DESLINDES
ARMANDO
SEPÚLVEDA IBARRA
La codicia por el Petróleo
A ESCASOS DÍAS de que
arranque otro intento formal, e inclusive desesperado, por desmantelar los
últimos y los más valiosos bienes propiedad de la nación, es oportuno preguntar
a las altas esferas y a los mexicanos en general ¿a título de qué la burocracia
gobernante, espoleada por la avidez transnacional, codicia la privatización del
petróleo en su fugaz paso sexenal por el poder?
Porque, al final de
cuentas ni el señor Peña ni su nuevo
PRI, ni tampoco su gemelo el PAN, con quien se hermana en intereses aviesos,
reúnen juntos la fuerza política y moral suficiente como para arrogarse el
derecho de vender algo que nunca ha sido suyo, como es el siempre apetecido
energético que las compañías multinacionales y los grandes capitales mexicanos
pretenden arrebatar a México con la voracidad propia de los avaros.
Con una simple regla
aritmética, cualquier persona de a pie conseguirá, si quiere proponérselo,
ubicar en su sitio a las mancomunadas cúpulas priístas y panistas y sus altas
burocracias, sólo con restregarles en sus rostros las cifras reales sobre a
quienes en verdad representan en este sistema de simulación democrática. La
historia nos ilustra que los manipuladores pasajeros de esos membretes llamados
partidos, al amparo de la dizque democracia
a la mexicana, proceden desde siempre como si fueran dueños del país y de
sus habitantes con la impunidad que les da el poder y la kafkiana forma para aplicar o modificar las leyes a su favor.
Veamos ahora los números:
Con la bandera del
PRI y sus corruptos satélites, como el impostor Partido Verde Ecologista
Mexicano, el señor Peña obtuvo más o menos 38 por ciento de los votos emitidos
en las elecciones de julio de 2012, sin descontarle, por supuesto, la burda
compra de sufragios con tarjetas de Soriana y Monex, y el reparto de materiales
para construcción y otros instrumentos de las corruptelas dados en especie,
todo avalado por el costoso e ineficiente aparato de complicidades denominado
Instituto Federal Electoral, que sirve de manera abyecta al mandamás en turno.
Si el lector
desmenuza que en esta elección votó alrededor de 50 por ciento del padrón,
concluirá con el contundente testimonio oficial de que el priismo regresó a Los
Pinos con el aval de sólo 19 por ciento de los electores inscritos.
Aquí reside entonces
la auténtica fuerza del PRI en sus desvelados anhelos por privar a la nación o
compartir la renta de sus preciados bienes como el petróleo que han sido sostén
esencial de los presupuestos del gobierno y del crecimiento económico (cuando
lo ha habido) y hasta botín de funcionarios y líderes corruptos: nada más 19
por ciento del padrón electoral apoyó su arribo a la Presidencia de la
República.
Si el comedido lector
agrega la suma de votos obtenidos por el PAN, de apenas 20 por ciento del
padrón, entre ambos partidos aumentarían su fianza a 29 por ciento de los
electores, todo lo cual de ninguna
manera entrega a nadie la potestad de disponer de bienes ajenos para
entregarlos al gran capital foráneo y doméstico.
Yéndonos al meollo
del asunto, los mexicanos sin embargo no votaron en julio de 2012 para que el
partido ganador privatizara el petróleo, ni vendiera nada. Fueron a las urnas
para elegir al Presidente de la República, mas nunca para darle al favorecido
manga ancha ni tarjeta blanca para que decidiera e hiciera lo que quisiera en
temas delicados que requieren la participación de toda la sociedad más allá de
los grupitos de intereses creados que manosean a los partidos en su provecho.
Para saber que
esperaría a México si el PRI y su hermano el PAN consiguieran privatizar el
petróleo -tienen la mayoría de votos camarales como para imponerse con la
fuerza numérica de sus manadas legislativas a cualquier argumento o razón-, nos
remitimos a las ventas de bienes de la nación realizadas por los gobiernos de
Salinas y Zedillo:
¿Qué beneficios
trajeron al país y a los mexicanos las privatizaciones de los bancos, la
telefonía, los ferrocarriles y demás subastas realizadas por aquellos gobiernos
de triste memoria para los connacionales? Por lo contrario, jamás vimos las
bondades de los ingresos en algún plan que retribuyera utilidad ni nada por el
estilo: El crédito bancario pasó a convertirse en inaccesible para la gente
común e incluso para los empresarios, el servicio telefónico se convirtió en
uno de los más caros e ineficientes del mundo y los trenes, salvo alguna
pequeña ruta simbólica, dejaron de brindar una alternativa del transporte.
Ahora la mayoría de las instituciones bancarias privatizadas y subastadas a
extranjeros a precios de ganga, pertenecen y obedecen a intereses foráneos que
llevan a sus países sedes las jugosas utilidades.
Al poco tiempo
Teléfonos de México sirvió de exquisito trampolín a Carlos Slim para
catapultarlo a la revista Forbes y volverse el hombre más rico
del mundo en una de las naciones con más pobreza y con hambre en el orbe. Y de
los Ferrocarriles Nacionales, ni hablar: Benefició a México sólo con el
nombramiento de Ernesto Zedillo como miembro del consejo de la empresa transnacional
que lo compró a precio de oferta, lo cual al mexicano malagradecido debería
enorgullecerle cómo premian el patriotismo de un ilustre mexicano como aquel
mediocre ex presidente.
Es además una falacia
del gobierno y sus aliados partidos de ultraderecha afirmar que Petróleos
Mexicanos se encuentra en bancarrota para empujar con esas mentiras los
apetitos privatizadores que lideran el Fondo Monetario Internacional, el Banco
Mundial y los Estados Unidos de Norteamérica. Pemex es una de las empresas del
ramo más rentables si estimamos que ha funcionado a través de los años con la
asfixia de entregarle al erario federal más de 50 por ciento de sus ingresos en
impuestos y, después de otras sangrías del gobierno, apenas le queda menos del
10 por ciento para sobrevivir. Un reajuste financiero, con la tributación
justa, lanzaría a la empresa a conquistar grandes mercados y consolidar sus
finanzas con el sólo proyecto de industrializar y vender productos terminados.
A quien el gobierno
debe consultar para decidir sobre el destino de Pemex es a todos los mexicanos,
en atención a que el petróleo propiedad de la nación, no de los gobernantes del
momento, así como a la memoria de aquellos nobles connacionales que en marzo de
1938 rompieron sus cochinitos y entregaron al presidente Lázaro Cárdenas sus
pequeños ahorros y gallinas, guajolotes y cerdos, para que su gobierno
completara la liquidación para indemnizar a las saqueadoras empresas
estadounidenses a las que el hombre de Jijilpan había expropiado el petróleo.
Un referéndum entre
los mexicanos, sin la indeseable intervención de ese fiasco llamado IFE
(servidor de los gobiernos en turno), daría luces sobre qué queremos hacer con
el petróleo propiedad de la nación.
Nadie puede ni debe
apropiarse de los derechos ajenos que reciba en custodia temporal, menos
desposeerlos, ni siquiera el Presidente.
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