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Edición 316
Escrito por Armando Sepúlveda Ibarra   
Lunes, 10 de Marzo de 2014 20:20


Érase una vez…: 

El cuento de La Democracia Estable



CON EL DUDOSO AUXILIO de un cuento fantástico al estilo de Jorge Luis Borges, con la irónica trama de que México vive una democracia estable y, por si el fragor de la metralla infunde miedo, con la hilarante versión de que la violencia va “a la baja”, el gobierno piensa que atraerá así nomás cuantiosas inversiones extranjeras en petróleo y electricidad, para estrenar sus impugnadas reformas estructurales que, según las encuestas, repudia la mayoría de los mexicanos.


POR LAS BUENAS, o por consigna, el cuerpo diplomático comenzó en estos días a desgañitarse en los países sedes de sus embajadas ante los dueños del capital foráneo con la fatigosa encomienda de que les crean sus dichos sobre el actual paraíso mexicano confiable y seguro para vivir e invertir, aunque a la hora de internarse en la realidad los embajadores y cónsules vayan a la guerra sin fusil: carezcan de bases para sostener mentiras.

Ni el clásico ´Rrase una vez… ni la riqueza argumental de Las Mil Noches y una Noche servirían para validar esta ilusionada hazaña.

Saben las misiones diplomáticas, saben los gobernantes y, para colmo, saben los inversionistas extranjeros que, en verdad, el panorama del país es crítico en todos los aspectos.



Jorge Luis Borges


Pocos, muy poquitos mexicanos consideran que exista democracia; a nadie se engañan con asegurar que hay menos violencia y asesinatos, ni con amordazar a la prensa alineada al nuevo PRI para que matice el fuego y la sangre y, con relación a la economía, el propio gobernador del Banco de México, Agustín  Carstens, pintó a los legisladores panistas, en reunión privada, un negro futuro económico (¿todavía peor?) que sirve a la vez para taparle la boca a quienes desde la Secretaría de Hacienda y otras instancias oficialistas auguran tiempos mejores y casi divisan con su fértil imaginación la bonanza de las masas.

Don Catarrito (léase Carstens) atribuye todo lo malo a los errores de la actual política económica y hacendaria, como  retener el gasto público y aumentar los impuestos.

El penoso encargo a los diplomáticos es parte de un decálogo elaborado por la Presidencia de la República para difundirlo en el extranjero con el título de Marca país. Deben gritar a los cuatro vientos, para que se escuche y, lo más difícil, convenza a los dueños del dinero, que México es “una nación con democracia estable”, “comprometida con el libre comercio”, con “diez reformas de gran calado” y, díganlo, por favor, “la violencia se ha reducido”.

Los sucios procesos electorales de 2006 y 2012 y la servidumbre de los consejeros del extinto Instituto Federal Electoral a los tenedores del poder para convalidarles fraudes, componendas e inmorales compras de votos, atestiguan y prueban ante la opinión pública mundial la democracia estable, sólo creíble para los beneficiarios de esos atracos con que usurpan puestos de elección popular.

Entre las porquerizas avaladas por el IFE, su última lindeza hace un mes, como mensaje para despedirse con el broche de oro de la deshonestidad, fue la de exculpar al PRI de la acusación documentada de que con tarjetas de la tienda Soriana compró votos en los pasados comicios presidenciales. A punto estuvo su proverbial cinismo de ofrecerle disculpas a los nuevos priistas por haber dudado de la nobleza de sus cabecillas. ¿Qué pasó con el otro  asunto espinoso, el de Monex?



Las mil y una noches.


Como al señor Peña Nieto en Davos, Suiza, a los diplomáticos también podrían restregarles en sus carotas de palo que la violencia en el país bajó sólo en los periódicos, en reciprocidad a la alianza de intereses ajenos al servicio público y a la ética del periodismo.

Una muestra apenas recién exhibida por organismos de la sociedad civil es la estadística sobre los secuestros: Durante 2013, la cifra de denuncias se disparó a más de tres mil casos, la más alta en los últimos 17 años, a reserva de que el dato real revela que de cada diez plagios la autoridad conoce nada más de tres.

