Érase
una vez…: El cuento de La Democracia Estable
CON EL DUDOSO AUXILIO de un cuento fantástico
al estilo de Jorge Luis Borges, con la irónica trama de que México vive una democracia estable y, por si el fragor
de la metralla infunde miedo, con la hilarante versión de que la violencia va
“a la baja”, el gobierno piensa que atraerá así nomás cuantiosas inversiones
extranjeras en petróleo y electricidad, para estrenar sus impugnadas reformas estructurales que, según las
encuestas, repudia la mayoría de los mexicanos.
POR LAS BUENAS, o por consigna, el cuerpo
diplomático comenzó en estos días a desgañitarse en los países sedes de sus
embajadas ante los dueños del capital foráneo con la fatigosa encomienda de que
les crean sus dichos sobre el actual paraíso
mexicano confiable y seguro para vivir e invertir, aunque a la hora de
internarse en la realidad los embajadores y cónsules vayan a la guerra sin
fusil: carezcan de bases para sostener mentiras.
Ni el clásico ´Rrase una vez… ni la riqueza argumental de Las Mil Noches y una Noche servirían para validar esta ilusionada
hazaña.
Saben las misiones diplomáticas, saben los
gobernantes y, para colmo, saben los inversionistas extranjeros que, en verdad,
el panorama del país es crítico en todos los aspectos.
Jorge Luis Borges
Pocos, muy poquitos mexicanos consideran que
exista democracia; a nadie se engañan con asegurar que hay menos violencia y
asesinatos, ni con amordazar a la prensa alineada al nuevo PRI para que matice el fuego y la sangre y, con relación a la economía, el propio gobernador del Banco de
México, Agustín Carstens, pintó a los
legisladores panistas, en reunión privada, un negro futuro económico (¿todavía
peor?) que sirve a la vez para taparle la boca a quienes desde la Secretaría de
Hacienda y otras instancias oficialistas auguran tiempos mejores y casi divisan
con su fértil imaginación la bonanza de las masas.
Don Catarrito
(léase Carstens) atribuye todo lo malo a los errores de la actual política
económica y hacendaria, como retener el
gasto público y aumentar los impuestos.
El penoso encargo a los diplomáticos es parte
de un decálogo elaborado por la Presidencia de la República para difundirlo en
el extranjero con el título de Marca país.
Deben gritar a los cuatro vientos, para que se escuche y, lo más difícil,
convenza a los dueños del dinero, que México es “una nación con democracia
estable”, “comprometida con el libre comercio”, con “diez reformas de gran calado”
y, díganlo, por favor, “la violencia
se ha reducido”.
Los sucios procesos electorales de 2006 y
2012 y la servidumbre de los consejeros del extinto Instituto Federal Electoral
a los tenedores del poder para convalidarles fraudes, componendas e inmorales
compras de votos, atestiguan y prueban ante la opinión pública mundial la democracia estable, sólo creíble para
los beneficiarios de esos atracos con que usurpan puestos de elección popular.
Entre las porquerizas avaladas por el IFE, su
última lindeza hace un mes, como mensaje para despedirse con el broche de oro
de la deshonestidad, fue la de exculpar al PRI de la acusación documentada de
que con tarjetas de la tienda Soriana
compró votos en los pasados comicios presidenciales. A punto estuvo su
proverbial cinismo de ofrecerle disculpas a los nuevos priistas por haber dudado de la nobleza de sus cabecillas.
¿Qué pasó con el otro asunto espinoso,
el de Monex?
Las mil y una noches.
Como al señor Peña Nieto en Davos, Suiza, a
los diplomáticos también podrían restregarles en sus carotas de palo que la
violencia en el país bajó sólo en los periódicos, en reciprocidad a la alianza
de intereses ajenos al servicio público y a la ética del periodismo.
Una muestra apenas recién exhibida por
organismos de la sociedad civil es la estadística sobre los secuestros: Durante
2013, la cifra de denuncias se disparó a más de tres mil casos, la más alta en
los últimos 17 años, a reserva de que el dato real revela que de cada diez
plagios la autoridad conoce nada más de tres.
