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Edición 299
Escrito por Abraham García Ibarra   
Domingo, 17 de Febrero de 2013 17:49

PERIODISMO A CONTRAPELO
ABRAHAM GARCÍA IBARRA

 

Quien no conoce la fuerza de la palabra,

no conoce la fuerza del hombre

 

COMO NO LA GIRO DE SEDICENTE “líder de opinión”, mi filosofía editorial es: Un autor, un lector. A éste me remito rara vez para pedir licencia de hablar en primera persona. Esta es una de ellas.

Abraham

En la reciente ocasión de presentación de la nueva comisión senatorial para la investigación de crímenes contra periodistas, me visitaron en redacción jóvenes oficiantes del ejercicio periodístico de San Luis Potosí y Guadalajara. Sin formalismo, plantearon dos preguntas sumarias: ¿Por qué matan a los periodistas? ¿Qué periodista admira más?

Respuesta a la primera pregunta. ¿Por qué matan a los periodistas? Por la misma razón que mueren los periodistas: Por su voluntaria y apasionada entrega a la causa de la verdad. Como sea que entiendan esta verdad y traten de trasmitirla y sedimentarla en el imaginario colectivo.

(Reprimí en ese momento la respuesta a la segunda pregunta por temor a la pedantería, pero en esta nota me rindo ante la leyenda: Mateo, Marco, Lucas y Juan. Y me acerco al tributo a Rizard Kapuscinski). Poniéndonos serios, relato algo de la trayectoria personal que iniciamos en 1954 y, aunque cito nombres, en mi condición de lector pretendo subrayar la influencia que percibí del trabajo periodístico de algunos de ellos en la reacción y formación del espíritu público.

Carmen Lira con el Comandante Fidel.
Carmen Lira con el Comandante Fidel.

Mi primer maestro y jefe de redacción en El Sol del Pacífico (Mazatlán, Sinaloa), de la Cadena García Valseca (CGV), fue el ex seminarista jalisciense Francisco Robles Hernández, a su vez formado en este oficio nuestro por Salvador Borrrego Escalante (poco más de 98 años; 77 reporteando, escribiendo, fundando y dirigiendo al menos 37 diarios, quién sabe cuántas revistas y autor de unos 40 libros. Él no me perdonaría el gerundio). Borrego Escalante ha ganado fama como el único verdadero nazi mexicano a partir de su obra cumbre Derrota Mundial.

En todo caso, para efecto de estas notas, nuestro contacto indirecto con su magisterio fue al través de su conciso y claro manual: Periodismo trascendente, de contenido neutro y estrictamente profesional. Hace unas semanas, por fin lo identificamos personalmente en la sede del Club de Periodistas de México, “todavía reporteando” la presentación de un libro del general Roberto Badillo Martínez. Dado este dato sólo para confirmar que Borrego Escalante existe, ya que el mito que lo rodea es que se trata de un equipo-seudónimo. Así de prolífica es su materia gris, siempre administrada y dirigida con certera puntería.

Primera Universidad Socialista del Noroeste

En mi natal Sinaloa, al fragor del cardenismo, en la década de los 30 del siglo pasado se dieron dos acontecimientos cultural y políticamente fascinantes. El antiguo Colegio Rosales fue declarado en 1937 primera Universidad Socialista del Noroeste, concebida para formar a los jóvenes en un “socialismo organizado y creador”. Su único rector fue Solón Zabre, expulsado del encargo y del estado por el coronel gobernador Alfredo Delgado, que no era necesariamente un general José Millán-Astray frente a Unamuno. Fue en torno y dentro de esa institución que, en 1939, en Sinaloa el Partido Comunista Mexicano tuvo la membresía más numerosa de todo el país; allá, cuando al militante se le seleccionaba, no se le daba el fiat porque sí.

