanos controlaron la política estadounidense hasta 1997, cuando el presidente libertino Bill Clinton prohibió por decreto toda expresión de fe religiosa en las instituciones federales. El resultado fue que la religión se desplazó de la administración hacia el sector privado. Todas las grandes empresas acogieron grupos de plegaria en sus lugares de trabajo. Ese desplazamiento favoreció la aparición pública de los evangélicos en detrimento de los puritanos.
El regreso del fanatismo puritano
El conflicto entre los puritanos y el resto de la sociedad vuelve a tomar hoy un cariz radical y religioso. En ese conflicto se enfrentan dos mentalidades. Una es idealista, igualitaria –pero en el seno de cada comunidad– y fanática. La otra, a veces más extravagante, comulga con las desigualdades pero es realista.
Después de su fracaso en la última elección presidencial, la puritana Hillary Clinton se planteó la posibilidad de hacerse pastor metodista [3]. Hillary Clinton considera que pecó mucho (mantuvo una relación extramarital), Dios la castigó (con la relación de su esposo Bill Clinton con Mónica Lewinsky), pero ella supo hacer acto de contrición (en el seno del influyente grupo de plegaria del Pentágono conocido como The Family [4]) y Dios la redimió. Está convencida de que cuenta con el favor de Dios, se enorgullece de la violencia que ella misma desató contra los pueblos no cristianos, apoya todas las guerras contra los «enemigos de América» (léase de Estados Unidos) y espera ver el regreso de Cristo.
Donald Trump, por el contrario, no manifiesta ningún interés por la teología, su conocimiento de la Biblia es aproximativo y su fe se limita a lo estricto necesario. Considera que ha pecado tanto como cualquier otro pero, en vez de dedicarse a exhibir muestras públicas de arrepentimiento prefiere hablar de logros. Trump duda de sí mismo y compensa su sentimiento de inferioridad mostrando un ego desmesurado. Le encanta la rivalidad con sus enemigos pero sin pretender aniquilarlos. El hecho es que, en vez pretender continuar guerreando en todas partes, Trump encarna la voluntad de restaurar la grandeza de Estados Unidos («Make America Great Again!»), lo cual lo convierte en ídolo de los evangélicos contra los puritanos. Y además ofrece a los cristianos la opción de reformarse a sí mismos en lugar de tratar de convertir al mundo entero.
Mientras se desarrollaba la campaña electoral de 2016, yo llegué a plantear una interrogante: “Estados Unidos, ¿se reforma o se desgarra?” [5]. Opinaba que sólo Donald Trump podía permitir que Estados Unidos siguiese siendo una nación, mientras que Hillary Clinton provocaría una guerra civil y probablemente la disolución del país, en un fenómeno similar al fin de la URSS. Lo que está sucediendo desde la muerte del ciudadano negro George Floyd demuestra que no estaba equivocado.
Los partidarios de Hillary Clinton y del Partido Demócrata imponen su ideología. Luchan contra la mentira y destruyen monumentos con el mismo fanatismo conque sus antecesores puritanos quemaban a las “brujas” de Salem. Desarrollan una lectura absurda de su propia sociedad, niegan los conflictos sociales e interpretan las desigualdades únicamente en función de la supuesta existencia de razas humanas diferentes. Desarman los departamentos de policía locales y obligan a las personalidades «blancas» a pedir perdón públicamente por gozar de un privilegio invisible.
En el caso de la supuesta «trama rusa», el fin de los procesos judiciales contra el general Michael Flynn, el efímero primer consejero de seguridad nacional del presidente Trump, y el perdón presidencial concedido al ex consejero de Trump, Roger Stone, han suscitado airadas protestas de parte de los puritanos. Ninguno de esos dos personajes había hecho daño a alguien… pero se atrevieron a mentirle al FBI para mantenerlo alejado de la Casa Blanca.
El alcalde de Minneapolis –la ciudad donde fue asesinado George Floyd– fue humillado en público porque se negaba a disolver la policía municipal, acusada de ser «racista». En Seattle, el consejo municipal acaba de ordenar un drástico recorte del presupuesto de la policía municipal, lo cual no molesta a las clases sociales altas –que viven en residencias protegidas por empresas de seguridad privadas– pero priva de protección pública a quienes no pueden darse el lujo de recurrir a tales empresas de seguridad.
La agencia Associated Press y después el New York Times y el Los Angeles Times –pronto lo harán seguramente casi todos los medios estadounidenses– decidieron comenzar a escribir la palabra “Negro” (Black) con mayúscula cuando se refiere a la «raza» (sic) [6], pero no harán lo mismo con la palabra “blanco” (white) porque escribir “Blanco” (White) con mayúscula es costumbre arraigada entre los supremacistas blancos [7].
El Pentágono se planteó rebautizar las bases militares que portan nombres de personalidades históricas sudistas señaladas como «racistas» y todo el personal civil y militar del US Army (el ejército terrestre) recibió un correo electrónico que denunciaba como «de extrema derecha» sostener que sólo existe una raza humana única –lo cual está científicamente demostrado, aunque en el correo electrónico se dice que es una mentira [8]. Esas iniciativas dieron lugar a una enérgica reacción de parte de la tropa, esencialmente partidaria de Trump, y acabaron fracasando pero indican la existencia de una escalada muy peligrosa.
Se trata de decisiones que muestran una pérdida de la racionalidad colectiva.
Thierry Meyssan
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