¿Qué contestarán los atildados embajadores y
cónsules, con su escaso argumento más allá del imaginario y su rollo habitual,
cuando les reviren que, como en el Viejo
Oeste, sectores de la sociedad han tomado las armas en regiones de Michoacán, Guerrero, Oaxaca, Veracruz,
México y otros estados, para hacerse justicia por su propia mano, ante la
ausencia o complicidad del gobierno, como en los pueblos sin ley ni orden?
¿Irán dispuestos a oír otras réplicas
contundentes como que les digan ante sus caras de sorpresa que las extorsiones
a los empresarios también crecieron, que la delincuencia no ha dejado de
decapitar personas todos los días, de descuartizar y desaparecer a otras: que
las policías se han hermanado con el crimen organizado y a nadie les inspiran
confianza, que la autoridad viola cada vez más los derechos humanos y ha
retomado la tortura y la desaparición de individuos como táctica para encontrar culpables, o que las
manifestaciones contra el gobierno han vuelto a reprimirse y a etiquetarles
delitos como en las nefastas épocas de la dictadura
perfecta?
¿Cómo contestarán a los extranjeros cuando
les recuerden que México es uno de los países con más corrupción en sus tres
niveles de gobierno, con politiquillos que de la noche a la mañana se
enriquecen con robos al erario, licitaciones arregladas y extorsiones a
contribuyentes? O cuando sepan que el crimen organizado financia campañas
políticas y, como en Michoacán y otros lares, después gobierna tras bambalinas.
Quién sabe cómo podrán defenderse los
incomprendidos diplomáticos mexicanos, sabios para hablar mucho y no decir nada
entre un brindis y otro hasta el fondo, en el momento en que algún curioso
extranjero adinerado potencial inversionista en México les pregunte “¿por qué,
su excelencia, su democracia estable tiene a 80.7 por ciento de la población, es
decir más de noventa millones de mexicanos, en condición de pobre o vulnerable
a la pobreza?”.
A lo mejor allá sabrán la estadística del
Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval)
que, en su Informe 2012, revela que
11.7 millones de compatriotas padecen pobreza extrema y 84.3 millones viven con
al menos una carencia en materia de salud, seguridad social, educación, calidad
de vivienda, servicios básicos o alimentación.
Suetonio.
¿Apostarían a que ignoran que México, después
de Chile, es el país con más desigualdad de los miembros de la OCDE, con el
enganchador detalle para los capitales foráneos de que el 10 por ciento de los
más ricos tiene ingresos 26 veces mayores que los del diez por ciento más
pobre?
Mas la diplomacia tiene un as bajo la manga:
puede contarles, para convencerlos de que vengan a invertir su ahorritos, que
México produce millonarios como pan caliente, y sólo en 2014 los aumentará en
diez mil para alcanzar la envidiable suma de 155 mil millonarios, de acuerdo
con Forbes.
¿Cómo no deslizar a los oídos de los
inversionistas extranjeros, para que sus corazoncitos palpiten como si tuvieran
una codiciosa arritmia, que las quince personas más ricas de México poseían el
año pasado 148 mil millones de dólares, para que sepan que la democracia estable no es sólo una
máquina para fabricar pobres y hambrientos?
O engolosinarlos con la escandalosa noticia
de que los 206 mil 315 inversionistas que cotizan en bolsa acaparan 42 por
ciento de la riqueza mexicana, gracias a la democracia
estable, según el más reciente informe de la Comisión Nacional Bancaria y
de Valores.
Nuestra democracia
estable o farsa de la partidocracia corrupta -apadrinada por la plutocracia
que, al final, manda a la clase política en
el poder-, tiene ciertas semejanzas con las formas electorales más cínicas del
Imperio Romano.
Por ejemplo, el emperador Julio César
designaba a sus candidatos a magistrados por medio de circulares dirigidos a las tribus con esta breve anotación: “César, dictador, a tal tribu. Os recomiendo
a tal persona y a tal otra, para que obtenga su cargo con vuestro voto”,
como lo relata el historiador Suetonio en su clásico Vida de los Doce Césares.
Más
han de saber los diplomáticos mexicanos que ni la erudita y fantástica pluma de
Borges, ni la de su inimitable alumno Julio Cortázar, ni la de intriga y suspenso
de uno de sus maestros Edgar Allan Poe, con todos sus recursos para la trama y
el estilo, se confesarían aptas para urdir un cuento creíble sobre la democracia estable en México, a menos
por hoy.
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