Blanche Petrich entre Hugo Chávez y Raúl Castro
Blanche Petrich entre Hugo Chávez y Raúl Castro

De aquella fecunda veta intelectual -juvenil y jovial- emigraron al oficio periodístico algunos varones que, aplicados a la investigación y la divulgación histórica e ideológica, le dieron a la sociedad sinaloense un nuevo santo y seña, contrario sensu a la lapidaria expresión de José Vasconcelos que, al llegar por primera vez a Culiacán, dijo sentir que entraba al reino de la barbarie.

Hacia 1957 participé, en la capital del estado, en la fundación de El Sol de Sinaloa (CGV), experiencia que me dio la oportunidad de convivir con auténticos militantes del ejercicio periodístico, algunos perseguidos rabiosamente, entre ellos Francisco Gil Leyva, Antonio Nakayama, Antonio Pineda Gutiérrez, Jorge Medina León (citados primero por los lazos amistosos que cultivamos), que compartían cultivado ingenio, aceradas lanzas y caldos espirituosos con el doctor Enrique Peña Gutiérrez (inventor en Mocorito lo que se conoció pretenciosamente como la Atenas de México), Enrique Félix, Antonio Paliza, Manuel Jiménez López, etcétera.

El primer ingreso al diario El Día

En la primera azarosa fuga hacia la Ciudad de México (1968), gracias a la generosidad del maestro Ernesto Álvarez Nolasco (quien al tiempo nos aproximaría a don Jesús Reyes Heroles), nuestra debutante y prolongada escala fue en El Día, fundado y editado por una veterana generación, mezcla de mocedades comunistas, carnets del Partido Popular, uno que otro maoísta o trotskista, catalizados amistosa, política y profesionalmente por don Enrique Ramírez y Ramírez, conocido coloquialmente como El martillo ideológico, identidad que en su juventud le otorgaría Vicente Lombardo Toledano.

Kapuscinski
Kapuscinski

Ahí, en condición de novatos de ligas mayores, tuvimos lecciones de sabiduría y afectuosa cercanía con el maestro grabador Alberto Beltrán, Javier Romero, Leonardo Ramírez, Julio Pomar, Víctor Cázares, Javier Zamora, Ricardo Cortés Tamayo, Eugenio Múzquiz, Manuel Buendía Téllez-Girón, Socorro Díaz Palacios y Jorge Aymami -según Ramírez y Ramírez, entonces el único auténtico comunista activo en México- y Raúl Moreno Wonche. En esa irrepetible redacción, miré emprender el vuelo a Lourdes Galaz Ramírez y Sara Lovera. Sentí la fibra de las hermanas Magdalena y Carmen Galindo. Por  supuesto, de María La China Mendoza.

La aromática tertulia cafetera en El Gran Premio o etílica en La Castellana, nos permitió estar en la mesa de la barra de opinión, entre otros, con Efraín Huerta y Francisco Martínez de la Vega, que compartían créditos editoriales en El Día con una pléyade de ascendientes académicos de la UNAM. Desde  aquél El Día -en el que sucedería en la dirección general a Ramírez y Ramírez, Díaz Palacios-, coincidimos en tareas reporteriles con jóvenes principiantes que han alcanzado la cima, como Carmen Lira, ahora directora general de La Jornada. Hecho en la bronca acción militante, bregaba en la Sección Internacional nuestro paisano del Estado de Occidente, José Carreño Carlón, hoy director del Fondo de Cultura Económica.

En Insurgentes Centro 123 (en los altos vivía la viuda del republicano español Manuel Azaña), visiones del horizonte exterior nos la brindaron los hispanos Hernando Pacheco-Juan María Alponte y Mario Zapata. Especial mención nos merece el  doctor Rodolfo Puiggrós, imbatible combatiente y pensador activo en la resistencia peronista (Argentinos de pié/ Editorial Patria Grande), quien llegaría a ocupar la rectoría de la Universidad Nacional. Él, en visita a Buenos Aires, durante el gobierno de facto del general Alejandro Agustín Lanussse (1971-1973), nos facilitaría contactos periodísticos con los frentes obrero y juvenil de resistencia peronista a la dictadura, de donde siguió nuestro reporte Los militares, enfermos de soledad.

