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¿Dónde andabas, Saligny?
La historia de las relaciones México-Francia, desde que se tiene registro de ellas, al igual que con otras metrópolis, tiene el común denominador de todas las que se dan entre centro y periferia; colonizadores y colonizados; primer y tercer mundo.
El abuso desde el poder militar, principalmente, y el desprecio a las naciones “menores” que osan contrariar siquiera los deseos de las grandes potencias, han sido el común denominador. Los tiempos cambian formas, ciertamente, pero no el fondo.
No hay chovinismo (que es la “exaltación desmesurada de lo nacional frente a lo extranjero”), cuando se pone atención a los referentes, los indicadores evaluables que ubican los platos en la balanza de esas relaciones.
De Saligny.
Tampoco una particularización agresiva, sino la consideración de la experiencia para mejor explicar sucesos que no se agotan en la simple mirada.
Primera intervención francesa
En 1838, Francia reclamó a México el pago de indemnizaciones por daños que, aseguraban, sufrieron los galos durante las guerras internas en México; hacia octubre de ese año, la metrópoli ancló navíos de guerra en el puerto de Veracruz y el contralmirante Charles Baudin, designado ministro plenipotenciario del gobierno francés, se reunió en Jalapa con Luis G. Cuevas, ministro de Relaciones de
México, para buscar una solución al conflicto.
Los franceses incluyeron en las negociaciones, ventajosamente, un tratado “de amistad, comercio y navegación” con México exigiendo derechos preferentes.
Aparte, el gobierno mexicano debía pagar a Francia, en el término de treinta días, 800 mil pesos de aquéllos: 600 mil por concepto de daños sufridos durante las revueltas en México y 200 mil para los gastos de la flota anclada en Veracruz.
Esas condiciones no fueron aceptadas por el gobierno de México y, ante la negativa, el 27 de noviembre de 1838 la flota gala abrió fuego contra San Juan de Ulúa y Veracruz, que capituló, pero el gobierno central de México no aceptó la rendición y, el 30 de noviembre, declaró la guerra a Francia.
El entonces presidente, Antonio López de Santa Anna, llegó a Veracruz para encabezar la defensa de la ciudad. Se dieron enfrentamientos entre ambas tropas sin desenlace definitivo y, con la mediación de Inglaterra, el 9 de marzo de 1839 se firmó un tratado de paz.
México se comprometió a pagar 600 mil pesos en total y Francia retiró su flota invasora.
Y vino la segunda
Benito Juárez declaró la suspensión de los pagos de la deuda externa mexicana en 1861, por la sencilla razón de que no había recursos en la hacienda pública, sin negar la existencia de los compromisos.
En respuesta, los principales acreedores de México: Francia, Inglaterra y España, emplazaron al pago y anunciaron que enviarían tropas. Luego de evaluar la situación, el gobierno juarista derogó la Ley de Suspensión de Pagos, pero los aliados europeos no dieron marcha atrás.
Haciendo efectiva su amenaza, las tropas extranjeras llegaron al puerto de Veracruz en 1862 y se iniciaron negociaciones con los mexicanos. Como resultado, se convino el retiro de las fuerzas invasoras, suscribiendo México obligaciones para el pago de la deuda.
Con el retiro de las tropas cumplieron España e Inglaterra, pero no los franceses.
Invasión y ocupación
Las tropas galas tomaron Veracruz iniciando su avance al centro del país y, aunque fueron derrotados en Puebla, el 5 de mayo de 1862, ocuparon la Ciudad de México unos meses después, el 10 de junio de 1863.
Juárez abandonó la capital y empezó la peregrinación republicana. La ocupación francesa llegaría a su fin en 1866, jalonado ese país por los conflictos y reacomodos europeos.
Desde 1863 habían instalado en Chapultepec a Maximiliano de Habsburgo y su imperio trágico; al irse los franceses, el gobierno de la República retomó el control del país y Maximiliano terminó fusilado en Santiago de Querétaro.
El cínico señor de Saligny
Dubois de Saligny era embajador de Francia en el México juarista, personaje que, según las crónicas de la época, cobró fama de irresponsable porque se presentó borracho a un acto oficial, habiendo ley seca.
Saligny enviaba correspondencia al ministerio francés en París y, en enero de 1861, escribió a su gobierno: “No se pasa día sin que al caer la tarde, en todos los puntos de la Capital (mexicana), lo mismo en los barrios más desiertos como en los más poblados, muchas personas no sean atacadas por los asesinos… esos ataques nocturnos, consumados más de una vez hacia las siete de la noche en la calle más comercial y frecuentada, se dirigen exclusivamente a los extranjeros”.
“Este desgraciado país”
Saligny exageraba descaradamente, manipulaba información y, según consta documentalmente, el 28 de Abril del mismo año dirigió otra misiva a su metrópoli diciendo: “En el estado de anarquía, o mejor dicho, de descomposición social en que se encuentra este desgraciado país, es muy difícil prever el aspecto que tomarán los acontecimientos... Todo indica que nos acercamos a una nueva revolución”.
El embajador (que por cierto lo había sido también en Texas, cuando esa provincia se había declarado independiente de México) promovía abiertamente la intervención militar de su país y en aquella misma misiva agregaba;
“En este estado, me parece absolutamente necesario que tengamos en las costas de México una fuerza material bastante para atender, suceda lo que quiera, a la protección de nuestros intereses”.
Saligny, se sabía, actuaba en contubernio con los conservadores mexicanos que traicionaron a la República.
…Y “lo desfirmo”
Para evitar la intervención militar de Francia, Inglaterra y España, países que se consideraron agredidos por la suspensión de pagos de la deuda externa mexicana, decretada por Benito Juárez en 1861, se realizaron negociaciones, firmándose los Tratados de Soledad.
Se retiraron España e Inglaterra pero no Francia y, según consta en las crónicas, el representante español, Juan Prim, reclamó al embajador francés su negativa a respetar lo suscrito.
Saligny, cuestionado por Prim, quien le señalara que había firmado el documento, le respondió con todo cinismo: “lo desfirmo”.
Lo que vino después ya se anotó: se inició la segunda intervención francesa en nuestro país, que tuvo como remate el efímero imperio de Maximiliano.
Quizás no sea ocioso señalar que este recuento, en su brevedad y limitación, ha sido motivado por los desplantes del señor Nicolás Sarkozy y de su ahora ex canciller, Michele Alliot Marie, por el caso Florence Cassez Crepin.
Ello, sin descargo de responsabilidades, en ese como en muchos otros, del sistema judicial mexicano y de su escenógrafo Genaro García Luna (lo que será objeto de otro tratamiento, como dicen los que saben).
Tamborazos
-Los desplantes de la anterior “política” de comunicación en Sinaloa se reeditan en el gobierno de Mario López Valdez. El fiasco, por cierto, se extiende cada vez más en todos los ámbitos. Tengan su “cambiazo”. (
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