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Edición 256
Escrito por FERNANDO DÍEZ DE URDANIVIA   
Jueves, 14 de Abril de 2011 10:01

{vozmestart}

Volver a empezar

FERNANDO DÍEZ DE URDANIVIA

La primera gobernadora que hubo en México, Griselda Álvarez, dijo hace tiempo que al llegar a su cargo se encontró con un costal de pendientes, y cuando salió de él había dejado otro igualmente lleno. Forma no muy poética de referirse al padecimiento nacional que adicionando remates y principios de sexenio, está por sumar siglos.

 

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José Ángel Gurría.

 

José Angel Gurría, secretario general de la OCDE, acaba de referirse al tiempo que le queda por delante al gobierno federal y dijo que “México tiene que reflexionar sobre el papel de los maestros en la sociedad”.

Al margen del sobadísimo tema y las consiguientes invocaciones a la reforma educativa, al diagnóstico sobre situación y demás cantinelas, Gurría mencionó que el periodo presidencial se está acabando, y luego habrá que volver a empezar.

Estas últimas palabras son las preocupantes. Remiten al humor negro de Griselda y al más agudo problema del país, que cumple hace mucho con la paradoja de ser crónico. Cada setenta y dos meses, el Fénix de México renace de unas más  cenizas que antes. Lleva a cabo un raquítico vuelito y vuelve al piso de las promesas.

 

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Griselda Álvarez.

 

El manejo del país se complica sin cesar. Las necesidades cada vez más perentorias no cuentan con presupuestos que alcancen, ni con la voluntad política para buscar caminos idóneos. Los soles por tapar son más que los dedos y a cada momento lo angustiante desplaza a lo imperioso.

La educación es el problema toral. Su crecimiento ha venido en directa razón demográfica y parece rebasarnos más cada día. Hace varios años, el empresario Juan Sánchez Navarro dijo que la riqueza es para el bien del hombre. Vale agregar que será mejor empleada mientras más se aplique a una enseñanza eficaz.

Llevamos mucho tiempo sin poder lograrlo. Hoy es Gurría quien pone el dedo en la llaga que nos cubre el cuerpo. Cuatro años de gobierno no han sido indicadores de avances sólidos. Cerca de su término, los gobernantes actuales comienzan a buscar bajo su escritorio el mejor rincón para dejar la herencia del costal de que hablaba Griselda. Es tiempo de que toda la sociedad ayude a vaciarlo, no en el caso actual, sino permanentemente.

 

El poeta y su hijo

 

Érase un poeta que tenía bella familia. La ciudad amaneció transida por el  crimen del día y se pudieron escuchar los gritos doloridos del poeta. Uno de los muertos era su hijo.

La vida urbana no cambió. Tuvo lugar la fiesta anual donde se concentran todos los oropeles. Nadie pareció recordar, entre la enorme concurrencia, que hace muchos siglos hubo un tirano asirio llamado Baltasar, en cuyo exultante festín el cielo inmaculado se manchó con unas palabras que requirieron la interpretación del joven profeta Daniel: “Hoy será destruido tu reino”.

El episodio bíblico se ha repetido veces innumerables a través de la historia. Pero a los pocos que lo conocen les ha importado lo mismo que les importa la existencia y la justicia, mientras la vida sea la de ellos y la justicia se cumpla “en las mulas de su compadre”.

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Javier Sicilia.

 

En el caso había una seria variante con respecto al personaje del año quinientos antes de Cristo. Carecía de identidad precisa. Tenía muchos pares y émulos; formaba la casta intocable de las gallinas de arriba; era miembro de la caterva sorda y ciega que no escucha razones ni mira por la equidad social.

El poeta, entre cuyos precursores podía contar a Góngora y a Neruda, adquirió un colega más, cuya palabra estuvo más cerca de la demanda estéril que de la metáfora fecunda. Un comerciante que reclamó voluntad de gobierno o renuncia: Alejandro Martí. Un padre igualmente mutilado cuya voz se perdió en el olvido indiferente donde se pierden las urgencias nacionales. Su pregunta sigue resonando en el vacío: ¿quién mató a mi hijo?

El poeta quiere saber, y muchos con él, cuánta sangre deberá inmolarse para que un país, con más años de violencia que de paz, pueda reproducir lo que ya no puede ser agasajo aislado, sino muchos festines de Baltasar. Fiestas que anuncien en el firmamento la recuperación de una patria que ha dejado de serlo, después de haber conocido la tranquilidad.

¿Qué impide la justicia para el niño Martí y el joven Sicilia? ¿Hay impotencia o escondido contubernio? En todo caso, y en la proximidad de los cambios, con el creyente poeta elevemos nuestras plegarias y levantemos nuestros puños para suplicar en el cielo y exigir en la tierra lo que continúa sin dársenos, que no es graciosa dádiva, sino deber estricto.

 

Difunto Juárez

 

somospoesia

Había un chistecito que hablaba del borrachín a quien pidieron compostura en un velorio, por respeto al difunto. ¿Cuál difunto? –preguntó: difunto Juárez, difunto Maximilano, difunto don Porfirio. Éste es un pobre muerto.

Cuernavaca, y con Cuernavaca el país, están conmovidos por la muerte del joven hijo del escritor Javier Sicilia, víctima de la ola criminal que agobia al mundo, pero que en México provoca reacciones a veces sorpresivas; a veces incongruentes; con frecuencia mañosas.

La capital morelense hizo grandes manifestaciones de duelo y de protesta social. Las circunstancias del asesinato y la calidad de la familia afectada motivaron voces de dolor y sobre todo de condena. Al reiterar aquí mis condolencias al amigo Javier, no puedo menos que hacer memoria de casos similares, en particular el de Fernando Martí que ha sido casi emblemático.

Una palabra encierra esta historia nacional que no se refiere a un sexenio, ni a un partido político, ni al “coco” que llaman crimen organizado. Esa palabra es impunidad. Yo mato y a mí me hacen los mandados. Pero hay otro término en el que se sustenta: corrupción, que parece peste bíblica universal y tiene como aliados la mala política y el malvado dinero.

¿Por qué escribo sobre esto, cuando mi asunto es la cultura? Porque en primera instancia cultura es salud social. Porque Sicilia ha sido factor de cultura local y nacional. Y sobre todo en razón de lo que ya los lectores piensan: Transcurrirán los días, los meses y los años. No cerrarán las heridas ni el dolor de la familia. La gente irá olvidando y el caso Sicilia pertenecerá al pasado, tanto como el caso Martí.

 

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Fernando Martí.

 

Habrá manos alevosas que continuarán llevando comida a las bocas de sus dueños. Habrá corazones pétreos que se preguntarán quién sigue y aprontarán armas. Se pronunciarán palabras oficiales que poco o nada agregarán a lo que se ha escuchado por décadas.

Más de cien millones de mexicanos permaneceremos en la zozobra cotidiana y, dentro de ellos, muchos miles que no se apellidan Sicilia, ni Martí, pero no por eso sufren menos el dolor de los hijos perdidos y la indignación por la lenidad que, si no es viciosa, al menos lo parece.

{vozmeend}


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Comentarios (1)Add Comment
0
Fer
septiembre 24, 2012
79.159.195.60
Votos: +0
No…

Yo soy Fernando Martí y no he muerto.

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