La experiencia en El Correo de la Tarde

Para hacernos cargo de la edición del histórico El Correo de la Tarde (alguna vez dirigido por el ex militar, escritor y periodista antiporfirista Heriberto Frías, autor de Tomóchic), en 1974 volvimos a las marismas mazatlecas. Consignamos el dato apenas para anunciar que de ese periodo data la inauguración de crímenes contra periodistas maquinados por las bandas del narcotráfico: La víctima, Roberto Martínez Montenegro (El Noroeste/Excélsior), en Culiacán; tiempo después (febrero de 1988), en Mazatlán, Manuel Burgueño Orduño, compañero de páginas en El Correo, asesinado en la mesa de su comedor hogareño frente a esposa e hijos. Siete años después, en la Ciudad de México, sería Buendía Téllez-Girón, y contando…

Cristina Pacheco.
Cristina Pacheco.

De Virgilio Dante Caballero tuvimos las primeras noticias hacia los años 60, como candidato al paredón en el Campo Militar Número 1. Impetuoso e intransigente estudiante, se movía en la protesta contra las tarifas de consumo de energía eléctrica en la Ciudad de México. El primer contacto personal con este infatigable activista de y en los medios, fue telefónico. Nos llamó al puerto en 1978, a fin de reclutarnos para los proyectos noticioso Enlace y -de análisis- Del hecho al dicho, acogidos por Canal 11. Aceptamos.

Esta nueva y alucinante aventura editorial nos permitió el rencuentro con el maestro Manuel Buendía y con Miguel Ángel Granados Chapa, con quien, en la primera etapa metropolitana, debatimos en mesas organizadas por la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, entonces dirigida por el paisano don Alejandro Avilés.

Mouris Salloum George con Celeste Sáenz de Miera
Mouris Salloum George con Celeste Sáenz de Miera

Del hecho… conducido por Virgilio Caballero nos auspició participación en sesiones dominicales en las que alternaban, con los nombrados, entre otros, Carlos Monsiváis, Héctor Aguilar Camín, y relevantes personajes de la academia o líderes políticos extranjeros en ascenso. Para Del hecho…, de algún modo avisó su censura el tratamiento de la primera visita de Juan Pablo II, episodio acaso favorable, porque años después Caballero nos incorporó a la iniciativa y el empuje de los sistemas de radio y televisión de Quintana Roo y Oaxaca.

Eventualmente, por invitación de Caballero o Buendía, se nos dio asiento en el ácido y temido Ateneo de Angangueo, verdadero azote para los políticos más folclóricos, dicho el adjetivo con la mayor indulgencia. En futuras agendas, con Monsiváis atenderíamos algunas invitaciones deliberativas sobre la disidencia magisterial en la Ciudad de México; o de las universidades de Sinaloa y Sonora; en la primera, para analizar protagonistas de la cultura mexicana. No omito mi aprendizaje con León García Soler, mi director en Jueves de Excélsior.

Carlos Montemayor y Vicente Garrido

Puestos en esa frecuencia, en foros para la Reforma Política (1982/1988) y en los temas referidos al Derecho a la Información y relaciones Medios-Estado, nos tocó alternar con el maestro Raúl Trejo Delabre, entre otros, que me ha incitado al seguimiento de la obra aún inconclusa de la Asociación Mexicana del Derecho a la Información (AMEDI).  Ya en noches de encuentro bohemio, en casa de Caballero tuvimos la suerte de acercarnos al entrañable Carlos Sotomayor, identificado cicateramente en esas ocasiones sólo como poeta. Nada qué ver estrictamente con el ejercicio periodístico, pero ahí gozamos el íntimo concierto de Vicente Garrido. Nomás para inquietar el alma, Una semana sin ti.

