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En la real politik
Los partidos representan a una parte, precisamente, de la sociedad. Su existencia se justifica cuando defienden principios propios y presentan una oferta política diferenciada a la ciudadanía para que ésta decida entre partes diversas, para que el electorado pueda discernir entre opciones distintas.
Si las diferencias, sobre todo de fondo, no se expresan; si las controversias están limitadas a la forma, sin pasar de la superficie; si en la práctica, dado el caso, se conducen como gobierno casi de la misma manera, entonces la función social y la contribución democrática de los partidos se relativiza, cuando no se difumina.
Sucede, entonces, que la ciudadanía cubre onerosos costos de una democracia formal, sosteniendo a partes indiferenciadas en lo fundamental y, por derivación, manteniendo a una clase política burocrática que hace modus vivendi del mero discurso y la pose declarativa.
Y lo que en México tenemos son partes, ciertamente, pero de un todo donde las discrepancias no afectan al sistema como tal.
Por eso unos pierden credibilidad de manera acelerada y otros, de plano, nunca la han tenido.
Política sin ética
La cuestión, así las cosas, es: ¿qué hace posible esa situación, sin opciones reales de cambio, sin diferencias de fondo?
Una explicación tiene qué ver con el deterioro político derivado de los decenios de control político que antecedieron al gobierno foxista y que éste fue incapaz de trascender, lo mismo que está pasando con Calderón.
Otra, apunta a la pérdida de actoría ciudadana, al alejamiento de la interlocución democrática, como consecuencia de las prácticas rufianescas, las formas perversas de la llamada real politik, es decir, la política al margen de la ética, que caracteriza al quehacer partidario hoy por hoy.
Y lo que viene
Vienen otras elecciones muy caras, otros procesos pagados, en su mayor proporción de manera directa, por el erario y de manera indirecta también por el erario.
¿Qué se puede esperar? -Si las cosas siguen como hasta ahora, por drástico que parezca, la respuesta es: casi nada, por no decir nada.
En obvio, descontando el gran negocio en que se han convertido las elecciones para algunos.
El hecho es que los partidos atraviesan por una crisis de credibilidad sin precedentes; a su interior se comportan de manera diametralmente opuesta a lo que propagandizan al exterior y muchos no son más que instancias de gestoría, o de negocios en el sentido llano de la palabra.
No pocas dirigencias están en el descrédito extremo, otras navegan con la corriente y algunas más ahí están, viendo pasar el tiempo, como la Puerta de Alcalá.
El partido, medio y fin
Cuando se aprobó la Ley Federal de Acceso a la Información Pública, todos los “institutos políticos” bien se cuidaron de quedar prácticamente exentos de la fiscalización externa.
Un solo artículo de la flamante ley federal atañe a los partidos. Desde luego, para sacar semejante acuerdo no hubo dificultades entre los diputados priistas, panistas, perredianos y demás.
Los partidos, que son constitucionalmente “entidades de interés público”, no tienen, en estricto, en el plano federal, qué responder de la misma manera que el gobierno a los reclamos de información detallada y puntual.
Campañas electoreras van y vienen, se violentan las normas, los gastos no se justifican plenamente, las comprobaciones están llenas de irregularidades, después los multan y prefieren pagar, con los mismos recursos que reciben del erario.
Las palabras vacías
Las campañas, en su enorme mayoría, están ausentes de propuestas, perdidas en la descalificación, si acaso; los actores políticos carentes de visión y enredados en la permanencia, en la continuación del privilegio; los partidos, alejados del interés general, en lo fáctico y terrenal.
A la falta de actoría política, la apatía y el inmovilismo que caracteriza a la ciudadanía mexicana hoy por hoy, se sumó la antidemocracia que en la práctica promovieron los partidos.
Hasta con el diablo
Los partidos políticos mexicanos tiempo ha que tejen sus alianzas al margen de principios, si los hay, y un día pueden pelear a muerte (de lengua afuera, claro) con quienes ayer se aliaron y bien pueden volver a juntarse mañana, si así les dicta la “estrategia”.
Se trata, lamentablemente y por desgracia para la mexicana democracia, de una práctica rutinaria que todos los partidos han contribuido a entronizar en estos tiempos, dicen, de la política “moderna”.
¿Los mejores?
A sotto voce, los políticos aceptan que la composición del Consejo del IFE es una aberración y un reparto de cuotas vergonzoso ¿y cuántos ciudadanos independientes, que no están atados a los negocios partidarios, que pueden hacer un excelente papel en el IFE, están marginados?
En efecto, en el plano federal y en las entidades, hay personas independientes, sin compromisos partidarios, que harían un papel realmente ciudadano tanto en el IFE como en los consejos estatales.
Bien que lo saben los integrantes de las cúpulas partidarias de todos los signos y colores porque ellos mismos han bloqueado a esos ciudadanos, los han vetado y se han puesto de acuerdo para llevar al Consejo a quienes mejor les conviene.
Que luego no les resulten los cálculos y haya consejeros (raras excepciones) que eventualmente expresen independencia, es otra cuestión.
Pero a la hora de los acuerdos, siempre, los partidos han puesto su interés en primer plano.
Así ha sido y sería ridículo que lo negaran (aunque perfectamente posible, dada la condición de las dirigencias partidistas).
No hay nostalgia peor
En suma, la política mexicana presenta grave deterioro, los partidos están inmersos en el descrédito y los órganos legislativos permeados por la desconfianza y la duda razonable sobre la rectitud de su quehacer.
La kakistocracia, decimos con frecuencia, alza su tea y las presencias políticas obedecen a motivos disímbolos con el común denominador del alejamiento de los méritos, la probada honestidad y las capacidades.
En el caso de la izquierda (no hay nostalgia peor, dice Joaquín Sabina, que añorar lo que nunca jamás sucedió) cuando transitó al rejuego de las ambiciones particulares y el dinero, todo comenzó a descomponerse.
Y mientras los representantes ciudadanos estén buscando su inserción o permanencia, que les garantiza jugoso ingreso y prestaciones, y que saben depende de la anuencia de los partidos, difícilmente podrán actuar con la necesaria independencia.
Tamborazos
-Más de un millón de pesos pagó el Ayuntamiento de Mazatlán por una auditoría, reconoció Yudit del Rincón Castro, la panista tesorera municipal. No es un exceso, dijo, sino “la atención de obligaciones económicas”.
-En Sinaloa y su capital, Culiacán, las cosas van de mal en peor con sus actuales gobernantes. Uno, Mario López, abanderado de un cambiazo que no se ve por parte alguna; el otro, Melesio Cuén, perdido en prácticas y formas de trato político que el sentido común supone rebasadas. Pero ahí van. (
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