¿Qué contestarán los atildados embajadores y cónsules, con su escaso argumento más allá del imaginario y su rollo habitual, cuando les reviren que, como en el  Viejo Oeste, sectores de la sociedad han tomado las armas en  regiones de Michoacán, Guerrero, Oaxaca, Veracruz, México y otros estados, para hacerse justicia por su propia mano, ante la ausencia o complicidad del gobierno, como en los pueblos sin ley ni orden?

¿Irán dispuestos a oír otras réplicas contundentes como que les digan ante sus caras de sorpresa que las extorsiones a los empresarios también crecieron, que la delincuencia no ha dejado de decapitar personas todos los días, de descuartizar y desaparecer a otras: que las policías se han hermanado con el crimen organizado y a nadie les inspiran confianza, que la autoridad viola cada vez más los derechos humanos y ha retomado la tortura y la desaparición de individuos como táctica para encontrar culpables, o que las manifestaciones contra el gobierno han vuelto a reprimirse y a etiquetarles delitos como en las nefastas épocas de la dictadura perfecta?

¿Cómo contestarán a los extranjeros cuando les recuerden que México es uno de los países con más corrupción en sus tres niveles de gobierno, con politiquillos que de la noche a la mañana se enriquecen con robos al erario, licitaciones arregladas y extorsiones a contribuyentes? O cuando sepan que el crimen organizado financia campañas políticas y, como en Michoacán y otros lares, después gobierna tras bambalinas.

Quién sabe cómo podrán defenderse los incomprendidos diplomáticos mexicanos, sabios para hablar mucho y no decir nada entre un brindis y otro hasta el fondo, en el momento en que algún curioso extranjero adinerado potencial inversionista en México les pregunte “¿por qué, su excelencia, su   democracia estable tiene a 80.7 por ciento de la población, es decir más de noventa millones de mexicanos, en condición de pobre o vulnerable a la pobreza?”.

A lo mejor allá sabrán la estadística del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) que, en su Informe 2012, revela que 11.7 millones de compatriotas padecen pobreza extrema y 84.3 millones viven con al menos una carencia en materia de salud, seguridad social, educación, calidad de vivienda, servicios básicos o alimentación.



Suetonio.


¿Apostarían a que ignoran que México, después de Chile, es el país con más desigualdad de los miembros de la OCDE, con el enganchador detalle para los capitales foráneos de que el 10 por ciento de los más ricos tiene ingresos 26 veces mayores que los del diez por ciento más pobre?

Mas la diplomacia tiene un as bajo la manga: puede contarles, para convencerlos de que vengan a invertir su ahorritos, que México produce millonarios como pan caliente, y sólo en 2014 los aumentará en diez mil para alcanzar la envidiable suma de 155 mil millonarios, de acuerdo con Forbes.

¿Cómo no deslizar a los oídos de los inversionistas extranjeros, para que sus corazoncitos palpiten como si tuvieran una codiciosa arritmia, que las quince personas más ricas de México poseían el año pasado 148 mil millones de dólares, para que sepan que la democracia estable no es sólo una máquina para fabricar pobres y hambrientos?

O engolosinarlos con la escandalosa noticia de que los 206 mil 315 inversionistas que cotizan en bolsa acaparan 42 por ciento de la riqueza mexicana, gracias a la democracia estable, según el más reciente informe de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores.

Nuestra democracia estable o farsa de la partidocracia corrupta -apadrinada por la plutocracia que, al final, manda a la clase política en el poder-, tiene ciertas semejanzas con las formas electorales más cínicas del Imperio Romano.

Por ejemplo, el emperador Julio César designaba a sus candidatos a magistrados por medio de circulares dirigidos a las tribus con esta breve anotación: “César, dictador, a tal tribu. Os recomiendo a tal persona y a tal otra, para que obtenga su cargo con vuestro voto”, como lo relata el historiador Suetonio en su clásico Vida de los Doce Césares.

 Más han de saber los diplomáticos mexicanos que ni la erudita y fantástica pluma de Borges, ni la de su inimitable alumno Julio Cortázar, ni la de intriga y suspenso de uno de sus maestros Edgar Allan Poe, con todos sus recursos para la trama y el estilo, se confesarían aptas para urdir un cuento creíble sobre la democracia estable en México, a menos por hoy.

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