Carmen Aristegui.
Carmen Aristegui.

Debo memoria excepcional a Blanche Petrich, mi heroína favorita. En esta mención soy poco objetivo. Estupefacto, me topé con ella, o ella se topó conmigo en mis días en El Correo de la Tarde hacia 1974. He seguido desde entonces su consistente y desafiante trayectoria a lo largo de su vida profesional, que alcanza su curva cenital en La Jornada. Rindo homenaje a Cristina Pacheco. No nos ha tocado coincidir en la tinta, pero igual sigo con, a veces entusiasta, a veces preocupada asiduidad amiga, sus aportaciones al periodismo como evangelio de y en la calle, según decían los clásicos. Asimismo, rindo mi respeto a la inquebrantable Carmen Aristegui, a quien hasta mi nieta Ivanna Marina, de cinco años, monitorea todas las mañanas.

De la década de colaboración en Voces del Periodista, me quedo con los nombres que nos iluminan  la rosa de los vientos periodística: Alfredo Jalife-Rahme, Michel Chossudovsky, James Petras, y me sumo a la admiración colectiva a Pino Páez, sin olvidar al tormentoso Juan Ramón Jiménez de León ni al infatigable don Manuel Magaña Contreras. Ahora, a mis paisanos Álvaro Aragón Ayala, Jorge Guillermo Cano y Armando Sepúlveda Ibarra. Mi acercamiento a tamaños personajes se lo agradezco a Mouris Salloum George y a la incontenible Celeste Sáenz de Miera. Voces, literalmente, me cuesta el corazón.

Socorro Díaz y Andrés Manuel López Obrador
Socorro Díaz y Andrés Manuel López Obrador

S

ocorro Díaz y Andrés Manuel López Obrador

 

Socorro Díaz y Andrés Manuel López Obrador

De la prensa marginal, a los medios convencionales; del anonimato a la consagración de esos para mí modelos de periodista, en la propuesta personal encuentro que la nómina trascrita -en la que seguramente no están todos los que son; perdón por las involuntarias omisiones-, es la fuente seminal del satanizado círculo rojo del periodismo nacional. Unos han muerto o han sido asesinados con el arnés puesto. En el largo y sinuoso recorrido -sólo las piedras no cambian, solía decir don Enrique Ramírez y Ramírez-, unos fueron asimilados por el viejo priismo, otros cooptados por el salinismo, que luego les llamó intelectuales mutantes. El zedillismo los despreció. Vicente Fox recomendó no leerlos. Y Felipe Calderón Hinojosa se alegró de su muerte. Tope en ello, la palabra y el libre pensamiento circulan, así sea, como debe ser, a contrapelo. Porque, como sentenciaba Confucio: Quien no conoce la fuerza de la palabra, no conoce la fuerza del hombre. Con esto está dicho todo.

En cuanto a mí: Soy yo y mi circunstancia: Amo a mi oficio, como amo a mi esposa Elva Elena, a mis hijos Abraham, Elba Elena e Iván, que me han apoyado con su sacrificio filial durante mis más recientes 52 años.  Doy como respuesta a mis jóvenes inquisidores de San Luis y Guadalajara la elección. Una cosa sí les advierto: Contra esta individual vocación, no hay vacuna. Si hay, en abundancia, plomo y, para los otros, cobre. Es cuanto.



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Comentarios (1)Add Comment
0
Fernando Acosta Riveros
marzo 04, 2015
187.194.228.162
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Un buen periodista Abraham García Ibarra

Saludo de paz y bendiciones desde Jalisco. Conocí hace varios años en la redacción de El Día al ilustre Abraham García Ibarra. Me acompañó a presentar libros con el maestro Alberto Beltrán y con Rubén Montedónico Rodríguez. Reciban saludo bolivariano y macondiano,
Fernando Acosta Riveros, ahora lector del diario La Jornada

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